Parece una casualidad, si acaso existe tal cosa, el hecho de que hayan coincidido en tiempo y espacio ─este tiempo, este espacio─ la lectura de las fórmulas recursivas de Gödel, Escher y Bach, con la magia del Abaga, el sagrado alfabeto mandeo.
Creo que no es mala idea pensar en un alfabeto como en el conjunto de símbolos terminales de un sistema formal, una gramática, en este caso, que representa a todo lo decible. Desde esa perspectiva, el alfabeto es parte de un sistema formal perfectamente incompleto en el que, quizás, no todo lo decible puede ser dicho, o en el que lo decible se agota. Cuando ya se ha dicho todo sobre Todo, o cuando llega el día en el que lo decible se ensombrece con el velo del maldecir, significa que ha de repetirse el canon de algún mensaje. De la mejor manera posible se debe volver, otra vez, al principio.
Esta idea es general y podría aplicarse a cualquier alfabeto, e incluso, a cualquier conjunto de símbolos terminales de una gramática; sin embargo, el Abaga, el sagrado alfabeto mandeo tiene, en sí mismo, la semilla de la repetición. El camino del alfabeto mandeo ─con su canon consistente e incompleto, pero recursivo─ es como una, otra, gran trenza dorada. El Abaga propone un porvenir-pordecir cíclico, que busca la perfección, y que va desde la "Penitencia" hasta "Lo más alto", o desde "La madre" hasta "El Padre", o viceversa...
{a, b, g,..., l, m,... s,..., a} = {"Lo más alto", "Padre", "Gabriel",..., "Mente", "Luz" ,... , "Madre", a}
Me parece algo perturbadora la idea de que el Abaga no solo sea el conjunto de símbolos terminales de la gramática mandea sino que, además, contenga, en sí mismo, una gramática. Esta idea está sustentada, no solo por la repetición del símbolo {a} ─curiosamente es un círculo en la grafía mandea─ sino porque al decir "a", o "b", o "g" se dicen más cosas que "a", o "b", o "g",... Digo que es una idea perturbadora porque, como dice Víctor, el héroe de esta historia, parece que los mandeos hubiesen encerrado, en su alfabeto, un mensaje sagrado y mágico.
Si existe tal mensaje, cabe preguntarse: ¿Cuál será? ¿A quién está dirigido? ¿Para qué encerrar un mensaje en el alfabeto? ¿Acaso hay que protegerlo ¿Quién lo protegerá? ¿De quién hay que protegerlo?...
Para responder a algunas de estas preguntas, quizás convenga retomar el sendero del canon cíclico del Abaga, aunque ─quizás a usted le pase lo mismo─, mezclar lo finito y lo cíclico produce una sensación tan perturbadora como la que produce el doble mensaje o, peor aún, la que produce el infinito numerable. Por otro lado, retomar el sendero del canon cíclico, no solo remite al perturbador infinito, sino a la necesidad de re-sembrar la semilla del alfabeto. Me refiero a que, elegir la hipótesis de la semilla cíclica, podría responder algunas de las preguntas planteadas, pero introduce otras, tales como: ¿Cómo se regenera un alfabeto? ¿En qué momento?
No le revelaré el momento en que debe regenerarse un alfabeto ensombrecido por el maldecir, porque no me está permitido revelarlo, pero sí me está permitido revelar algunos de los pasos del ritual de regeneración. Por si quiere saberlo, la idea del canon cíclico también está en el ritual mágico; hacen falta tres hombres ─uno de ellos ha de ser el guardián del tesoro─; tres cuencos; un amuleto; tres conjuros; un círculo; un poco de cera para los oídos; abundante agua en movimiento; una oración; veinticuatro letras; un tesoro;...
Después no me diga que no le avisé.