La muerte del presidente venezolano Hugo Chávez Frías ha desatado una incontenible avalancha de opiniones encontradas, la mayoría bastante apasionadas. Tras catorce años al frente de la presidencia podría decirse que removió al país e hizo historia. Demonizado por unos y santificado por otros, la realidad es que su paso por el gobierno dejó una huella imborrable; porque esa es la cuestión, se trata de una época trascendente en la historia, no ya de Venezuela, sino de Latinoamérica, y del papel de esta en la humanidad: de alguna u otra forma ha comenzado a tener más voz.
Es innegable la influencia que ha tenido el presidente venezolano en el resto de las naciones latinoamericanas y ciertamente no fue un presidente perfecto (eso no existe, no sean ilusos) pero no se puede negar que Venezuela cambió para siempre. Si es para bien o para mal, es algo que se decidirá cada día, a cada instante, con cada paso que den los venezolanos. Durante su gobierno hubo cambios en salud, educación, cultura y diversas políticas sociales… No se le puede achacar a Chávez que no lo haya intentado, por un lado, y por el otro un gobierno no es una persona, es un pueblo: a distintos niveles todos los ciudadanos son responsables de la construcción de su país.
Ahora llega otro cambio, del que ya no se podrá culpar a Chávez, pero no importa: siempre habrá alguien a quien culpar.
Y nosotros, aquí, hablando del alcalde de nuestro pueblo.
El Estafador #158, el alcalde de mi pueblo.