Sin embargo, la mayoría de nosotr@s estamos lejos de amar como Jesús. Nuestro concepto de amor es limitado y egoísta: “amo porque espero obtener algo a cambio”.Sin considerar que el amor verdadero es el amor que Jesús nos enseñó, un concepto mucho más elevado y amplio: “amo sin esperar nada e incluso si me hacen daño”.
Él amó con sus gestos, con sus palabras y con sus actitudes. Para ello, en muchos casos tuvo que enfrentarse a las costumbres establecidas de la época: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al malo; antes bien, a cualquiera que te golpee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5, 38-39). En mi opinión, con sus palabras, Jesús lo que pretende es llenarnos de valor para no utilizar la violencia contra nuestros enemigos. Pues si el enemigo nos ataca con violencia y nosotros respondemos con violencia sólo puede haber un resultado: más violencia. Es como si se produjese un incendio y en vez de tratar de apaciguar las llamas, las avivásemos más. Esta actitud sería muy distinta a la que se produce por el miedo: “no me defiendo porque tengo miedo de enfrentarme a mi agresor”. Eso hace que el agresor se sienta más fuerte y se encienda aún más su ira. Creo que es muy importante diferenciar una actitud heroica: “no me defiendo porque no quiero” a una actitud cobarde: “no me defiendo porque tengo miedo”. Es decir, creo que es fundamental mostrar amor pero también valor para que la actitud que Jesús defendió sea efectiva. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros”. (Juan 13, 34)Fuentes: Biblia – Nuevo Testamentohttp://es.catholic.net/op/articulos/23264/cat/304/el-amor-de-cristo-no-tiene-limites.htmlhttps://iglesiacristianaelcamino.wordpress.com/celulas-en-casas/la-ensenanza-mas-grande-de-jesus-es-el-amor/Revista Religión
Jesús con sus extraordinarias enseñanzas transformó el mundo, situando al amor como base de la convivencia y la existencia humana. Jesús nos amó, sin límites, hasta tal punto que entregó su vida por nosotros y rezó por quienes le crucificaban: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).