Antoni Rogés fallece dejando a su hija, Virginia, a cargo de Palinuro, la librería de viejo familiar. Ahora ella, que nunca ha sentido la misma pasión que su padre por esta profesión, sin saber muy bien qué hacer con una serie de documentación y libros en los que su progenitor se hallaba inmerso, decide dárselos a su amiga escritora, nuestra narradora, para que ella haga lo que desee con ellos. Todos los papeles parecen guardar alguna relación con una persona llamada Guillot.
Este es el arranque de El aire que respiras, de Care Santos. En esta novela, la tercera que leo de la autora catalana, la literatura tienen un peso fundamental. El hilo conductor, quien nos guía por esta historia, es una obra prohibida, "Memorias secretas de una mujer pública", uno de los trece libros de la colección de ese tal Guillot.
La Barcelona de Care Santos recuerda de forma muy ligera a la de Carlos Ruiz Zafón. La autora teje un magnífico telón de fondo, nos cuenta cómo Las Ramblas se erigieron en la ciudad condal, nos hace un recorrido histórico por ella desde el siglo XVIII y XIX hasta la actualidad.
Presente y pasado, por tanto, se entremezclan, pero no hay equilibrio entre ambos. A mí la historia protagonizada por Virginia, su pareja, que es un librero, y la narradora no me ha despertado la curiosidad. Apenas sabemos de ellos, y ese no triángulo no me ha convencido: el presente me ha parecido excusa nada atractiva para presentarnos ese pasado tan interesante. En este sentido, lo cierto es que tampoco ha ayudado los continuos saltos temporales que se producen, y que desconciertan.
Los ingredientes de la novela son traición, secretos familiares, envidia, desamor, tragedia, tintes negros... Este es un libro apasionado sobre libros, y ese amor es lo que hará salir lo peor del ser humano, encarnado en la figura de Néstor Pérez de León, un personaje despreciable como pocos.
El escenario lo construye la autora a la perfección, quizá con demasiado detalle, y esa es una de las principales dificultades con las que se encontrará el lector: Santos ha hecho un trabajo de diez de documentación, y da la impresión de que lo quiere contar todo en esta novela. Se detiene mucho en datos de los que se podría haber prescindido, sobran descripciones, páginas. A veces el fondo cobra más protagonismo que los personajes principales y sus acciones, lo que hace que la trama avance lenta, y no es hacia la mitad cuando cobra ritmo, sobre todo tras ese giro final tan inesperado.
Por otro lado, estamos ante una novela coral, incluso colectiva, en la que no hay un solo protagonista, sino varios cuyas historias se unen al final. El elevado número de caracteres, y más al principio, hacen que el lector pueda perderse. Este es el otro punto negativo: aparecen muchísimos personajes, unos reales y otros ficticios. La mayoría de ellos se presentan al lector mediante las páginas del Diccionario de Excéntricos y Egocéntricos en la Barcelona de antaño y de Valientes, aventuras y heterodoxos que merecen ser recordados, dos obras inventadas por la autora para dar veracidad a los hechos que se narran.
Como ya hizo en Habitaciones cerradas, y que tan bien resultó, aquí recurre a la mezcla de textos. Además de la narración normal, hay pasajes de dichos libros, pero también hay correspondencia de los personajes, fragmentos de diarios, citas de leyes y frases célebres relacionadas con la literatura.
Unas partes y otras se diferencian por el tipo de letra. La tipografía es un detalle más de una edición de diez. Cada letra inicial de los capítulos es una capitular que ocupa unas seis líneas de texto. Además, dentro de los episodios las separaciones se indican con un dibujo de una ramita de acacia de siete hojas, el ex libris de Guillot. Por otro lado, las páginas de las enciclopedias se adornan con motivos florales. La edición está cuidadísima, trata de imitar los libros antiguos.
El narrador es omnisciente, pero en las cartas y diarios se usa la primera persona. Aparte de los saltos temporales, hay saltos en la voz narrativa. Por cierto, la obra está escrita en prosa, pero incluye algún que otro verso.
Sí me gusta que vuelva a mezclar realidad y ficción, que juegue con el lector, que se cuestiona si aquello sobre lo que lee fue una vez cierto. Eso lo hace francamente bien. Es más, aporta veracidad a la historia el hecho de que se oculte el nombre de la amiga de Virginia, de modo que quien parece que investiga y escribe la novela que leemos es la propia Care Santos.
El aire que respiras tiene un argumento original, pero falla en su contenido, no tanto en su forma, pues resulta enrevesado. Se trata de una novela descompensada, que cuenta con un magnífico escenario, muy trabajado, pero el excesivo número de personajes, los continuos saltos en el tiempo y su fortísima carga histórica, hacen que no sea, para mí, un libro que recomiende a la ligera. Sin embargo, estoy convencida de que gustará especialmente a los bibliófilos, y a los que guardan una relación estrecha con Barcelona.