Revista Opinión

El Alzheimer

Publicado el 11 abril 2018 por Carlosgu82

Tiene en sus ojos la mirada de un niño. Piensa como un niño, ríe como un niño, llora como un niño…, pero no es un niño. Ya casi no se mueve, no reconoce a su mujer, ni a sus hijos, ni a sus amigos. Hay que hacerle todo, hasta las funciones más elementales como darle de comer o el aseo personal.

A veces se queda horas mirando por la ventana, pero no sé a quién está mirando. No sé lo que pasa por su cabeza, ni en qué está pensando. A lo mejor ni piensa. ¿Qué recuerdos le quedan? No sabe expresarlos, aunque en algunos momentos, cuando le pregunto por alguien que viene a visitarlo, me dice si es el hijo de la Rosalía, pero no es él, la Rosalía nunca se casó, y no tuvo hijos.

Sólo me quedan los besos, las caricias, los abrazos. Con ese lenguaje nos entendemos mejor, aunque me siga mirando como a un extraño mientras nos abrazamos.

Ahora llora. ¿Por qué lloras papá? Me mira sin fijar la vista y detiene su llanto. ¿Qué habrá estado pensando para que un desconsuelo tan amargo se apoderase de su corazón? Vuelve a sonreír de nuevo, pero dura muy poco. Su rostro aparece otra vez inmutable, sereno, pero inexpresivo, perdido, parapetado en el olvido al que no tengo derecho a acceder.

Cierra los ojos, y reclina la cabeza hacia atrás, en el sillón orejero en el que se pasa las horas sentado en silencio. No sé si me oye o me escucha. Cuando abro la puerta de la calle, y saludo efusivamente para marcar sonoramente mi presencia, me mira de refilón, como diciendo “ya está aquí el que me pone la casa patas arriba, el alborotador de turno”.

Hoy se acuerda de su nombre.

—Papá, ¿cómo te llamas?

—Pedro Manuel Itziar Amenábar.

—Y ¿yo quién soy?

—Fernando.

Fernando era el nombre de su hermano que murió hace diez años en un accidente de coche, en un viaje por Asturias.

Su memoria es el presente, no se puede ir más allá de lo que la piel le permite sentir en cada momento. Es duro convivir con alguien que ha perdido las referencias afectivas, por eso mis besos configuran nuestra historia; una historia que no tiene ni pasado, ni futuro, porque se pierde en el mismo instante en que separo mis labios de su rostro.

Es extraño amar a alguien que no recuerda que lo amas. A veces, me rechaza. Se enfada conmigo sin motivos, se pone nervioso y agresivo. Ya no tiene censuras y le da igual decirme lo que piensa. A lo mejor no lo piensa, lo dice porque recuerda un insulto o una frase mal sonante que alguna vez escuchó y, tal cual, la suelta por la boca.

Ya es tarde, es el momento de llevarle a la cama. Hoy no se resiste, parece que accede voluntariamente a que lo desnude y le ponga el pijama. Está más tranquilo que otras veces, pero yo me encuentro agotado, no tanto por el esfuerzo físico sino por la lucha interna que mantengo conmigo mismo por rescatarlo de su olvido y traerlo de nuevo a la realidad.

Por fin lo arropo en la cama, y beso su frente antes de apagar la luz.

—Te quiero, papá.

—Yo, también te quiero, hijo.

Algunas veces, pasa un ángel entre nosotros. Hoy dormiré feliz.

Fausto Antonio Ramírez


Volver a la Portada de Logo Paperblog