– Marina Muñoz Cervera –
¿Podríamos considerar saludable el consumo cotidiano de cerveza o vino?
En una sociedad en la que el consumo de alcohol se asocia a celebración, a momentos intensos, o como un relajante tras una ardua jornada laboral, parece absurda la pregunta anterior.
Sin embargo, cuando un tóxico, como el alcohol, se publicita como un elixir para la salud, que reduce el riesgo cardiovascular, siempre y cuando no se llegue a un consumo abusivo, adicción total o alcoholismo crónico, es conveniente conocer cuáles son los efectos reales para nuestra salud, partiendo de una sola copa de vino o de una cerveza.
En cuanto al consumo nocivo de este tóxico, todos sabemos que sus efectos son devastadores para el organismo. Pero, en muchas ocasiones, la adicción al alcohol tiene su punto de partida en pequeñas cantidades a las que nos vamos acostumbrando y nos parecen insuficientes, sobre todo cuando concurren problemas emocionales o de otra índole, pudiendo desembocar en un alcoholismo crónico o en una seria dependencia social al alcohol.
Hay algunos patrones sociales que fomentan la «alcohofilia» de una población y son los siguientes:
– Patrón sociocultural de beber en cualquier momento y lugar.
– La búsqueda, por parte de la persona, de los efectos del alcohol, sobre todo la euforia y la facilitación del control social.
– Actitud permisiva o condescendiente e incluso jocosa, de la sociedad ante la embriaguez.
Los rasgos anteriores están condicionados por el prestigio del alcohol y el fácil acceso a las bebidas alcohólica en muchas sociedades.
Más allá de la relajación aparente a la que conduce este tóxico, sumada a una sensación de euforia transitoria, acompañada de desinhibición, las bebidas alcohólicas, aunque se consuman en pequeñas cantidades, producen cambios orgánicos. Además, este tóxico, que es considerado popularmente como un estimulante, realmente es una sustancia depresora del sistema nervioso central.
Muchos de los efectos sobre nuestro organismo, que describiremos a continuación, seguramente nos resultarán conocidos, aunque solamente hayamos bebido un par de copas, de cuando en cuando, para celebrar cualquier efemérides.
Acciones del alcohol sobre el nuestra digestión.
Vamos a centrarnos únicamente, en los efectos sobre el sistema digestivo, como puerta de entrada de los nutrientes a nuestro organismo, y del que depende nuestro funcionamiento metabólico global.
La digestión de los alimentos es un proceso fundamental para nuestra salud, ya que gracias a la misma podemos obtener los nutrientes procedentes de los alimentos y, dependiendo de cómo se lleve a cabo la misma, gozaremos de mejor o peor salud metabólica y, por tanto, global.
Desde el momento que estamos bebiendo una copa de vino o una cerveza, se producen cambios en nuestro funcionamiento esofágico.
Este tóxico altera los movimientos peristálticos del esófago, acción que continúa a nivel del estómago, donde, además se modifican las secreciones gástricas por un efecto doble:
– Acción sobre la producción de hormonas, como la gastrina.
– Efecto irritante-erosiva local sobre la mucosa.
– Aumenta la secreción de ácido gástrico.
Todo lo anterior, desemboca en un aumento de la velocidad del vaciado gástrico.
Una vez en el intestino, el alcohol provoca, igualmente, un aumento de la motilidad intestinal, lo que conduce a que se reduzca el tiempo de tránsito de los alimentos por el mismo. Consecuentemente, se reducirá nuestra absorción de nutrientes.
También, afecta a las secreciones biliar y pancreática, disminuyéndolas y reduciéndose las distintas enzimas digestivas encargadas del metabolismo de los carbohidratos (amilasa, maltasa, lactasa, etc., de los lípidos (lipasas, esterasas, fosfolipasas, etc.) y de las proteínas (tripsina, quimiotripsina, etc.).
Todo lo anterior, conduce a una menor eficacia digestiva. Este tóxico dificulta la digestión, ocasionando pesadez y trastornos de la motilidad intestinal, que se traducen en diarreas.
Una vez que el alcohol es absorbido a nivel del intestino, pasa a la sangre a los pocos minutos de ser ingerido, sin embargo, alcanza su mayor concentración en sangre a los 30 o 60 minutos. Lo cual quiere decir, que una copa de vino nos hará el máximo efecto a la media hora de beberla, aunque notemos una leve sensación de desinhibición inmediata.
En su pico máximo de acción, afecta a la coordinación motora, es decir, notaremos menos control en la estabilidad al estar de pie y caminar, así como en nuestra capacidad de razonar y discernir, tomar decisiones, etc.
Todo lo anterior, sucede desde la primera copa de alcohol de baja graduación y es más acusado a medida que aumenta la cantidad.
La personas, que beben de forma cotidiana, están más acostumbradas a los efectos del tóxico y el organismo busca mecanismo de compensación, no obstante, una disbiosis o disbacteriosis intestinal (alteración de la flora saprofita de nuestro intestino) es el resultado del consumo cotidiano de alcohol, aunque sea en pequeñas cantidades.
El consumo moderado de alcohol ¿nos protege el corazón?
