Revista Cultura y Ocio

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

Por Luis G. Magán @historiaymundo

9 DE AGOSTO DE 1.936

VIANA

“Felipe Aragón Aragón, sentado, segundo por la izquierda”

Aquella mañana, Hilario, como tantos otros días del verano de 1936, se había levantado antes del alba para asearse y partir temprano hacia la finca  en la que las agostadas espigas esperaban la hoja de su guadaña.

Acompañando al padre, aún de noche, salió de su casa en Viana camino de la Hoya de  Cornaba.

Hilario ya no era un chiquillo y, por supuesto, estaba capacitado para ayudar en la labores del campo pero todavía no tenía esa edad en la que los mozos dejan de serlo y pasan a considerarse hombres, y eso en aquellos días era muy importante.

Muchos eran los hijos de Viana, poco mayores que él, que habían partido al frente, alegres y orgullosos con sus flamantes uniformes y sus vistosas boinas rojas.

La herencia y la tradición de aquellos navarros les hacía sentir que la llamada a la defensa de la patria fuera el mayor de los orgullos y seguir los pasos de sus antepasados era una obligación que daba sentido a sus vidas.

Eran hijos, nietos e incluso biznietos de soldados, y eso hacía que, en aquella amalgama de grupos, intereses e ideologías que apoyaban a los que se habían alzado “contra un Estado Republicano, que estaba desgarrando el país”,  los requetés brillaran con luz propia.

Entonces no sabían que para muchos aquel iba a ser un camino sin retorno.

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

En más de una finca,  aquel año, el grano quedaría sin recoger, sería difícil cosechar sin manos para la siega, por lo que Hilario y su padre trabajaban sin descanso.

En la hoyada, donde se encontraban, pronto el sol empezó a apretar, necesitaban agua para saciar su sed, y para eso estaban los aljibes que desde antaño se situaban en lugares estratégicos almacenando el preciado líquido.

Por mandato de su padre Hilario abandonó su trabajo para ascender a lo alto de la colina en la que, oculto por un montecillo, se escondía uno de aquellos tesoros. Había que subir por una empinada cuesta por la que discurría una pequeña senda que formaba parte del  camino por el que desde siglos transitaban los peregrinos en su ruta hacia  Santiago de Compostela.

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

Poco antes de llegar a la carretera que se dirigía a Pamplona, a unos veinte metros, debía girar para encontrar la  explanada donde podría recoger el agua.

Así lo hizo, y cuando por fin llegó cansado y sudoroso  se quedó helado. Ante él, un abismo, la imagen de la muerte hasta entonces desconocida, tres hombres, tres cuerpos tendidos con sus ropas ensangrentadas yacían inertes junto al aljibe.

No pudo ver más, el recipiente que habría de contener el agua cayó y él se volvió con la mano en la boca para intentar parar el vómito que apenas pudo contener.

¡Padre, padre!, corrió ladera abajo asustado con lágrimas en los ojos prometiéndose que nunca volvería a segar, nunca más, en aquella maldita finca de La Cornaba.

LOGROÑO

El teléfono suena en la centralita, “Sí son tres, hombres los tres, han aparecido junto a la carretera de Pamplona  en el kilómetro 77 en el término de La Cornaba a unos 10 metros a la derecha tras un ribazo, el lugar pertenece al Ayuntamiento de Viana”. “Eso es Navarra pero como está muy cerca de Logroño nos acercaremos más tarde, además con toda seguridad serán riojanos”.

Hoy es un día especialmente largo, ya han aparecido más de una decena de cadáveres,  y el personal de la Cruz Roja no da abasto a recogerlos con sus escasos medios.

Hace casi un mes, desde el aciago 18 de Julio, que la rutina habitual de los hombres de la humanitaria organización, que consistía en atender y trasladar enfermos o heridos, accidentalmente se había visto alterada de forma abrupta. Ahora, gran parte de su trabajo se dedicaba a  recoger los cadáveres que aparecían esparcidos en las cunetas de los campos de La Rioja.

Ellos acudían, tras las llamadas de lugareños o en otros casos tras anónimos avisos,  a certificar la muerte de sus paisanos asesinados  y se hacían cargo de sus cuerpos.

