Revista Cultura y Ocio
Al alma la adorna la ficción de que verdaderamente existe. El alma es un paraíso alquilado. Cuando el cuerpo desciende al desorden absoluto y decide morir, el alma no gime ni se expresa en altos sonetos petrarquianos. El alma no es otra cosa que un tumor benigno. El alma se descarga en su versión laica y entonces el poeta, manumitido del corsé de los clásicos que la sublimaron, estrangula el verso y forja la épica, el lugar exacto en donde las palabras manifiestan su distorsión metafísica. Todo lo demás es interfaz. Cuando el cuerpo se declara insolvente, el alma se convierte en un hipervínculo. El alma, señor Conrad, el alma. Dios en el secreto centro. Mi voz urdiendo coartadas. Acaba de empezar a llover en Lucena. Acaba el día sin que yo le encuentre el punctum. Están en todos, me lo contó un amigo al que ya no veo. Hoy no es el día tampoco. Estoy falto de recursos. No me llena John Coltrane en absoluto.