Revista América Latina

El Amazonas desde la hamaca II

Por Captainflint

La vida transcurre despacio cuando uno está encerrado en un barco sin posibilidad de moverse mucho. El limitado espacio de tu hamaca y el hueco que hay debajo se convierte en tu pequeño mundo personal, lo más parecido a una habitación que vas a tener durante dos días. Allí vas a dormir, rodeado de unas treinta personas más, y allí te vas a pasar mucho tiempo también durante el día cuando te aburras de mirar el paisaje.

Río Amazonas

Río Amazonas

Paisaje que, admitámoslo, al cabo de un rato ya te lo sabes de memoria. Ya sé que hay muchas pelis de anacondas, pirañas y movidas amazónicas por el estilo pero creo que resulta obvio que todo eso no se ve desde uno de estos barquitos. Allí no vas a ver ningún tipo de bicho y, por momentos, vas a ir navegando muy por el centro del río con lo que las orillas te van a quedar lejísimos.

Aün así, a mí personalmente, me resultó fascinante. Supongo que porque sólo tuve dos días de contemplación amazónica que me parecieron la medida exacta. Otra noche más allí metido y hubiera acabado harto del Amazonas pero el tiempo que tuve me pareció suficiente para disfrutar de la vista sin llegarme a cansarme del todo de ella.

La primera sorpresa es que aquello no es ni tan remoto, ni está tan deshabitado como uno se espera. En las cercanías de Belem el barco para un par de veces en sitios bastante grandes con aspecto de ser ciudades bastante serias, con hoteles y coches y todo eso.

Río Amazonas

Río Amazonas

Luego ya vienen las cabañas construidas el borde de la jungla, en las orillas del río. Un rollo mucho más auténtico y autóctono que le hace a uno preguntarse como será la vida en esos lugares tan básicos en mitad de la nada. ¿cómo vive la gente que habita allí? ¿qué hay detrás de esa primera línea tan densa de árboles?

La primera pregunta tiene fácil respuesta: mal. Los habitantes del Amazonas tienen todo el aspecto de andar jodidos como los indios Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta. Es muy habitual, sobre todo al final del segundo día de navegación que, al pasar por lugares más poblados, haya ya esperando al barco un montón de canoas llenas de locales, especialmente niños,

Se acercaban a nosotros remando con todas sus fuerzas y empezaban a agitar las dos manos a la vez. Es la señal de que quieren que les tires algo. Y los locales que van en el barco se la saben porque llevan bolsas preparadas con alimentos que arrojan al agua para que las recojan los de las canoas.

El ataque de las canoas

El ataque de las canoas

Algunos incluso tiran pantalones y camisas, supongo que ropa vieja que no les sirve, artículos que los indígenas parecen apreciar mucho más que la comida. Magnífica idea dije, pensando en la mochila de 200 kilos de ropa de Sole que llevo cargando desde hace unas semanas. Lamentablemente mi sugerencia no triunfó…

A eso de las seis de la tarde interesa subir a la cubierta de arriba. Es la hora del atardecer y eso en el Amazonas es un gran evento. La puesta del sol allí es espectacular y recomiendo no perderse ni una. Es cuando se entiende que hace uno metido en aquel apestoso cascarón, hacinado y durmiendo mal. Es uno de esos momentos viajeros que le dan sentido a todo esto (hasta a lo de cargar 200 kilos de mochila).

Por la noche hace algo de rasca así que conviene llevarse una manta o algo de abrigo para que, además de dormir incómodo en una hamaca, no acabes además resfriándote como un retrasado. Hace viento también y, si las cosas van realmente mal, te puede caer una tormenta tropical de cojones. De lo último afortunadamente nos salvamos a pesar de que el cielo la última noche amenazaba liarla cual tepui cabreado.

Amaneció tras aquella segunda noche a bordo y nadie sabía muy bien a qué hora íbamos a llegar. En teoría a las diez pero tras el retraso de cinco horas en la partida todo parecía indicar que iba a ser algo más tarde. La tripulación del barco no aportaba mucho, no sólo por el problema idiomático sino porque eran bastante rancios. Así que basícamente íbamos en un medio de transporte sin tener la menor idea de cuando llegábamos a nuestro destino.

Atardecer amazónico

Atardecer amazónico

Al final todo fue bastante lógico y divisamos Belem con casi cinco horas de retraso. De pronto, en mitad de ese paisaje natural amazónico todo verde surge una línea de rascacielos en el horizonte de forma bastante desconcertante. Una señal muy clarita de que se acaba lo salvaje y vuelve la civilización más tremenda.

Hacía un minuto uno estaba viendo cabañas super cutres con aspecto de estar a punto de caerse en la jungla. De repente todo eso desaparece, el río se hace ancho a punto de desembocar en el mar y la ciudad enorme se come el paisaje. Belem es una ciudad de millón y medio de habitantes, un puerto importante en el Atlántico y está conectada por carretera con todo el Norte del país.

Belem desde el Amazonas

Belem desde el Amazonas

Se terminaba la corta (según como se mire) experiencia Amazónica que a mí personalmente no me defraudó ni un poquito. Tanto el barco como el río fueron exactamente como me los esperaba. Esperaba que fuera a ser una gran experiencia y lo fue.

Navegar el Amazonas es una jugada que ningún mochilero de verdad debería dejarse sin hacer. Aunque sea por sólo un par de días. Es una de esas muchas cosas que por mucha brasa que yo te suelte aquí no vas a entender hasta que lo vivas en primera persona. Hay algo de especial en ese río y en ese paisaje que sólo se percibe estando allí.


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