Antonio Rojo escribe de la mina, de la historia de los pequeños pueblos, pero rememora con singular estilo el ayer, los apodos, las anécdotas.
Del libro de Froilán De Lózar
Ver dos veces las cosas
El recuerdo, en el que a menudo recaemos, nos devuelve la imagen de un Aguilar de lujo. Antonio Rojo, cronista que se nos fuera hace unos años.
De los que Aguilar dejaron,
oliendo a galleta y brezo,
a tahona y a panera,
y de los que nunca han vuelto,
la Virgen del Llano lleva,
sus nombres en un cuaderno.
Aguilar ha cambiado mucho desde entonces, indudablemente. No es tiempo de labranza y "capacheras", aunque el Pisuerga siga con su misma canción por el mismo cauce. Blanco era un buen cronista de costumbres, y un poeta, y un hombre sin curriculum. "Amigo Froilán -me dice en su última carta-, respecto a mi curriculum, perdona, pero no sé si tengo alguno. Esto sí lo sé: que quiero mucho, mucho, a Aguilar y toda esa comarca, y que, además, soy correspondido". Suerte la suya, porque muy pocos son tenidos en cuenta, como se merecen, en honor a su esfuerzo, su dedicación, a su canto sincero a lo que aman.
"Con tus aguas, Pisuerga, fui cristiano,
contigo fui feliz y no lo olvido.
¡Cuánto mundo a tu lado he recorrido!
¡Ay no me dejes nunca de tu mano"!
Antonio Rojo escribe de la mina, de la historia de los pequeños pueblos, pero rememora con singular estilo el ayer, los apodos, las anécdotas. De vez en cuando se hace preguntas llenas de contenido, de esos interrogantes que a nuestro modo nos hacemos el resto:
"¿Por qué estarán tan juntas la ternura y la muerte, Señor?
¿Por qué tan cerca?".
En Bilbao, en el estudio fotográfico donde ahora elaboro estas líneas para el diario, en la entrada, luce un cuadro de Aguilar de Campoo, donde Simal, artista de prestigio, ha dibujado con estilo y ha descubierto con generosidad, en un mínimo espacio, la señorial villa que hoy ocupa este artículo. Aguilar es la puerta. Entrando por ella se acabaron las prisas, llega el aire de siempre impregnado a galleta, se acerca la montaña, y todo vuelve a ser como Rojo describió hace doce años, porque en el fondo queda aquella esencia, aquel recuerdo, y nos viene a intervalos un trozo de tiempo donde aprendimos a valorar lo que hoy se ha transformado, lo que hoy se ha engrandecido.
"Viene la gente a la feria
con carros llenos de vida.
Son paisanos y parientes
que no saben de provincias,
mas saben perfectamente
a lo que sabe Castilla".
Antonio, que traduce su veneración en sinfonía poética, no se detiene en Aguilar, al igual que yo tampoco me detengo en la montaña, procurando siempre abrir alguna lanza en otros puntos de nuestra bella tierra. Su madre nació en Valdeolea, donde se mira el Pico de Tres Mares; de ahí, tal vez, sus frecuentes citas a pueblos y rutas que viven entre Palencia y Cantabria. Pocas veces se cita en las crónicas el embalse de Aguilar, que desempeña su papel turístico en la época estival, lo mismo que el de Ruesga. Dice Antonio, que este embalse se cargó las rogativas, entre muchas cosas. Cita constante la de hoy, a la cita de Antonio, porque, de alguna manera, contamos las historias que nos cuentan, todo ello mezclado con arte, gastronomía y tranquilidad; sobre todo, insisto, lo último que tanto necesitamos hoy.
Pero Antonio se ha ido. Y queda su esencia: un carro olvidado, astillas de aperos, un dalle, un arado... Con un libro viejo, sin fechas ni prisas, con sabor de añejo. Antonio se ha marchado, y hoy, unos años más tarde, volvemos a encontrarlo en alguna revista, entre alguna página de periódico, entre un montón de viejos libros, hablando de Aguilar con el mismo acento, de la Virgen del Llano, de las casonas, de la bendición de los campos y la Feria de Mercadillo; de los pueblos de Palencia y de Santa Cecilia. Aguilar sigue fortaleciéndose, sin perder la imagen que para Antonio Blanco tuvo, entre la piedra, el bodegón y la historia. Y Aguilar renace en nuevas formas desde las piedras viejas del Monasterio de Santa María la Real.
Te escribo ahora, seguro que me lees de algún modo, desde algún lugar, que tu Aguilar sigue fortaleciéndose, sin perder la imagen que para ti tuvo, de piedra, de bodegón, de historia. Por ti, Antonio, habla el sauce, y pregunta el Molino, y la Cascajera, y el balcón mordido. Cuando no vuelvas a Aguilar, muchos recordarán tu nombre, rumiando ilusiones y viejos afanes de idas ocasiones.
Imágenes para esta promoción de JOSÉ LUIS ESTALAYO