El cine nos hace soñar y nos otorga la posibilidad de experimentar otras personalidades y otras historias más allá de la nuestra. Sin embargo, existe la sensación de que el modo en que se representan determinadas realidades no se ajusta a la verdad, y por lo tanto, contribuye a distorsionarla, provocando un resultado perjudicial y negativo para la persona.
El amor es un claro ejemplo de ello. Hemos crecido con esa idea de la existencia de una media naranja, de un príncipe azul o una princesa perfecta y entregada, hemos visto una y otra vez como el protagonista de esos sueños de celuloide posee un destino que se entrelaza irremediablemente y para siempre con una única persona. Y entonces el amor lo puede todo y soluciona todos los problemas. Y todos nos sentimos agradecidos de vivir en un mundo así.
Otras historias nos narran la pasión desmedida de dos amantes que no pueden seguir adelante sin el otro, de dos personas que se necesitan para vivir. Incluso las películas en las que el desamor se impone, esto se muestra de manera atractiva. La tristeza o la tragedia aparecen frente a nuestros ojos llenas de belleza. En la realidad, simplemente duele.
El papel del beso en el amor cinematográfico
Son innumerables las películas que terminan con un beso, cuando deberían comenzar por él. Es ese el inicio de la historia, de una historia compleja y llena de giros de guión. Y en muchas de las ocasiones, el final no será feliz. Sin embargo, el beso se ha convertido en un símbolo de felicidad eterna (y vivieron felices para siempre…), un concepto que trae consigo frustración y confusión en cantidades a veces desorbitadas.
Hemos visto a nuestro alrededor parejas rotas por no ajustarse a esa idea de perfección que el cine impone, he visto a personas regodeándose en la tristeza de una separación y he visto su sufrimiento al no encontrar belleza en ella. He visto a algunos de ellos permanecer sumergidos en esa tristeza seca y carente de banda sonora, esperando a que ese alma gemela los rescate y los convierta de la noche a la mañana en individuos rebosantes de felicidad.
Esta es la herencia maldita de un regalo de incalculable valor como es la literatura, una herencia que el cine se ha encargado de expandir e instalar. Pero existe una cura, y esta se encuentra en la vida.
ARTÍCULO FIRMADO POR El Cine en la Sombra
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