Revista Cultura y Ocio

El amante - Marguerite Duras

Publicado el 06 junio 2017 por Elpajaroverde
Estoy pensando en el fluir de los acontecimientos de la vida: a dónde nos llevan, nos arrastran, nos llevan de vuelta, nos giran y nos dejan en el mismo lugar. Estoy pensando si todo está predeterminado, si nos guía el contexto o si hay algo intrínseco en cada persona que codifica su mapa vital. Y pienso todo esto mientras la leo a ella; ella, que se escribe, que se cuenta, que se desdobla y es dos ellas: la de entonces y la de ahora (que también es entonces pues ya es pasado), la niña y la mujer vivida, la tercera persona del singular y la primera. Ella, que es la niña que anuncia a la mujer; ella, que es la mujer que se cuenta a través de la niña. Ella, que es todas. Ella, que es una.
"La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea."
El amante - Marguerite Duras
Y la pienso y la veo en ese puente, en ese transbordador; y pienso en la idoneidad y posibilidad de ambas palabras: puente y transbordador. Pienso también en ese río bajo el puente y sobre el que surca el transbordador; un río que arrastra hacia el océano, en el que nada se hunde, en el que todo se queda en la superficie; todo se va y todo permanece. Y veo su cuerpo menudo, piel suave lavada por la lluvia tropical, diminuta silueta moldeada por la asfixiante y cálida atmósfera; ese cuerpo incipiente que apenas despierta a la pubertad, elevado en tacones insólitos. Veo también su rostro baja el ala del complemento atrevido que es un sombrero masculino; sombrero que no esconde sino realza, encuadra la mirada, esos ojos que dicen todo, esos ojos en los que está todo.
Son quince años y medio, y el medio es importante. Porque medio año a ciertas edades es una vida; porque año y medio es lo que resta para los diecisiete. Los diecisiete, otra edad decisiva. A los diecisiete, otra vez el agua y sus corrientes desplazan su vida; a los diecisiete, comienza su vejez, su rostro devastado, aún bello pero anunciando lo que está por venir. Pero ahora (entonces) son quince y medio; y a los quince y medio termina su infancia. A los quince y medio inicia el cisma en una familia que siempre bordeó el abismo. A los quince años y medio, ella sabe.
"Distingue cada vez menos claramente los límites de su cuerpo, no es como los otros, no está acabado, en la habitación sigue creciendo, aún no ha alcanzado las formas definitivas, se hace a cada instante, no solo está ahí donde lo ve, también está en otras partes, se extiende más allá de la vista, hacia el juego, la muerte, es flexible, se lanza todo entero al placer como si fuera mayor, en edad, carece de malicia, es de una inteligencia terrible."
Su atuendo no es el más apropiado para una adolescente que acude al instituto; anuncia a la niña prostituta, podrían decir. Pero no, no, no. No son los tacones. No es el sombrero masculino. Es su mirada. Su mirada habla; su mirada sabe. Yo lo veo. Él lo ve. 
"Me habla, dice que enseguida supo, ya desde la travesía del barco, que yo sería así después de mi primer amante, que amaría el amor."
Ella, blanca; él, chino. Él, rico; ella, con escasas posibilidades, educada bajo la máxima materna de salir, de escapar,...
"Está donde es preciso que esté, desterrada."
La madre, la madre, la madre... ("Mi madre pasaba cada día por esa tremenda desgana de vivir"). Y los dos hermanos. El mayor, fuerte; el menor, débil. Y pienso, ahora que he leído y que por tanto sé, si puede haber fortaleza en alguien que está incapacitado para la felicidad, es más, en alguien que es incapaz de procurar felicidad. Y veo a los cuatro (la madre y los tres hermanos) orbitando unos alrededor de los otros, órbitas sujetas a fuerzas centrípetas y centrífugas: amor y odio.
La madre y los hermanos. Que no nombran. Que consienten. Que no tienden pero ponen la mano.

El amante - Marguerite Duras

Antigua casa de Huynh Thuy Le (amante chino de Marguerite Duras) en Sa Dec, Vietnam. Fotografía de Jean-Pierre Dalbéra


Ellos dos orbitan juntos bajo la fuerza centrípeta del deseo. Todos los fluidos corporales impregnan su piel. Él, doce años mayor que ella pero en ocasiones más niño. En la mirada de ella había sabiduría; en la de él, miedo ("es un hombre que tiene hábitos, pienso de repente respecto a él, debe venir relativamente a menudo a esta habitación, es un hombre que debe hacer mucho el amor, es un hombre que tiene miedo, debe hacer mucho el amor para luchar contra el miedo"). En la alegría y el goce compartido hay tristeza. En todo comienzo hay una despedida. En cada éxtasis, una pequeña muerte.
Ella y él orbitan también bajo la fuerza centrífuga de los convencionalismos sociales. La Indochina francesa de entonces que ahora es Vietnam tiene sus reglas no escritas. Los mundos distintos no han de tocarse. Las razas y el dinero son fronteras. La juventud y la osadía no se perdonan.
"Las dos aisladas. Solas, reinas. Su desgracia es evidente. Abocadas las dos a la difamación debido a la naturaleza del cuerpo que poseen, acariciado por los amantes, besado por sus bocas, entregadas a la infamia del goce hasta morir, dicen, hasta morir de ese amor misterioso de los amantes sin amor. De eso es de lo que se trata, de esas ganas de morir. Eso emana de ellas, de sus habitaciones, esa muerte tan poderosa que la ciudad entera está al corriente, los puestos de la selva, las capitales de provincias, las recepciones, los bailes lentos de las administraciones generales."
No saben los que hablan, los que susurran, los que vuelven la cara, aquellos que reprochan y juzgan con la mirada, no quieren saber, que sus ciudades y sus selvas son pábulo para la locura, el miedo, la soledad y el dolor. Que son ellas las que arrastran y que, al igual que el río que las baña, niegan incluso el hundimiento. Sólo queda dejarse arrastrar, por lo que se es o por lo que han hecho que se sea. La corriente lleva, la corriente trae y no hay queja cuando uno se lanza de cabeza a ella.
"Creo que mi vida ha empezado a mostrárseme. Creo que ya sé decírmelo, tengo vagamente ganas de morir. Ya no vuelvo a separar esa palabra de mi vida. Creo que tengo, vagamente, ganas de estar sola e incluso me doy cuenta de que ya no estoy sola desde que dejé la infancia, la familia del Cazador. Escribiré libros. Eso es lo que vislumbro más allá del instante, en el gran desierto bajo cuyos trazos se me aparece la amplitud de mi vida."
Y pienso, pienso, pienso. Y siento, siento, siento. Porque pensar y sentir son sinónimos cuando se escribe como escribía Marguerite Duras. Y porque no concibo pensar este libro sin sentirlo.

El amante - Marguerite Duras

AP2478-Edmond Morin - Hue, 1930 - El puente Clemenceau en su esplendor. Fotografía de manhhal


Ficha del libro:
Título: El amante
Autora: Marguerite Duras
Traductora: Ana María Moix
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2010
Nº de páginas: 128
ISBN: 978-84-8383-572-2

Volver a la Portada de Logo Paperblog