Marguerite Duras (Indochina, 1914- París, tal día como hoy de 1996) a sus setenta años y tras salir de una intensa cura contra sus problemas con el alcohol recupera en El amante un recuerdo de adolescencia, su iniciación en el sexo, en la madurez: el encuentro en el transbordador del Meckong y la posterior relación con su amante, un rico comerciante chino de veintiséis años. Ella tenía "quince y medio". Indochina, lugar en el que transcurre la historia es un país en donde "no hay primaveras, no hay renovación" y en el que la protagonista, y su amante también en cierto modo, se asfixia física y emocionalmente. Pero ese recuerdo, lleno de sensualidad y erotismo, no es más que el epicentro en torno al que, como en una vertiginosa espiral, se ven atrapadas otras memorias, las evocaciones de la tensa relación con su familia: su madre, su hermano mayor y su hermano pequeño- nunca se mencionan sus nombres sino que se alude a ellos por la relación de parentesco que les une-; su hermano mayor, violento y cruel -el Cazador-, su hermano pequeño siempre a su sombra y lleno de miedo, y una madre desequilibrada, que manifiesta abiertamente su preferencia por el hijo mayor y que despierta en su hija sentimientos encontrados que oscilan entre el amor y el odio." (...) devastado. (...) Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha desecho como algunos rostros de rasgos más finos, ha conservado los mismos contornos pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido."
"qué asco, mi madre, mi amor."
Amor. Quizá el título de la novela pudiera hacer presagiar una tendencia temática, pero el odio y la muerte están tanto o más presentes que el amor. La muerte quizá sea finalmente la más recurrida y recurrente. El sustantivo muerte, que cierra precisamente la novela, el adjetivo mortal, el adverbio mortalmente y las distintas conjugaciones del verbo morir llegan a repetirse en más de ochenta ocasiones. La muerte de los hermanos, la muerte de la madre, la muerte del hijo al nacer,... la muerte física en distintos momentos de su vida. Pero también la muerte del alma, esa desidia de vivir, ese abandono...
La relación con la muerte es en El amante más clara, digamos, más honesta que la que se establece con el amor. La autora no sabe...
ni se permite..."Ahora la madre y los dos hermanos están muertos. También para los recuerdos es demasiado tarde. Ahora ya no los quiero. No sé si los quise."
Hay en ella una constante indecisión, una permanente duda."Lo hizo sin dejar ver una lagrima porque él era chino y esa clase de amantes no debía ser motivo de llanto."
En el recuerdo de su relación con su amante, Duras se desdobla: por un lado, el yo consciente, el yo del resto de la narración, de la evocación; por otro lado, una tercera persona, "la niña blanca", "la pequeña con sombrero de fieltro", "la putilla blanca",... que mantiene a cierta distancia, como extrañándola. Pero las dos, ella y yo son la misma personalidad compleja. Inocente. Pero ya no. Porque la niña Lolita está al tanto de las miradas, de los deseos que despierta, de su atractivo, y finge ser y cree ser. Nuestros recuerdos, aunque los creamos muy vívidos, son versiones- normalmente mejoradas- de nosotros mismos, que damos a los demás. Los recuerdos son tan solo una selección de recuerdos para optimizar nuestra propia imagen. Duras es una experta en trabajar con esos recuerdos. Gran parte de su obra gira en torno a los mismos temas: su vida, su familia.
Su historia es en realidad varias historias, varios libros en los que se ha ido reinventando a sí misma. Y en El amante noveliza parte de esos recuerdos-el grado de realidad o ficción no es sustancial aquí- de manera magnífica, en párrafos cortos, frases breves de gran intensidad, saltando de un tiempo a otro, de un recuerdo a otro para volver más tarde al primero,... Y lo hace buscando la palabra precisa, dolorosa, pretendiendo quizá con la escritura exorcizar sus propios monstruos o aferrarse acaso a la vida..."La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea."
El amante es una obra magistral que deja el poso denso y fuerte de la gran literatura, de la buena literatura y que, a pesar de sus pocas páginas, ha de ser leído a ritmo lento y en silencio, quizá releído para aprehender la sutileza de lo que no se dice, de aquello a lo que apenas se alude, de lo que se evoca entre líneas, de lo agazapado."(..) tengo vagamente ganas de morir. Ya no vuelvo a separar esa palabra de mi vida. (...) Escribiré libros."