Revista Opinión

El amigo de Padura

Publicado el 22 agosto 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

El amigo de Padura

El bailarín y coreógrafo cubano Carlos Acosta me habla en su hotel de Leonardo Padura, uno de los grandes de las letras de la isla. Acosta ha venido a actuar en el Festival Internacional de Teatro, Música y Danza de San Javier y presentar su propio espectáculo. Mientras los compañeros técnicos preparan las cámaras, focos y micrófonos para grabar la entrevista para TVE, él degusta un café con leche.

Le comento que para documentarme de cara a la conversación he leído un perfil suyo que escribió Mauricio Vicent en El País Semanal. “¡Ah, sí, mi amigo Mauricio!”, exclama. Me dice que aquello fue muy bonito y muy sentido. Que el periodista rebuscó en su memoria como hizo con las viejas fotos en un cajón antiguo de su casa. Yo le hablo del padre de Mauricio, el escritor castellonense Manuel Vicent, y le explico que es un novelista de éxito y también afamado columnista. Acosta me refiere una conversación, acaecida en un restaurante habanero, con el propio Mauricio y con Padura. “Ahora entiendo por qué Padura le hablaba tanto de su padre”, me confiesa algo sorprendido.

Carlos Acosta viene desde muy abajo. No tiene problema en hablar de sus orígenes en un barrio marginal de La Habana: se llama Los Pinos. Me cuenta que admira a Padura. No solo por lo que escribe, sino por su forma de vivir. El bailarín me explica que el autor de ‘El hombre que amaba a los perros’ sigue habitando una casa en Mantilla, otra de las zonas más deprimidas de la capital cubana. Allí vive, con su familia y sus recuerdos, incapaz de renunciar a sus raíces, un hombre que asegura, en contraste, que sin ambición no hay literatura.

Acosta es también un triunfador en lo suyo, alguien que, de pequeño, soñaba con ser futbolista. “Imagínate”, me dice socarrón, “futbolista en Cuba”. Siente que sus padres no hayan vivido para ver esto. En 2018 protagonizó, sobre un guion basado en su propia autobiografía, ‘Yuli’, una película dirigida por Icíar Bollaín y que, reconoce, fue “una experiencia especialmente dolorosa por rememorar tanto recuerdo”. Ahora vive en un lugar paradisíaco, Siboney, a unos 19 kilómetros al este de Santiago, con su mujer y sus tres hijas a las que, cuando viaja, está deseando volver a ver para abrazarlas y besarlas.


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