Revista Cultura y Ocio

El alma como substancia inmortal

Por Daniel Vicente Carrillo

El alma como substancia inmortal
Cabe argumentar de muchas maneras a favor de la inmortalidad del alma. Sin embargo, tres de ellas me parecen las más aptas.
Por su automovimiento.
El ser vivo se mueve a sí mismo cuando actúa y es movido cuando padece. Ahora bien, todo lo que tiene en sí su propia causa eficiente es eterno. Entonces, el principio de automovimiento en el ser vivo es eterno.
Se demuestra:
La ciencia puede ofrecer una descripción o caracterización de la vida. Sólo la filosofía es capaz de dar de ella una definición. Describir es mostrar a qué se parece algo, de qué partes se compone y cómo funciona, mientras que definir es el arte de elucidar en términos lógicos y absolutos lo que algo es y lo que no es.
La vida es automovimiento o no es nada. Moverse es cambiar de un estado a otro en dos momentos distintos del tiempo. Mas, así como para apreciar un movimiento sin saltos requerimos que dichos momentos sean contiguos (esto es, con sus extremos simultáneos), para que un ser cambie y se aprecie en él mutación algo en él debe permanecer inalterable, a saber, el nexo de unión entre el antes y el después. Decimos que lo que cambia es cambiado y que lo que permanece es la causa del cambio.
Por su indivisibilidad.

Una percepción o una conclusión lógica no pueden dividirse sin quedar anulados. Por tanto, tampoco es divisible el que puede puede percibir o el que puede pensar lógicamente.
Se demuestra:
En primer lugar, la percepción es la representación de lo múltiple en lo simple. De no ser así, lo múltiple se representaría en lo múltiple y toda percepción resultaría o bien una repetición superflua de lo percibido -su reflejo pasivo- o bien una complicación de lo percibido. Pues bien, si un fenómeno que incidiera sobre un solo sentido conllevase una variedad de percepciones contradictorias a un mismo tiempo y en un mismo sujeto, no cabiendo la ligazón entre ellas mediante su representación unitaria, percibir nos confundiría en grado sumo. Sería imposible en este caso distinguir la percepción fiel de la infiel, al no poderse establecer un orden o jerarquía que las armonizase.
En segundo lugar, la verdad es igual a sí misma. Por tanto, lo que expresa la verdad es, en tanto que la expresa, igual a sí mismo. Así, aunque el silogismo se divida en varias premisas y una conclusión, y ésta a su vez en múltiples palabras o signos, sólo es capaz de entenderlo quien concentra su sentido final en un único punto de su inteligencia. Pues, si en lugar de un punto se dieran dos, estos serían o bien disímiles o bien idénticos. Siendo disímiles, el acto de entender no sería igual a sí mismo, lo que va en contra de la hipótesis. Siendo idénticos, serían el mismo, por el principio de la identidad de los indiscernibles.
Por su reminiscencia.
No podemos entender nada que no supiéramos con anterioridad. Por consiguiente, todo lo que podemos entender lo sabemos ya. Ahora bien, si la ciencia precede a la experiencia, el conocimiento precede a la sensación, y la facultad racional -aún en potencia- a la sensitiva. Luego la mente precede al cuerpo animal del hombre, sin sucederlo o emerger de él.
Se demuestra:
Si algo se entiende, se entiende por sí mismo o por otra cosa. Si se entiende por sí mismo, es evidente y no puede ser aprendido ni explicado; luego se entiende siempre y nunca se empieza a entender. Si se entiende por otra cosa, ésta será evidente o no lo será. Si lo es, se alcanza el mismo resultado que antes; si no lo es, no será ocioso preguntarnos cómo entendemos aquello que no es evidente en sí ni remite a nada evidente, toda vez que se deja a la intelección sin fundamento, desplazando la explicación a un nuevo lugar sin hallar jamás suelo seguro.


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