Revista Cultura y Ocio
Victor Philibert Guillot, antiguo bibliotecario del rey Luis XVI, dispone de una singular colección de libros prohibidos, integrada por trece preciosos volúmenes: la Erotika Biblion, atribuida a Mirabeau; la anónima Teresa filósofa; el Decamerón, de Boccaccio; el Tractatus Amori, de Andreas Capellanus; las Afroditas, de Nerciat; la Retórica de las putas, de Pallavicino; La doncella de Orleans, de Voltaire; la Parapilla, de Borde; el Arte de las putas, de Fernández de Moratín; las Memorias de Fanny Hill, de John Cleland; la Historia de don B, portero de los cartujos, de Jean-Charles Gervaise de Latouche; los Sonetos lujuriosos, de Pietro Aretino; y las Memorias secretas de una mujer pública, de Charles Thévenau. En 1793, tan sibarita lector huye de Francia y se dirige hacia Barcelona, donde encontrará alegrías (el amor) pero también tristezas, derivadas de la invasión napoleónica (la dispersión de sus libros). Durante los siguientes años, numerosos personajes se irán incorporando a la historia de estos libros dispersos, que es también la historia de una época y de una ciudad: el joven e ingenuo italiano Filippo Brancaleone, quien es reclutado obligatoriamente para ingresar en las tropas de Bonaparte y obligado a participar en el saqueo de Gerona, donde se hará con uno de los libros de Guillot; la lavandera Rita Neu, que lo cuidará cuando esté herido y que se terminará casando con él; el general Giuseppe Lechi, tan cruel como ambicioso; su asistente, Pérez de León, que lo superará en vileza y atrocidades; el librero Condolosa, que consigue hacerse con doce de los trece libros y que se muestra dispuesto a entregárselos a su legítimo propietario; o el millonario Xifré, uno de los personajes más significativos de la Barcelona de su tiempo… Todos estos actores se irán cruzando y separando en una trama histórica tan densa como alborotada de meandros, que una novelista se empeñará en ir perfilando en pleno siglo XXI, tras conocer algunos hilos de la historia gracias a los documentos que le presta su amiga Virginia, hija del librero Antoni Rogés. Utilizando su intuición, su imaginación y un buen número de escritos del siglo XIX irá consiguiendo arrojar luz sobre las peripecias de aquella biblioteca galante… Pero El aire que respiras es más. Mucho más. Es un canto de amor a la ciudad de Barcelona, a sus viejas murallas y a sus ansias de renovación europea; a sus tradiciones y a sus rincones mil veces remodelados. Es una (más de una, en realidad) historia de amor, donde los bailarines se mantienen en la pista a pesar de las ferocidades y empujones que los rodean. Es un juego de analepsis y prolepsis trenzadas con mano maestra, que nos permiten ir moviéndonos entre dos siglos, sin que jamás perdamos el rumbo en ninguno de los dos ámbitos. Es un texto donde en ocasiones aflora un humor descacharrante (esas secuencias donde se invoca el espíritu de escritores muertos, como Mariano José de Larra, para que dicten nuevos textos, y en las que reciben la presencia de voces tan penosas como las del vate Anastasio Pantaleón de Ribera, que puebla de comicidad las páginas 366-368). Es, en fin, una ocasión para disfrutar, para emocionarse, para aprender, para sonreír, para llorar, para conocer el pasado y entender el presente y, sobre todo, para recuperar la incomparable alegría de disfrutar cuando nos cuentan muy bien una historia muy buena.