Para otros, la Navidad es una época en la que acaban visitando las urgencias de los hospitales debido a alguna úlcera o ataque cardíaco repentino por la emoción de esas cruentas peleas familiares que nunca tienen fin y que año tras año se van repitiendo a la par que endureciendo para aportar a las fiestas navideñas ese toque tan especial y fraternal que siempre han tenido. Para algunos otros, la Navidad es la excusa para ver a aquellos a quienes echan de menos y a quienes no pueden ver normalmente por la causa que sea y para ver películas horteras sobre gente que es muy ávara y muy mala y que tras un encuentro con algún ángel cambia su manera de ver las cosa y decide cambiar. La Navidad tiene muchos significados distintos y me atrevería a decir que es posible que tenga incluso miles, debido a la cantidad de gente que hay en el mundo y a la cantidad de motivaciones y prioridades que hay en él. Hay muchos significados para la Navidad, pero creo que olvidamos el más importante de todos y el que en realidad fué el origen de ésta, o sea, el amor. Se supone que celebramos la Navidad porque hace tropecientos años nació un hombre que dijo que había que amar al prójimo como a uno mismo y que la única salvación posible para el mundo era el amor sin condiciones.
Independientemente de las creencias de cada uno, y dejándolas a un lado, Jesús de Nazaret nos dió un mensaje que para mí sigue siendo y será por siempre el más revolucionario de la historia. En una sociedad competitiva, discriminatoria y cínica como es la sociedad en la que todos vivimos, pues, seamos de donde seamos, estas tres cosas se dan en todas partes, decirle a alguien que debe amar al otro sin mirar cómo ni porqué es lo más revolucionario que puede haber. No importa lo mucho que hayamos cambiado, seguimos siendo dominados por grupos y personas cuyos intereses particulares demandan el odio y la avaricia entre todos nosotros. Durante toda nuestra existencia y desde tiempos immemoriables todos hemos sido y somos manipulados por personas que encienden nuestra ira y que provocan el odio hacia el que tenemos al lado. No importa que creamos en ángeles o en demonios, o que no creamos en nada, porque lo cierto es que las personas solo podemos ser libres a través del amor incondicional. Cuando queremos a alguien sin condiciones, somos libres, porque la culpa, el rencor o las ansias de venganza que albergamos dentro de nosotros, ya no pueden seguir encerrándonos en ninguna parte. Hace muchos años un hombre nació para decirnos ésto, pero a día de hoy seguimos olvidándolo y seguimos matándonos unos a otros y destruyendo todo lo que hay a nuestro paso para hacer las delicias de los que quieren que eso sea así mientras ellos se bañan en las piscinas de sus mansiones y se fuman sus puros fabricados por los niños de cinco años de los países pobres. A veces, viendo lo que hacemos con los demás, pienso que no nos merecemos un mundo mejor. Me entran ganas de resignarme y de sentarme a ver la televisión llena de odio hacia todo el que no es como yo para no tener que luchar por ser una persona mejor, pero entonces pienso en ese hombre, Jesús de Nazaret, y en lo mucho que debió de sufrir para poder dejar su revolucionario mensaje de amor al mundo, y pienso que aún no es tarde para cambiarlo todo. Quizás aún no sea tarde para arreglar lo que hemos hecho mal, que ha sido mucho, y para tratar de hacerlo bien, quizás aún no es tarde para decidir romper con todo lo que nos imponen y ser seres libres que aman y que saben que el odio y la discriminación solo llevan a la autodestrucción y a la miseria humana.
Muchos dicen que el amor incondicional no existe, pero creo que lo dicen porque son demasiado cobardes para buscarlo o para vivirlo. El amor, como idea revolucionaria que es, conlleva unos riesgos y unos peligros que mucha gente no está dispuesta a correr. El amor no es algo que se encuentre fácilmente ni es algo fácil de seguir. Requiere de un esfuerzo y de una generosidad para darse a los demás que no son plato de buen gusto para muchos. El amor es incompatible con el egoísmo, con el egocentrismo y el individualismo tan típicos del momento social que estamos viviendo, es incompatible con la superficialidad, y requiere de equipajes pequeños que suponen desembarazarse de muchas cosas materiales y de muchas tonterías que nos inundan por todas partes y que hacen de nosotros las personas con los complejos y las inseguridades que otros necesitan para vivir a nuestra costa.
No sé si el mundo vivirá muchas Navidades más, viendo lo que estamos haciendo con él, pero me gustaría que ésta fuera la Navidad en la que pensáramos verdaderamente en el mensaje que ese hombre llamado Jesús nos dió, el que murió por querer decirnos a todos que el amor es la verdadera salvación y la verdadera respuesta para todo. No importa las creencia religiosa que se tenga ni importa el hecho de que ni siquiera se tenga una, el amor es universal. Su mensaje era universal y lo sigue siendo. Es compatible con todo ser humano. No importa que muchos lo hayan desvirtuado a su antojo para montar religiones e instituciones que muchas veces no siguen el mensaje que les sirvió de base, sigue siendo el verdadero mensaje, el más revolucionario, el que nunca caduca, el que siempre está vivo. Así pues, pensemos en ello, aunque solo sea por un momento. Quizás esta vez sirva de algo, ¿quien sabe? Quizás aún no sea demasiado tarde...
Los que se ríen a sus espaldas seguramente no serán la mitad de felices ni de libres que ellos...