Revista Religión
Ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 8:39.
Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor. Juan 15:9-10.
Mi vida no tiene nada de excepcional. Sin embargo, quisiera compartirles mi experiencia más conmovedora. Quizás usted piensa en un acontecimiento sorprendente, pero no es el caso. Para mí esta experiencia consiste en la progresiva conciencia del amor de Dios por mí. Aunque creyente desde hace mucho tiempo, sólo en estos últimos años este pensamiento del amor de Dios por mí me llena de una felicidad y una emoción cada vez más nuevas.
¡Qué sorpresa cuando yo, débil criatura, más escéptica que creyente, descubrí que era amada profundamente por Dios mismo, con un amor fiel, tierno y fuerte, siempre activo en el momento oportuno! Esto es lo que ahora constituye la fuerza de mi vida. Al ser consciente de este amor por mí, llego a la convicción de que nunca más estaré solo. Aun cuando todo esté oscuro, si soy incomprendido y rechazado, soy amado por aquel que está por encima de todo.
Pero, me dirá usted, ¿cómo tuvo esta maravillosa experiencia? La lectura sencilla y atenta de la Palabra de Dios, en particular de los evangelios, me hizo descubrir el amor de Dios por medio de la vida de Jesús. ¿Y qué decir de su sacrificio redentor? El punto culminante del amor divino se halla en la cruz, cuando Jesús dio su vida por mí. “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Recibir esto sencillamente por la fe aporta verdaderamente una felicidad pura, alentadora y maravillosa.
(El Versículo del Día)