El origen del ajedrez tiene raíces muy profundas en la historia de la cultura universal. Hace más de tres mil años se practicaba en la India un juego que con el correr del tiempo se convertiría en el rey de todos los juegos, el chaturanga. Nadie sabe a ciencia cierta como surgió, o quién lo inventó, y es por eso que el nacimiento del ajedrez se confunde con los mitos, las leyendas y ciertamente con la religión. Aunque existen pruebas de que los griegos practicaban un juego de mesa de carácter bélico durante la Guerra de Troya, magistralmente narrada por Homero en sus inmortales poemas, no podemos arrebatar a la India la paternidad del juego.
Como todo producto cultural, el chaturanga se propagó en su lugar de origen, igual que se propaga la lengua. Una vez que la cultura se propaga es imposible detener su camino, y su evolución. Es por este motivo que después de luchas y conquistas por parte de los Persas sobre la India, estos aprendieron el juego y se lo llevaron. Persia fue conquistada por los Árabes siglos más tarde y ellos extendieron su práctica conforme extendieron su Imperio. Durante este largo período los Árabes fueron cambiando algunas características del chaturanga, y ya para el siglo IX lo habían bautizado como shatranj. El contacto de los Árabes con Europa hizo que el juego se extendiera por el mundo cristiano a través de España e Italia. Lo practicaban campesinos, nobles, clérigos, monges, comerciantes...
La Iglesia Católica, celosa de cuidar el alma de sus fieles, había notado que el shatranj despertaba pasiones escondidas de una manera radical. Podía infundir grandes alegrías o tristezas, así como furias incontenibles. En el siglo XI una bula papal prohibe la práctica de este juego por considerarlo demoníaco.
La prohibición no fue suficiente para que en los monasterios y en los castillos se continuara explorando las posibilidades estéticas de un juego que iba tomando características más europeas. Cuando el Rey Alfonso X El Sabio, bautiza al juego con el nombre de axedrez y escribe un tratado para la enseñanza de sus reglas, ya se trataba de un juego eminentemente caballeresco.
Durante el Renacimiento, en Italia, toma la forma con que conocemos al ajedrez en nuestros días. Antes se trataba de un juego de maniobras muy lento, en el que las partidas duraban varios días. Las nuevas reglas introducían gran vivacidad, una alta dosis de violencia, y una rapidez inucitada. Bien hicieron los italianos en bautizarlo "Scacchi alla Rabiosa".
La Inquisición, reconociendo la larga tradición de práctica en los monasterios y de los fieles, logró que el Papa levantara la prohibición que nadie había cumplido. El ajedrez desde entonces se practica en todo el mundo, con la bendición de la Iglesia.
Y es que no podía ser de otra manera. El ajedrez es un verdadero símbolo de la lucha entre el bien y el mal, del equilibrio del universo y el alma. Cuando se juega al ajedrez se alcanzan altos grados de concentración, que solamente se pueden comparar con los estados de oración profunda. Los espíritus atormentados no se pueden dedicar a la rigurosidad del ajedrez, porque jugar ajedrez es comunicarse con el Creador. Jugar ajedrez no es jugar, es orar. No debemos extrañarnos de que las personas de espiritualidad más profunda practiquen el ajedrez. Y no solo eso. Ellos lo recomiendan!
Para muestra un botón. El Papa Juan Pablo II en sus años de juventud era un ajedrecista muy respetado en Polonia, y se dice que en el Vaticano algunas veces sacaba tiempo para disfrutar de los trebejos. De aquellos años en los que tuvo que soportar la Ocupación Nazi, nos ha llegado una composición suya, de singular belleza y equilibrio.
Juegan las blancas y dan mate en dos movimientos (Karol Wojtila)
Gracias a Dios por el Ajedrez!
Fuente: ITCR