Es un tema polémico y probablemente dependa del metabolismo de cada persona, de su estado de salud y del tipo de alimentación que lleve día a día.
Dentro de las bebidas alcohólicas, el vino y la cerveza son las más vinculadas a una posible acción cardioprotectora. Sin embargo, cada vez se va reduciendo la cantidad diaria de estas bebidas asociada al mencionado efecto o acción.
El vino tinto, rico en polifenoles (sobre todo resveratrol), es la bebida alcohólica más asociada a un efecto protector cardiovascular, sin embargo, la cantidad de polifenoles, que nos llega al organismo partiendo de un consumo moderado de vino, es muy baja. Por tanto, no queda claro si el efecto cardioprotector observado se puede atribuir a la presencia de estos compuestos.
Además, el vino puede contener contaminantes, como residuos de plaguicidas, de fungicidas, ácido acético, plomo, etc., que se reducen a medida que aumenta su calidad.
Por otro lado, el consumo cotidiano de este tóxico está asociado a múltiples enfermedades, incluido el cáncer, y un mayor riesgo de muerte en general.
La OPS (Organización Panamericana de la Salud), oficina regional de la OMS para América Latina, refiere en una publicación del año 2008, que el menor riesgo de muerte para mujeres de menos de 65 años es un consumo diario de alcohol de 0 gramos o cercano a 0 gramos y, en mujeres mayores de 65 años, es inferior a 5 gramos al día (media copa de vino). En los hombres, el menor riesgo de muerte se da con un consumo de 0 gramos de alcohol en menores de 35 años, en edades medias es de 5 gramos al día y, en mayores de 65 años, es de aproximadamente 10 gramos al día.
También, refiere que un consumo de 10 gramos (1 copa de vino o una caña de cerveza) al día, puede reducir la enfermedad cardiovascular, pero si se incrementa el consumo a 20 gramos, aumentan las posibilidades de padecer una enfermedad coronaria.
No hay un acuerdo sobre cuál es el consumo considerado «protector» del alcohol, así como tampoco queda claro en la bibliografía consultada, qué cantidad se considera un consumo moderado, a pesar de que 1 copa de vino o una cerveza para mujeres y un máximo de 2 para los hombres parece que es lo más aceptado.
Por lo tanto, es muy difícil determinar, qué cantidad de este tóxico puede resultar beneficiosa, de forma general, mientras que está muy claro que su exceso, considerado consumo nocivo, es responsable, cada año, de 3,3 millones de muerte en el mundo (OMS, 2015).
En conclusión, no hay consumo mínimo de alcohol que el cuerpo humano no integre como un tóxico, es decir, aunque la cantidad sea pequeña y podamos compensar sus efectos, sus acciones sobre nuestro sistema digestivo, incluyendo hígado y páncreas, no son saludables, repercutiendo sobre nuestro metabolismo global.
Nuestro organismo puede compensar los mencionados efectos, siempre y cuando el consumo de alcohol sea pequeño y esporádico, pero pierde la capacidad de compensación cuando su consumo es cotidiano.
Por otro lado, el alcohol no hidrata, por el contrario, deshidrata. No debería sustituir al agua de bebida en las comidas. Si algún día bebemos una copa de vino o de cerveza, sería recomendable beber además agua, ya que de esta forma beberíamos menos alcohol y reduciríamos, en parte, su acción deshidratante.
No consideramos, por tanto, que el alcohol de baja graduación, deba integrarse dentro una alimentación saludable, excepto que su consumo sea esporádico y por la emoción cultural asociada a la celebración, pero si lo eliminamos es mejor para nuestra salud.
Fuentes:
– Socorro Coral Calvo Bruzos, Elena Escudero Álvarez, Carmen Gómez Candela, Pilar Riobó Serván. “Patologías nutricionales en el Siglo XXI: Un problema de salud pública”. UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia). Madrid, 2012. ISBN electrónico: 978-84-362-6218-6.
– ARREDONDO BRUCE, Alfredo y DEL RISCO MORALES, Osmany. “La acción cardioprotectora del uso moderado de alcohol”. Rev. Med. Electrón. [online]. 2014, vol.36, n.2 [citado 2018-04-03], pp. 181-194 .
– Organización Mundial de la Salud, OMS. “Alcohol”. Nota descriptiva N°349
Enero de 2015.
– Anderson P, Gual A, Colon J. Organización Panamericana de la Salud. OPS. “Alcohol y Atención Primaria de la Salud: Informaciones clínicas básicas la identificación y el manejo de riesgos y problemas”. Washington, D.C.: OPS, © 2008. ISBN 978 92 75 32856 9.
– Omar Gómez Vega. “Educación para la salud”. EUNED (Ed. Universidad Estatal a Distancia. Costa Rica, 2007.
– Leticia Elizondo. “Cuidemos Nuestra Salud”. Noriega Ediciones. México, 2001.
– Francisco Alonso Fernández, Valentín Matilla Gómez. “Bases Psicosociales del alcoholismo”. Discurso para la recepción pública del académico efecto. Real Academia Nacional de Medicina, Instituto de España. Madrid, 1979.
Imagen:
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