Su labor era muy importante porque examinaban los cadáveres y anotaban sus características dejando indicios de su identidad. Aunque generalmente no se hallaba ningún documento personal, en ocasiones aparecían nombres escritos, un trozo de papel que los sacaba del anonimato.

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

Ese nueve de agosto ya se habían recogido ocho cadáveres en La Grajera de Nájera y otros cuatro en las tapias del cementerio de Logroño. Todos irían a parar a la fosa común del cementerio de la capital riojana.

No fue hasta mediados de septiembre cuando, saturado aquel lugar, se eligió una Barranca en Lardero, no muy lejos de Logroño, como lugar de ejecución y enterramiento evitando así el ingrato trabajo de recogida y traslado de cadáveres.

Todavía faltaban muchos días para que la sombra de terror y odio se alejara de aquellas tierras.

Sea como fuere, cuando esa tarde los miembros de la Cruz Roja se acercaron por fin a certificar la muerte de los tres hombres de La Cornaba, tomaron nota con relativa precisión  y así los describieron:

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

Una vez apuntados los datos en su respectivo cuaderno, por algún desconocido motivo, se decidió no trasladar los cuerpos a la fosa de Logroño y se optó por enterrarlos en Viana. Casi con total seguridad, se les dio sepultura en el cementerio de la localidad, extramuros, en la zona  que se utilizaba para los que se consideraban no merecedores de descansar en camposanto.

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

No hubo registro ni memoria de su enterramiento.

La tierra y el silencio los cubrió pero nunca el olvido de los suyos.

Alguien al pie de aquellas frías descripciones dejó constancia de sus nombres y de su origen, Haro, anotando también el pueblo donde reposarían para siempre, Viana.

Ellos eran Felipe Aragón Aragón, alcalde legítimo de Haro, su hijo, Felipe Aragón Aguirre y Alfonso Tobalina Aragón, primo del alcalde.

8  DE AGOSTO DE 1936

DE HARO A LOGROÑO

Felipe no puede dejar de mirar a su hijo y de sentir una punzada en el pecho pensando que han sido sus convicciones las que le han arrastrado con él hacia aquel camino de futuro incierto.

Pero pronto se consuela al verle hecho un hombre íntegro que, a sus 25 años, ha formado una preciosa familia que le ha dado dos nietos, Isabel y Felipe, que son su alegría.

Día a día trabaja junto a él en la panadería y se siente orgulloso de compartir, no solo el esfuerzo diario, sino la inquietud porque las cosas mejoren.

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Es esa conciencia social la que les ha llevado a militar en un partido Republicano de Izquierda. Su esperanza es que las desigualdades que rodean la vida de las gentes de Haro y de España se reduzcan y entre todos eliminen los privilegios de unos pocos para conseguir una sociedad más justa que salga de una vez del atraso y de la pobreza.

Junto a su hijo Felipe, cabizbajo y en silencio, su primo Alfonso, en qué maldita hora volvió de Argentina para encontrase con este país miserable y cainita.

Se dirigen a Logroño, custodiados por la Guardia Civil. Eso en cierta forma le tranquiliza, le cuesta creer que aquellos hombres que hasta hace pocos días le respetaban como máxima autoridad municipal, ahora le vayan a causar algún mal.

Es consciente de que el Capitán Azorín, jefe del puesto de la Guardia Civil de Haro, se puso desde el primer momento del lado de los sublevados, pero Felipe recuerda bien el nexo que entre ellos se creó la noche de aquel 8 de diciembre del 33. En medio de la tensión generada por una huelga instigada por la CNT, unos individuos dispararon a bocajarro al capitán delante del Ayuntamiento y fue él quien personalmente le auxilió y le trasladó a la clínica del doctor Santos Saralegui donde le salvaron la vida.

Han sido cinco años intensos desde aquel lejano 14 de Abril y las cosas nunca fueron sencillas.

Pasar de la euforia de los comienzos a la dura realidad de la tensión diaria nunca hizo fácil seguir adelante. Eran demasiadas las diferencias, demasiadas las necesidades y pocos los recursos. Y así, entre unos y otros, nos hemos cargado todo.

