Revista Psicología

El amor bien entendido empieza por uno/a mismo/a

Por Gonzalo

Hay dos formas básicas de mirar a los demás: desde la dependencia o desde la libertad. Como fuentes de seguridad o como fuentes de aprendizaje.

Para lograr experimentar el amor como un aprendizaje hay que lograr primero soltar el pesado lastre que supone agarrarse a la esperanza de que otra persona al fin podrá salvarnos, podrá comprendernos completamente. Este paso -renunciar a que los demás nos resuelvan la vida- es difícil, incluso desgarrador, porque supone pasar un época desvalida en la que todavía no somos capaces de creer que todo lo que necesitamos está en nosotros mismos.

La soledad de retomar el camino de la vida desamparado puede ser muy difícil de sobrellevar. Dice Lise Heyboer acerca de este proceso de liberación de los espejismos afectivos: “Dejarlos es aterrador: estarás solo, sin protección, refugio o consuelo. Pero si los dejas, encontrarás protección, refugio y consuelo en ti mismo, y después de tiempo también alrededor. Haz tu propio refugio y encontrarás refugio. Crea un lugar interior para la amistad y encontrarás amigos. La vida no es lo que es, la vida es lo que haces con ella”. 

Tanto si es una elección o una imposición, la soledad suele ser una compañera de camino muy poco apreciada. ¿Por qué? Obliga a quien la lleva dentro a la introspección. No hay nadie más a quien mirar, nadie a quien reprochar o de quien esperar algo. Sólo el cara a cara, a veces incómodo, con uno mismo. En general en Occidente se rehuyen, e incluso se ridiculizan, la introspección y la contemplación. Aquí, donde asignamos a cada persona su oficio, su nicho, su corral, la introspección es cosa de monjes ermitaños. Vivimos en un entorno que castiga a quienes, por elección o por necesidad, vivien en soledad: estigmatiza al que viaja solo, sale a cenar sin compañía o va al cine por su cuenta. Señala a la persona solitaria como posiblemente rara, fracasada, indeseable o desgraciada. Las sociedades que más importancia dan a la vida gregaria, como las latinas, son las que más sospechan de quienes están solos, conminándolos a encontrar cuanto antes a quien avale con su presencia esta vida solitaria y errante. El sistema es perverso, porque a partir de una determinada -y temprana- edad no resulta fácil abrirse paso a la maraña de pequeñas unidades afectivas cerradas que conforman nuestra sociedad. Pero, como sea, hay que encontrar a quien amar, y si no, contentarse con la apariencia de ser aceptado por los demás. Lo peor es parecer raro o indeseado.

Fuente: INOCENCIA RADICAL La vida en busca de pasión y sentido  (Elsa Punset)


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