Al alma se la doma, se la aquieta, se le impone una disciplina y luego se saca a pasear como si fuese un perro, se enseña a los amigos, se les dice lo estupenda que es, lo bien que le hemos enseñado y después vuelve uno a casa, se echa en el sillón de orejas, conecta el televisor y la deja perderse.
El alma no puede estar siempre alerta, sensible, frágil, inquieta o curiosa. Conviene en ocasiones que se aquiete, que adquiera la quietud de lo que no se mira, ni se espera. Necesita aplazarse, vencerse, dejarse querer por el silencio, que es una asignatura que no se da en las escuelas.
Al alma le conviene una quietud; ahí se amansa, se observa, planea qué pasos dar, cuáles no. En ese pensar las cosas andamos. Estamos en el vértigo y en la fiebre, en la sensación de que algo prodigioso está a punto de suceder, pero no acaba de cuajar, no se impone a la realidad. Es esa inminencia la que nos hace estar vivos.
No se sabe bien si tener el alma siempre izada, a la vista, expuesta, ofrecida o dejarla en la sombra, cuidando de que nada la perturbe, pero el oficio del alma es el riesgo, el no comprender, el titubear, el pisar con miedo. No se puede usar el alma de coraza; no todo el tiempo, al menos.
Hay quien sostiene que andamos escribiendo un libro, uno invisible. Ocupa desde que nacemos hasta que morimos. Empieza con la luz, cuando la luz prorrumpe y ocupa el entero espacio y el entero tiempo, y termina con la oscuridad, cuando la oscuridad lo impregna todo y todo lo entenebrece, pero nosotros somos el libro. Nos escriben, somos la trama de otro. Un libro grueso o muy mordido de páginas. Un libro inocente, plagado de abdicaciones o un libro valiente, en donde es visible la marca de los dientes en las hojas. El alma es la que consigna el argumento, la que traza la caligrafía.
Del alma se tiene siempre una impresión etérea. Es la voluble, es la antojadiza. No ha habido nunca quien la acote, quien sepa administrar su dominio. El arte es la que la entiende. Sólo la mirada que procura el arte es capaz de ver el alma y de entender su razón y su desvarío, su lógica y su desquicio.