Tu sabes amado mío lo mucho que he perdido al perderte a ti. Y cómo la mala fortuna – valiéndose de la mayor y por todos conocida traición – me robó mi mismo ser al hurtarte a ti.
Con estas palabras Eloisa llora la pérdida de su amor, Abelardo, en una de las muchísimas cartas que se escribieron a lo largo de su desdichada existencia. Porque conocer a Eloisa es conocer uno de los amores más puros, sinceros y conocidos de la Edad Media. Y para hablar de Eloisa hemos de hablar ineludiblemente de su amor, Abelardo.
EloísaElla fue un dama francesa culta e inteligente que un día tuvo la suerte o la desdicha de recibir clases de filosofía de unos de los mejores maestros del París de su tiempo. El canónigo Fulberto tenía a su cargo a su sobrina Eloisa. En aquel tiempo Abelardo ya se había ganado una fama importante como maestro en la colina de Santa Genoveva y en la escuela catedralicia de Notre Dame. Con su elocuencia, oratoria, lógica e inteligencia consiguió derrotar intelectualmente a los antiguos maestros quedándose con todos los alumnos que se apiñaban diariamente en sus clases.
Abelardo se instaló en casa de su pupila y pronto el amor surgió entre ellos. La diferencia de edad, más de veinte años, no fue un obstáculo para que el maestro sedujera a la alumna y la alumna cayera rendida en sus brazos. Nacido el amor entre ellos, todo fueron desdichas. No fue extraño que Eloisa se quedara embarazada. Conocedores de la difícil situación, huyeron a Bretaña donde una hermana de Abelardo les dio cobijo y se hizo cargo del niño, al que pusieron de nombre Astrolabio.
De vuelta a París, Eloisa tomó los hábitos en el convento de Argenteuil y Abelardo en Saint-Denis. Pero mientras Eloisa terminó su vida en la clausura, Abelardo volvió a su mundo educativo, filosófico e intelectual.
A partir de aquel momento su relación se tornaría platónica a la fuerza.
AbelardoÉl era el primogénito de una familia importante de Palais, en la Alta Bretaña, por lo que estaba destinado a la carrera militar. Sin embargo, su pasión por el estudio le hizo abandonar su herencia y su destino inicial. Poco a poco fue escalando en el mundo intelectual hasta llegar a ser el maestro más codiciado de París. Pero su éxito y sus ideas le reportaron la envidia y el odio de muchos. Reconocido posteriormente como uno de los padres de la lógica, defensor de la búsqueda de Dios a través de la razón, llegó a enfrentarse al mismísimo San Bernardo de Claraval.
En el ámbito personal, su temeraria huida con Eloisa no dejó impasible a su tío quien planeó a su vuelta la más cruel de las venganzas. Abelardo fue castrado por los hombres de Fulberto.
A pesar de la humillación personal y de los enfrentamientos públicos, Abelardo no se rindió nunca y continuó amando a su compañera Eloisa y defendiendo sus ideas filosóficas.
Abelardo y EloisaEl amor de Abelardo y Eloisa quedó gravado para siempre en la memoria de la historia gracias a las cartas que se escribieron a lo largo de su desdichada relación.
Sólo la muerte los reunió de nuevo. Cuando Abelardo murió en 1142, Eloísa hizo traer su cuerpo a el Parácleto, monasterio del que era abadesa. Veintiún años después se reunía definitivamente con su marido, compañero, amante y amigo. En el siglo XIX sus restos eran trasladados a París.