Texto publicado en Acta Médica, la revista del Colegio Oficial de Médicos de Tenerife, en junio de 2015.–
—¡Pero Ignacio, otra vez con las pastillas? ¿Cuántas te has tomado hoy?
—La caja entera.
—¿Estaba llena? ¿Te tomaste las veinte?
—Todas.
—Pero, ¿para qué haces eso? ¿No ves que vamos a tener que lavarte el estómago de nuevo?
—Porque estaba muy nervioso.
—Ya, siempre estás muy nervioso, ¿y tú crees que esta es la solución?
—Ahora estoy más tranquilo.
—Pero tendremos que hacerte otro lavado y trasladarte al hospital, una vez más.
—No me importa.
Ignacio era un pastillero empedernido, últimamente no dejaba pasar más de una semana para hacernos una visita al centro de salud. Lo conocíamos todos. Una de las enfermeras contaba que solo ella le había hecho veinticinco lavados de estómago, y llevaba menos de un año en el centro. Se sabía el rito de memoria, tanto que acudía pertrechado con su bolsa de aseo para la estancia en el hospital.
Tenía elaborado su método: hacia la hora de empezar la guardia se apostaba por los alrededores de urgencias y según el equipo de turno, entraba o no. Y esto porque lo habíamos descubierto: no siempre se encontraban pastillas en el estómago y los profesionales veteranos no lo derivábamos si el lavado resultaba negativo. Entonces, para qué entrar si conocía al equipo de guardia, una oportunidad perdida y un lavado inútil. Mejor esperar una ocasión más propicia con personal desconocido, más fácil de embaucar.
Pero en caso de necesidad, Ignacio se tomaba la caja entera, o más si encontraba alguna extraviada por los rincones. Todas. Esperaba un rato a que le hicieran efecto y buscaba a alguien que lo llevara al médico. Así le hacíamos más caso y avisábamos a la ambulancia para que lo trasladara de inmediato al hospital. Justo esa era la verdadera necesidad de Ignacio, la ambulancia. Por muy adormilado que lo hubieran dejado los ansiolíticos, solo con adivinar las luces amarillas que vendrían a buscarlo se le iluminaban los ojos con destellos giratorios.
Destellos de corazoncitos de colores al imaginarse el reencuentro con su amado que vivía justo enfrente de la puerta del Servicio de Urgencias del Hospital General.
Por eso, cada erótico lavado prometía una cita romántica al amparo de las sirenas locas. Por eso los preparativos de la bolsa de aseo con tentaciones de escapada para dos. Por eso la limpieza obsesiva por dentro y por fuera.
Por eso ha dejado de venir a urgencias, porque ahora sí que debe de necesitar el tratamiento y no querrá que se lo saquemos a la fuerza. Los técnicos de la ambulancia nos contaron que hace unas semanas encontraron a su novio pasado de tóxicos mal mezclados. Parece que ya no va a velarle más el despertar, parece que no supo manejar su propio adormecimiento.
Ahora no sabemos nada de las necesidades de Ignacio, no quiso contárselas al enfermero de enlace que lo visitó hace unos días. Quizá empeñados en lavarle la barriga no dejamos que se vaciara de pastillas con palabras. Quizá haya llegado el momento de devolverle las visitas.
Gracias, Mariola