Revista Cultura y Ocio
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—Algún hijoputa ha inundado de agua la galería. —Si llega hasta nuestras posiciones estamos perdidos.
Año 2026. Tras el estallido de la Tercera Guerra Mundial, muchos sobreviven como pueden, escondidos, semiocultos, en refugios excavados bajo tierra, para evitar las consecuencias nefastas de las bombas empleadas en el conflicto. Aunque la guerra por fin ha terminado, fuera solo reina la devastación, la que corresponde a un mundo desolado, lleno de escombros y miseria. Algunos osan deambular de aquí para allá porque no les queda otra opción. Hay que vivir a toda costa. Son muchos los que buscan su sustento entre la hierba semicalcinada y los cascotes de los edificios en ruinas; no faltan quienes hasta se atreven a cultivar algunas hortalizas en la tierra que en su día estuvo sembrada de césped. Los improvisados huertos urbanos, nunca mejor dicho, se realizan siempre en lugares poco visibles, para evitar los saqueos, y usan el agua que proporcionan algunas fuentes públicas que han sobrevivido milagrosamente a la catástrofe. Y debajo, a varios metros bajo el pavimento de la calle, en ese dédalo de galerías oscuras, huele a tierra mojada, a humedad, a materia orgánica vegetal en descomposición. Pero se trata de un sitio seguro, siempre que alguien no lo descubra. Y parece que ahora alguien dio con él. El miedo y la desazón se extienden entre sus moradores.
—Hay que salir como sea. Podemos morir todos ahogados por la inundación. —No sé si me da más miedo morir ahogado que exponerme otra vez a que me caiga un trozo de tejado en la cabeza o a las radiaciones. Ese aire de ahí fuera está viciado todavía. —Habrá que arriesgarse de nuevo. De hecho ya lo hacemos de vez en cuando en busca de algo que llevarnos a la boca. —Al final vas a tener razón. Se lo voy a comunicar al resto a ver qué opina de todo esto. —Date prisa. No tenemos todo el día. Cada segundo que pase es decisivo. Deberíamos salir en tromba y ya mismo. Y la decisión fue unánime: salir de forma ordenada pero rápida. No había que perder tiempo. —Vamos, rápido. Ahora es el momento. Salgamos ya. Por aquí. Aquella galería no, que está toda anegada.
Así fue cómo abandonaron masivamente aquel agujero, ante el riesgo cierto de perecer ahogadas, por causa del agua a presión que el aprendiz de agricultor aquel metió con su manguera dentro del hormiguero.