Ser alcalde, qué necesidad tenía de serlo, siempre de forma accidental por la responsabilidad de cubrir un puesto a menudo vacante por la delicada salud del titular.

Pero bueno, su conciencia está tranquila. Hasta el último día que estuvo en su puesto intentó hacer lo mejor por la gente de su pueblo, y el mismo  17 de julio daba cuentas del viaje recién hecho a Madrid para conseguir recursos con los que ejecutar obras municipales que paliaran de alguna manera el paro que castigaba a tantos conciudadanos.

El Bastón de mando lo entregó con dolor, no por él, sino por lo que significaba de derrota, de renuncia a la legalidad y a la justicia por la que tanto habían luchado, pero con mucha dignidad: “Aquí te entrego la vara de alcalde, con siete años de República sin una gota de sangre, espero que así la conserves”, le había dicho a su sucesor y usurpador del cargo.

Pero bien sabía él que aquellas palabras no eran más que un deseo irrealizable. Varios eran los vecinos que ya habían sido asesinados en esos días, y la situación de los que estaban encerrados en Los Agustinos y el inmediato arresto domiciliario de los concejales de izquierdas, no presagiaban nada bueno.

Y ahora aquel traslado, los tres juntos a la cárcel de Logroño.

Dejaban atrás a sus familias y era por los que más sufrían. Él, con sus 51 años, ya se asomaba a la vejez y sabía que sería duro, su hijo Felipe y Alfonso eran mucho más jóvenes, así que seguramente aguantarían mejor el previsible cautiverio.

Además, ellos no habían hecho nada malo. Su carácter siempre había sido conciliador, y a él le había tocado mediar en más de una ocasión entre aquellos radicales anarquistas, que encendían a los trabajadores de las bodegas, y los soberbios falangistas, siempre a la gresca.

Todo iría bien, estaba seguro de que nadie en su pueblo le deseaba ningún mal.

LOGROÑO

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro
Son varias las horas que han pasado desde que llegaron a Logroño. Felipe no puede dejar de pensar en  su querida Isabel y en sus pequeños, Isabelita y Felipe.

La angustia que vio en sus ojos cuando fueron a su casa a detenerle no se le va de la cabeza, no tuvieron tiempo de despedirse y un extraño presentimiento que no le abandona le hace pensar lo peor.

Pero no puede ser, es imposible que le separen así de su familia. Está dispuesto a aguantar lo que sea para volver a reunirse con ellos.

Será difícil apañarse en la panadería sin sus manos y las de su padre pero seguro que su madre y sus hermanos saldrán adelante hasta que regresen. También estarán ahí para ayudar a Isabel, solo se trata de aguantar.

Su padre le preocupa más, porque a pesar de no ser un hombre excesivamente mayor, de repente se le ve más envejecido, no sabe lo que le pasa exactamente por la cabeza, pero hay una carga muy pesada que sin duda le atormenta.

Alfonso, a su vez, está cada vez más inquieto. Siente la desazón de estar encerrado y añora los espacios abiertos, recuerda esa sensación de libertad que hace tan poco sentía cuando navegaba de regreso a casa, atravesando el Atlántico desde el Nuevo Continente. Piensa en su padre fallecido poco tiempo atrás y, a pesar del dolor que le provocó su pérdida, no puede dejar de sentir cierto alivio sabiendo que él no tendrá que vivir los momentos tan amargos que están por venir.

Poco a poco la tarde pasa y la noche llega, pero cuando el sol es tan solo un recuerdo y las negras sombras se adueñan de sus sueños, las puertas de sus celdas se abren.

MADRUGADA, 9 DE AGOSTO DE 1936

LA CORNABA – VIANA

Un frenazo brusco hace que el vehículo se detenga a un lado de la carretera. “El paseo” ha sido corto. Desde que les han sacado de la cárcel y, después de atarles las manos a la espalda,  les han arrastrado a la parte trasera de la camioneta, apenas ha pasado media hora.

Los hombres armados que les flanquean no les han permitido hablar, pero el gesto de sus rostros deja entrever la tensión que les atraviesa.

