Mi nunca lo bastante venerado Paulo Coelho dijo en una ocasión que sólo hay cuatro tipos de historias: una historia de amor entre dos personas, una historia de amor entre tres personas, una lucha por el poder, y un viaje. No es mi intención enmendar al maestro, pero en mi humilde, todas las historias se reducen, en esencia, a un único motivo: un conflicto. El nudo, lo llamaba algún clásico. ¿Qué es un viaje, por ejemplo, si no un conflicto entre partida y destino, entre camino y caminante?
Y conflictos, en Wolf Hall (al igual que a Jorge, me duele la traducción del título que ha hecho la editorial Destino) hay para alquilar sillas (una expresión del catalán que siempre me ha gustado; algo así como "para dar y vender"): Enrique contra Catalina, Catalina contra Ana Bolena, Moro contra Cromwell, Inglaterra contra Francia, Enrique contra el Papa... En definitiva, una época con la que el lector del siglo XXI está perfectamente familiarizado. Pero, por mor de este afán de reduccionismo que me domina hoy, todos estos conflictos que pueblan Wolf Hall podrían de nuevo resumirse en uno solo: el pasado contra el futuro, o dicho de otra forma, el oscurantismo medieval contra el progreso del Renacimiento.
“Digamos que te haré trizas. Yo y mis amigos banqueros."¿Cómo se lo puede explicar? El mundo no lo dirigen quienes piensa. No está dirigido desde cuarteles fronterizos, ni siquiera desde Whitehall. El mundo está dirigido desde Antwerp, desde Florencia, desde sitios que jamás ha imaginado; desde Lisboa, desde donde barcos con velas de seda parten hacia poniente y arden al sol. No desde las murallas de los castillos, sino desde las casas de contabilidad, no lo dirige el toque de corneta, sino el clic del ábaco, no el chasquido del mecanismo del fusil sino el ruido del trazo de la pluma sobre el pagaré por el importe del fusil, el armero, la pólvora y el disparo.”James Bainham, hereje. Eran otros tiempos, dicen
Wolf Hall se adentra en aquellos años fascinantes que marcaron de forma inequívoca el curso de la historia, y lo hace centrándose en Thomas Cromwell, un personaje que habitualmente queda en la sombra que proyectan sus grandes contemporáneos, Enrique VIII o Tomás Moro. De este último, ya hablamos aquí, aunque hay que señalar que Mantel es bastante menos benévola con el martillo de herejes de lo que lo es Peter Ackroyd. El Moro que vemos en Wolf Hall es un auténtico sádico, aunque, todo hay que decirlo, lo vemos, como todo lo demás, a través de los ojos de Cromwell, que, si no era exactamente su enemigo, sí era el macho alfa rival en la corte. Hay una escena magistral en la que se cruzan las infancias de Cromwell y Moro. Años más tarde:
"Piensa, yo te recordaba, Tomás Moro, mas tú no te acordabas de mí. Ni siquiera me viste venir."Eso sí, al igual que en la biografía de Ackroyd, Moro cobra una gran dignidad cuando, al final de sus días, antepone sus principios a su propia vida. Se me ocurre, sin embargo, que en nuestra época dicha actitud, lejos de parecernos heroica, se nos antoja bastante siniestra. ¿Acaso el Moro que, convencido de que su pasaporte al cielo está en regla, abraza la muerte con fe y un entusiasmo no exento de temor, acaso es tan diferente del asesino que se revienta en un autobús repleto de gente mientras el sueño de las vírgenes que el Profeta le ha prometido le dibuja una sonrisa en los labios? Bueno, no divaguemos. Tomás Moro, en todo caso, es, como en el libro de Ackroyd, un personaje suculento, y sus duelos con Cromwell no sólo echan chispas sino que, además, son chispeantes.
Antología de las rabietas de Enrique en Los TudorNo he visto esta serie, pero este Enrique no me lo creo
Enrique VIII es la otra gran figura que, junto con Moro, siempre ha hecho sombra en la Historia a Cromwell. Todos sabemos lo que creemos saber de este rey, a saber, que se casó seis veces y que sus esposas tenían muy ocupado al verdugo (en realidad, "sólo" hizo decapitar a dos de ellas). La Historia nos lo muestra como un tipo tan bruto como inseguro, y tan lujurioso como insatisfecho. Lo cierto es que, si Moro puede representar ese oscurantismo medieval del que hablábamos antes, y Cromwell, al hombre ilustrado, viajado y hecho a sí mismo que arma su propio destino, Enrique estaría quizá entre los dos. Por una parte, personificó como pocos monarcas al hombre del Renacimiento: poseedor de una vasta cultura, fue también poeta, compositor, deportista y hasta se daba ínfulas de arquitecto. Por otra parte, cuesta calificar de humanista a un hombre que tenía el hacha tan fácil. Y paradójicamente, uno tiene la impresión de que, desde el punto de vista de la psicología del personaje, Enrique VIII, quizá debido a su transparencia, resulta bastante menos interesante que cualquiera de los que le rodeaban, algo que, por otra parte, sucede con frecuencia en los círculos del poder. También lo entiende así Hilary Mantel, para quien los actos de Enrique y las decisiones que creía tomar siempre tienen más peso que su pensamiento.
"Está muy bien hacer planes para lo que harás dentro de seis meses, o lo que harás dentro de un año, pero de nada sirve si no tienes un plan para mañana."
