A los 14 años Julia se enamoró por primera vez, con esa fuerza y fantasía de la adolescencia, amaba con tal desesperación a Roberto que ante el rechazo de él sufrió una terrible depresión que duró más de dos años, tanto que fue necesaria la ayuda de un psicólogo que nada pudo hacer por ayudarla porque ella ocultaba la verdadera razón de su tristeza, aunque sospechaba que su madre sabía la causa real de esa melancolía porque era quien más la apoyaba cuando se hundía en terribles crisis existenciales. Era un amor obsesivo, destructivo, que duró más de 5 años, cuando tenía 19 años aún lo amaba, y de la misma manera que a los 14, y seguía creyendo que era su verdadero amor, el primero, el único, para siempre, sólo él. Aunque él se mostrara indiferente y la rechazara. Durante los dos años siguientes, hasta los 21, era inevitable compararlo con cuanto muchacho conocía, y evitaba relacionarse sentimentalmente con otros, como si tuviera la esperanza de que aquel amor pudiera hacerse realidad, todavía cuando cumplió 22 y era una hermosa mujer, y muy asediada sentía nostalgia del amor que no pudo ser, se sintió un poco triste, y lloró mucho, una noche en que se sintió muy sola, y le pareció demasiado tonto estar pensando en alguien que quizás ya ni recordaba quien era ella. Llegó a pensar que jamás volvería a amar otra vez o al menos no en esa forma en que había amado cuando casi era una niña.
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Pero en los últimos dos años, el amor se fue desvaneciendo, alejando, alejando, hasta que pasaban semanas o meses sin pensar en él. A los 23 años decidió tomar clases de música para alejarse de la rutina que amenazaba su vida, con Jordi, un profesor que además daba clases de pintura, los últimos meses eran los mejores que había vivido en varios años, se daba cuenta de lo mucho que valía, era capaz de tocar melodías clásicas enteras y pintar cuadros que cautivaban por su misteriosa belleza casi nostálgica. Cuando pintaba pensaba en las impresiones que podía despertar en Jordi, cuando tocaba el piano pensaba en él, en las emociones que pudiesen despertar sus dedos cuando se deslizaban gráciles por las teclas del piano, no podía evitarlo, a veces se veía a si misma a los 14 años, enamorada como tonta, segura de amar a Roberto por toda la eternidad y jamás lograr olvidarlo.
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Ahora a sus 24 años, veía el mundo de manera diferente, de una manera que ni ella misma alcanzaba aún a comprender. Esa noche mientras practicaba en la sala de su casa, se sentía especialmente feliz, estaba segura de ser la mujer más feliz del mundo, y en ese momento era lo único que importaba.
Retiró un instante los dedos del piano, para acariciarse su hermosa cabellera rubia y cruzarse de piernas en un mohín de coquetería igual al que había estado haciendo últimamente cuando practicaba las lecciones con Jordi. Se quedó en silencio, mirando las teclas negras y blancas del piano, un presentimiento se delineó con claridad dentro suyo, sonrió para sí misma, no cabía duda… estaba enamorada.