Revista Cultura y Ocio
Cuando abandona mi lecho, mi amante de fuego, la alcoba aún liba, absorbe y retiene entre sus muros testigos la tórrida esencia de los aromas exudados de nuestros encuentros mensuales ardientes, apasionados.
Entre penumbras cómplices, compañeras de un romance incombustible, escudriñó deleitosa su cuerpo apolíneo mientras se viste. Yo, me arrebujo entre las sábanas de raso satén, revueltas como una marejada endiablada, y finjo que estoy dormida, extenuada y rendida ante el influjo de su mera presencia, que en mi alma y en mi cuerpo enciende llamas y hogueras en perenne combustión.
Jamás departimos acerca de nuestras vidas más allá de estos muros de confinamiento amatorio, destinados a reclutar en esta alcoba anónima e impersonal a los heraldos de nuestros sentimientos desbocados, vástagos de mutua enfermiza pasión.
En ocasiones, mientras se viste y desgaja los pétalos marchitos de su sombra evasiva para desprenderse de la mía, dejando mi alma y mi cuerpo hueros, como una carcasa vacía, me invade la angustia, atenaza mi corazón una insondable melancolía, y sólo anhelo retenerle a mi lado, desentrañar los vetados arcanos de su veraz identidad.
Ni siquiera sé su nombre, para mí es símplemente mi amante de fuego.
Con sólo dos palabras, con sólo una mirada, me desarma; nuestros cuerpos se funden en primigenias danzas cimbreantes y buscan vislumbres del Edén que nos convierten en ángeles alados cada vez que nos rozamos.
El sonido de nuestra voz es un murmullo de mariposas susurrado al oído, mientras nuestros cuerpos contorsionados cabalgan fusionados para bañarse desnudos bajo chorros y cascadas luminosas de destellos rutilantes de la Luna.
Ni siquiera sé su nombre, para mí es tan sólo mi amante de fuego....
Un eco de mi deseo convertido en cuerpo y torrente de besos.
Cuanto deseo despertar en la mañana abrazada a su silueta, y no a la almohada embriagada por el olor de su recuerdo.
Pensamiento irónico que hace estremecer mi piel, al sentir tan bello despertar. Pero estoy extasiada de ratos fugaces, alegrías ingratas, oprobios insumisos al deseo y al destino.
Su voz tremula convence a mi conciencia, y sus ojos enaltecen mis sentidos que esclavizados ceden al capricho de vivir sin mañana.
Que distinto sería, si pudiese arrancar de mi esta poesía viva del amante y la alcoba, que dibuja en caricias un cuadro vacío de matices, pero de vivos colores. A veces me siento esa flor que aún guarda su belleza marchita reluciendo en las páginas del destino.
A veces me siento sirena del encantado mundo del amor y sus caprichos. A veces me siento liberadamente presa de la sed de mi cuerpo y mi sexo. A veces siento que soy cascada incontenible, que no hay alimento que pueda saciar mi hambre. A veces siento que somos dos cuerpos destinados a amarse y fundirse en uno inventando juegos prohibidos con la Luna por testigo.
A veces me siento, melancólicamente alegre al recordar su silueta desdibujada en estas sábanas blancas, donde el amor se conviete en deseo, y el te quiero en fuego.