Los verdugos ansían que el tiempo pase rápido para acabar cuanto antes y las víctimas se buscan con la mirada para intentar congelar el instante.

Felipe está hundido, la esperanza que anidaba en él se ha desvanecido. En el fondo pensaba que su destino estaba escrito desde que salieron de Haro, su cargo le había condenado, pero su hijo y su primo, por qué están ahí.

A empujones les hacen saltar del camión. Agarrados del brazo para que no caigan de bruces y no se les ocurra salir corriendo, les conducen por el pequeño sendero que desciende por la loma para pronto hacerles girar a la izquierda.

La noche estrellada y la luna de agosto, testigos mudos, iluminan el camino.

Alineados los tres, de espaldas o mirando de frente a sus asesinos, quién sabe. Con el ribazo que les separa de la carretera y oculta el crimen tras ellos.

Por un momento se reunió en aquel rincón de Navarra todo el dolor de nuestra historia.

Felipe, el padre. Felipe, el hijo. Alfonso, también de su misma sangre, a punto de morir y viendo morir al otro, muriendo dos veces, cuánto dolor y cuánta infamia.

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

Con el sonido de los disparos, todo acaba. La sangre inocente de la familia Aragón brota como un río para mezclarse con su tierra para siempre. Mientras, los verdugos aliviados después de comprobar que el trabajo está hecho, abandonan el lugar. Mañana seguirán su labor, queda mucho por hacer.

Allí, junto al aljibe de Cornaba quedan los tres. La oscuridad de la noche los amortajará y las vides y las mieses los velarán.

AGOSTO DE 2018

LA CORNABA-VIANA   

Inma Aragón mira los campos hoy llenos de viñas que se extienden a sus pies, con el corazón encogido y los ojos humedecidos. No puede dejar de pensar en su padre Felipe y en su abuela Isabel. Aquella mujer fuerte y menuda que se quedó sola con sus dos pequeños, que luchó y rehízo su vida con un buen hombre, Fermín Ontañón, al que le dio otra hija, Francisca, y que fue un buen marido y buen padre que quiso como suyos a los hijos de Felipe.

Isabel, que un día le confesó que, aunque mucho había querido a Fermín, un trozo de su corazón siempre fue para Felipe, su primer amor al que nunca pudo olvidar.

Felipe se desvaneció aquella madrugada en las tierras de Viana, con su padre y con su primo. Se fundieron en un abrazo eterno que los asesinos no pudieron romper.

Más de 2.000 fueron los asesinados aquellos meses en las tierras riojanas. En un lugar donde, a pesar de que  la guerra pasó de largo, el odio supo buscar sus víctimas.

No solo se pretendía eliminar a las personas sino aniquilar sus ideas y cubrirlas con el olvido.

Y, aunque durante décadas el miedo y la necesidad de proteger a los suyos hizo que las supervivientes, madres y mujeres en su mayoría, escondieran el sufrimiento con el manto del silencio, hoy  lugares como La Barranca, donde se homenajea a todos y cada uno de los asesinados, certifican que la intransigencia de la sinrazón no lo consiguió.

El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro
El Alcalde Felipe Aragón, la deuda histórica de Haro

Felipe, Felipe y Alfonso  siguen vivos en Isabel Aragón, en Inmaculada Aragón y en todos los suyos, pero no estaría de más que de una vez por todas, Felipe Aragón Aragón, el último alcalde legítimo de Haro, hasta la llegada de la democracia, tuviera el reconocimiento público que todo su pueblo le debe.

Con Felipe Aragón no solo asesinaron a un hombre bueno en aquella cuneta de Viana sino que asesinaron la libertad y la voluntad de Haro. Nos asesinaron un poco a todos.

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BIBLIOGRAFÍA: AQUÍ NUNCA PASÓ NADA.

Autor: Jesús Vicente Aguirre.

AGRADECIMIENTOS:

A Paco Marín y Jesús Vicente Aguirre por su interés y amabilidad en La Barranca.

A Amale a Félix Cariñanos, y  a la Alcaldesa Yolanda González, por su recibimiento e interés en el Ayuntamiento de Viana.


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