Revista Opinión

El agua nuestra de cada día

Publicado el 06 marzo 2019 por Carlosgu82

Partimos de una premisa. Tendemos a pensar que necesitamos el agua para vivir, lo vemos en todos los seres vivos, buscan afanosamente el agua, y de ahí deducimos que “donde agua hay vida”. Incluso, en nuestra exploración espacial, buscamos una gota de agua o algún indicio acuoso que nos haga pensar que allí hay vida. Y, sin embargo, el agua es mortífera.

Química del agua

Desde el punto de vista químico, el agua es la unión de dos moléculas de oxígeno y una de hidrógeno, formando un hidrácido, de ahí que sea el disolvente universal.

Lo vemos cuando observamos en un paisaje las líneas perfiladas de las montañas, vaguadas y hondonadas, valles y hoces de los cursos fluviales o los afilado acantilados costeros.

El agua, en su condición de hidrácido, es un agente químico muy potente. Disuelve los agregados minerales y los cementos que los mantienen unidos, erosionando y disgregando la roca en sus componentes esenciales, que son arrancados y arrastrados hasta formar depósitos de gravas, arenas, arcillas y limos, donde siguen siendo disueltos y desgatados por continuamente.

La botella de cristal que llenamos con agua, por ejemplo, no aguantaría mucho tiempo su poder disolvente. El vidrio es una sílice que se resiste, pero que no puede evitar acabar disuelta, formando otros minerales síliceos como la calcedonia, el silex, el ónice o la ágata, o cementos que actúan como pegamento que ahieren los granos minerales en las rocas sedimentarias.

Dado el poder disolvente del agua, quizás nos preguntemos la razón por la que podemos beberla sin quemarnos la boca, o nuestros organos internos no se corroen.

Estamos constituidos de agua

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertiras”. El polvo es el residuo seco que queda cuando un cuerpo ha perdido todo su agua. En nuestro caso puede variar según la étapa de la vida. Cuando aún estamos en el seno materno, nuestro organismo contiene un 97% agua, de niños un 75%, en la edad adulta un 65% y en la vejez un 59%. Gradualmente nos vamos secando a lo largo de la vida.

Nuestro cerebro contiene un 80% de agua…, y no nos disolvemos, ¿por qué? Nunca lo vamos a saber. Para hacernos una ligera idea debemos ser positivos y preguntarnos ¿cómo?

Afortunadamente, el agua pura no existe en la naturaleza, está mineralizada; pero, para que sea agua potable, debe contener una cierta concentración de sales minerales que no supere 0,002 miligramos por litro.

Además hay que eliminar por filtrado las partículas en suspensión que transporta, y los productos nocivos como el nitrato, mediante un tratamiento físico- químico, y añadir bactericidas, como el ozono, el cloro o la lejía, para eliminar los microórganismos.

Nuestras células utilizan el agua como medio interno para mantener su estructura, y en su interior, al igual que los organismo subacuáticos que pululan en océanos, lagos, ríos, o en una simple gota de agua, pululan los diferentes orgánulos y moléculas que contiene (el núcleo con el ADN, ribosomas, ARN, lisosomas, mitocondrias…) que le permite cumplir con sus funciones.

Como una corriente fluvial, es un vehículo para fluidos esenciales, como la sangre y la linfa, para transportar glóbulos rojos y blancos, gotitas de grasa…, y productos de desecho de la actividad celular

Es un solvente, un pequeño océano donde se bañan las células, del que absorben substancias en solución y a donde evacuan los productos de desecho.

El agua regula el efecto invernadero

El agua disuelve el anhídrido carbónico (dióxido de carbono). Las plantas absorben agua del suelo y disuelven este gas durante la fotosíntesis, una electrolisis natural, para proporcionarnos el oxígeno que respiramos.

Los océanos absorben grandes cantidades de este gas de la atmósfera, favoreciendo, sin la intervención del hombre, un efecto invernadero equilibrado que mantiene la temperatura media de nuestro planeta, sin la cual nos freiríamos, o nos helaríamos por defecto de dióxido de carbono.

El agua marina tiene una alta concentración de sales, de calcio, de sodio, de magnesio, de hierro, de azufre, de cobre… Lo que más utilizamos para nuestro beneficio es el cloruro de sodio, la sal marina. Cuando tengamos la tecnología para explotarlas, las reservas minerales de los océanos son inconmensurables.

No desperciamos ni una gota de agua

Para nuestro consumo embalsamos las aguas superficiales o explotamos las subterráneas mediante pozos que usamos para el riego, para bebida, para cocinar alimentos, etc. También podemos aprovecharnos de la inmensa cantidad de agua contenida en los océanos, sólo la tenemos que desalar…, ¿cómo lo hacemos?

En las zonas costeras, donde es habitual que las aguas subterráneas se salitren por la intrusión marina en los acuíferos, desalan el agua utilizando el procedimiento de la ósmosis inversa, el mismo que usan nuestra células su regulación interna, poniendo en contacto dos medios acuosos, un salado y otro dulce, por medio de una membrana de una sal mineral, y equilibrando por presión la cantidad de sales a uno y a otro lado.

En países que no disponen de agua dulce suficiente para abastecer a la población, como es el caso de Arabia Saudí, obtienen agua destilada en grandes cantidades, produciendo dos mil millones de metros cúbicos anuales; pero el procedimiento, aunque simple, es costoso. Primero evaporan el agua, separándola del residuo (sales minerales), y luego la condensan.

Epílogo

Donde hay agua hay vida, sí, pero para ello es necesario que el agua esté mineralizada, es decir, impura, y su grado de pureza dependerá del uso que queramos darle. Para nuestro consumo, cuanto menos sales minerales contenga, será más apta, pero siempre habrá que conservar una cierta cantidad pues si la hacemos pura, sin sales minerales, quizás no nos electrocute, pero sí que nos disolverá.


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