Por Leticia Martínez Hernández
El “niño” no aparecía. Lo llamó enésimas veces a su celular, y nada. Tocó la puerta de sus compañeros de la escuela, y nada. La abuela no sabía, el padre tampoco.
Pasó un día entero, con sus miles de horas. Luego otro y otro más. No podía pegar un ojo y se mantenía bien cerquita de la puerta, por si llegaba. A sus 17 años, Fabián (llamémoslo así), salía algunas noches y casi siempre le cogía el amanecer. Ella trataba de consolarse; “seguro está con alguna muchachita por ahí”, se decía; pero las madres todo lo intuyen, tienen una alarma que se dispara sola cuando algún hijo está en peligro y una voz inmisericorde le gritaba que su “niño” la estaba pasando mal.
Se sentía exhausta. Dicen que se desmayaba constantemente, como no queriendo estar, como no queriendo saber. Cuando el rumor empezó a correr por el barrio, quiso cerrar sus oídos, pero era demasiado tarde, todos lo sabían. Su “niño” llevaba casi una semana en altamar. Se había sumado a una expedición suicida que intentó cruzar el estrecho de la Florida en una embarcación rústica. Fue el peor fin de año de su vida. Fue un infierno desde el 27 de diciembre hasta el cuatro de enero, cuando unos hombres que jamás había visto le trajeron al hijo querido hasta la puerta de su casa.
Entonces supo que Fabián se pasó semanas armando una chalupa con sus compinches, porque del otro lado del mar les habían anunciado el paraíso; que luego de dos días de travesía el motor dejó de funcionar y que estuvieron dos días más (casi una eternidad) al pairo. Supo que su hijo a duras penas se mantenía en pie, que vomitaba a mares y que un inexperto a su lado le iba poniendo dextrosa en vena, hasta que el Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos los encontró, casi desfallecidos.
Ella escuchó cada palabra; los detalles la laceraron; quiso matarlo por hacerla sufrir así, pero cuando lo vio otra vez en casa lo abrazó con las pocas fuerzas que le quedaban. De momento se sintió aliviada, aunque sabía que el “niño” lo intentaría de nuevo en la primera oportunidad. A partir de ese día no volvería a dormir tranquila, pensó.
Pero llegó el 12 de enero del 2017. Era de noche y una vecina le gritó desde el patio contiguo: “¡pon el televisor, están dando la noticia! Ella no podía creérselo, el gobierno de Barack Obama había puesto fin a la irracional política de “pies secos – pies mojados”, que tantas muertes provocara en el intento de tocar suelo norteamericano, y los gobiernos de Estados Unidos y Cuba habían firmado un nuevo acuerdo migratorio.
De la primera lectura no entendió mucho, no pudo seguirle la rima al locutor del noticiero que tan rápido lee. Cuando cambiaron de tema, se paró del sillón, volvió al ajetreo, tenía demasiadas palabras en la cabeza y un alivio colosal en el alma.
Tomado de Cubahora
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