El gran Charles Laughton. Esto ya es otra cosa
"Everyone is called Thomas", dice uno de los personajes. Efectivamente, aparte de Cromwell, la galería de Thomases en la corte de Enrique incluye a Wolsey, Moro, Audley, Cranmer, Bolena y algún otro. Pero no es esa competencia onomástica lo que hace tan admirable el ascenso de nuestro héroe hasta codearse con su majestad y convertirse en el hombre más influyente del reino, sino sus orígenes, no excesivamente humildes, pero sí intolerablemente plebeyos. Los nobles recelan de este personaje, al que se refieren despectivamente como "ese hijo del herrero".
Walter Cromwell
Lo poco que se sabe de la infancia y juventud de Cromwell juega a favor de la autora, que no obstante, no aprovecha esa escasez de datos para dar rienda suelta a su imaginación. Antes al contrario, Mantel intenta en todo momento ceñirse a los datos históricos. Así, el retrato de su padre, un salvaje energúmeno capaz de apalear a su hijo y dejarlo tirado en mitad de la calle, no requiere largos vuelos de la imaginación. De hecho, sabiendo que la casa de Walter Cromwell, herrero, cervecero y amo de una taberna, se encontraba en Putney Heath, a la sazón notorio por sus bandoleros, y que él mismo había tenido frecuentes problemas con las autoridades, no cuesta mucho añadirle al personaje el detalle de su carácter violento. En la novela, después de dejar al pequeño Cromwell magullado y cubierto de sangre, nos encontramos a un hombre ya hecho y relativamente derecho de cuyos años mozos la autora nos irá sirviendo jugosos retazos. De esta manera, sus días de pendenciero y mercenario por Europa, de los que muchos lectores -equivocadamente, como veremos a continuación- querrían saber mucho más, los vemos a esporádicas pinceladas a través de sus recuerdos, o de las conversaciones con otros personajes.
Hans Holbein el Joven , el hombre que los retrató a todos
Hay que hablar ahora de lo que esta novela no es. Wolf Hall no es la biografía de Thomas Cromwell, sino el retrato de un hombre al que conocemos en un período concreto de su vida y de la historia, en el momento en que juega el papel de mano derecha del cardenal Wolsey. Cómo ha llegado hasta allí no es tan importante como lo que va a ver, oír y, con mucha discreción, hacer a partir de entonces. Como quizá intuyáis por el título de la entrada, la obra de Mantel es una fascinante visión de los entresijos de la corte de Enrique VIII, de momentos históricos como la caída de Wolsey (que Cromwell no perdonará), la expropiación de los bienes de la iglesia, la aparición de la pérfida Ana Bolena, la excomunión de Enrique, la caza de herejes y de biblias traducidas al inglés, y demás. Es también un excelente retrato de personajes tan interesantes como Catalina de Aragón y su hija María, el pintor y amigo de Cromwell Hans Holbein; secundarios de la historia como el obispo Stephen Gardiner, encargado de decirle al papa "que dice mi rey que se quiere divorciar", y tantos otros ya mencionados de entre una inagotable galería.
La caída de Thomas Wolsey, momento crucial en la historia. Aquí, Wolsey se desprende del sello Real
Pero sobre todo, y a modo de advertencia, hay que decir que Wolf Hall no es una novela histórica. Sospecho que las escasas opiniones negativas que cosecha en foros y páginas de estrellitas se deben a que esos lectores emprendieron la lectura esperando algo muy diferente. Para empezar, no me da la impresión de que el objetivo primordial de Hilary Mantel, a pesar de que se documentó de manera extraordinaria (y aun así, comete algún desliz como "San Diego de Compostela"), haya sido recrear toda una época, algo que, admito discrepancias, es propio de ese tipo de novelas. Su interés casi exclusivo es ahondar en la psicología de sus personajes, y, de esto no me cabe duda, mostrarnos cuán poco ha cambiado la política en estos últimos cinco siglos.
"Ningún dirigente en la historia del mundo se ha podido jamás permitir uba guerra, Las guerras no son asequibles. No hay príncipe que diga, 'éste es mi presupuesto, así que éste es el tipo de guerra que puedo librar'."
El chico callado de la clase que siempre saca matrículas, retratado por Holbein
Además, Wolf Hall no tiene ese aire épico que suele caracterizar a las novelas históricas, y su lectura exige un alto nivel de concentración (no, no estoy menospreciando la novela histórica). Sin ir más lejos, parece ser que en inglés el uso del pronombre "he" causa especial irritación, y es cierto que hace falta un tiempo para acostumbrarse al estilo de la autora. Pero el fruto del esfuerzo, que al fin y al cabo no lo es tanto, es una inolvidable inmersión en ese mundo oscuro, peligroso, traicionero del que Cromwell y otros intentan emerger para alcanzar de lleno la Edad Moderna. ¿Lo hacen movidos por el humanismo? Ésa es una de las grandes cuestiones que plantea el libro y que le confiere una, no sé si rabiosa, pero sí gran actualidad. ¿Qué mueve a los poderosos? ¿Sus ideales? ¿O más bien, como solemos pensar, el afán de más poder? ¿La venganza, quizá? Mantel logra hacer de Cromwell un personaje sutil, complejo, enigmático y desagradablemente atractivo que, afortunadamente, no responde de manera clara a ninguna de esas preguntas.
"Son nuestra virtudes las que nos hacen; pero las virtudes no bastan, en ocasiones debemos desplegar nuestro vicios."
La autora y sus personajes
Mantel ganó con esta novela el premio Booker y volvió a ganarlo con Bring up the bodies (en español, Una reina en el estrado), la segunda parte de lo que será una trilogía. Frotándome las manos estoy.