Revista Opinión

El alcohol: el asesino sigiloso

Publicado el 22 noviembre 2016 por Carlosgu82

En España, la edad de inicio en el consumo de alcohol, tabaco y cannabis es de 13 años. Cada vez, empezamos antes. A pesar de que disponemos de mayor información que hace treinta años, estamos retrocediendo, puesto que no hacemos un correcto uso de los conocimientos que están a nuestro alcance. Muchos adolescentes (incluso adultos, me atrevería a afirmar) piensan que el alcohol no mata o que, al menos, no lo hace a la misma velocidad que pueden hacerlo las drogas duras, como la cocaína. Sin embargo, si te excedes, es obvio que puedes llevarte una sorpresa. Los chavales desconocen cómo puede reaccionar su cuerpo (que aún está en desarrollo) frente a los excesos. Y se confían. El cuerpo humano no se encuentra del todo formado a esas edades y por lo tanto, es de sentido común que no podrá enfrentarse a una intoxicación con la misma eficacia que un organismo ya adulto. En algunos casos, es evidente pensar que si te bebes una botella entera de vodka de una sentada y sin mezclar, algo malo puede ocurrirte. No me refiero al puntillo, si no a un coma etílico. Eso es lo que mató hace unas semanas a Laura Filipczuk, la niña de 12 años de origen polaco, cuyo cuerpo no pudo asimilar cuatro horas de irresponsabilidad en aquel botellón. Bebió ron y vodka sin parar durante ese tiempo, algo que cuesta comprender si lo vemos con perspectiva. ¿Qué pretendía conseguir? Los adultos somos muy conscientes de los daños; los menores, no tanto. A pesar de esta diferencia, unos y otros vivimos en una sociedad donde si no bebes y todos tus amigos sí lo hacen, eres el raro. La pertenencia a un grupo en el que eres aceptado y valorado tiene mayor importancia que mirar por la propia salud, aunque, por supuesto, todo depende del grado de influencia que tengan ellos sobre ti o de la fortaleza mental de cada individuo. Si se trata de niños, que todavía no han construido una personalidad fuerte, el asunto se complica. Las leyes existen por algún motivo y no es razonable que si los comercios no pueden vender alcohol a menores de edad, nos saltemos la normativa a la torera. Siempre hay algún adulto inconsciente dispuesto a proporcionar este tipo de bebidas a los chavales de su entorno y a eso, hay que añadir que los padres cada vez controlan menos a sus hijos. Las obligaciones del día a día hacen que estos detalles pasen a un segundo plano. El problema radica en que vemos como algo normal que los adolescentes se emborrachen, porque en teoría, están en la edad. No termino de entenderlo; quien escribe estas líneas, con trece años, aún jugaba con muñecas y apenas salía sola a la calle. Era demasiado pequeña y me educaron en consecuencia. Hoy, a esa edad, saben más que nosotros con veinte. De lo que les interesa, claro. Muchos dicen que una de las soluciones para atajar este problema podría ser plantear alternativas de ocio más saludables, como asistir a eventos culturales. Considero que esas opciones ya existen y sin embargo, los chavales las ignoran. Algunos, esperan con ganas la llegada del fin de semana para ingerir grandes cantidades de alcohol y ni contemplan la posibilidad de divertirse de otro modo. Todos sabemos que entre acudir a una exposición de pintura, por ejemplo, y quedar en el parque de moda para hacer botellón, la mayoría elegiría la segunda opción. Es triste, pero tampoco seamos hipócritas. Es la excusa que ponemos ante un problema que se nos está yendo de las manos: es que los menores no tienen otras cosas que hacer. Gran mentira. Existen otras actividades, pero ellos NO las quieren. Y ahí es donde debe entrar una buena educación. Las malas influencias ponen a prueba las enseñanzas que les inculcamos a nuestros hijos, pero es nuestra obligación apartarles del mal camino. Porque beberse una copa o dos de vez en cuando no es malo, siempre que no se tengan trece años, ni exista el objetivo concreto de beber hasta perder el sentido. Creo que la moderación es la clave en cualquier reunión de amigos. Vida solo tenemos una y parece que los chavales tienen el extraño empeño de querer acabar con ella cuanto antes. Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver, tal y como decían en la película titulada Llamad a cualquier puerta, de Nicholas Ray. Y todo por creerse mayores en un entorno que debería estar reservado a los adultos. Tenemos las herramientas para acabar con esta tendencia destructiva. A ver si sabemos usarlas.


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