Imagen tomada de Google
Aprovechó que Jorge estaba cumpliendo su rol de abuelo, intentando colocar los moños en la cabeza de Clarita, y abrió el cajón de su escritorio con la llave que llevaba colgada como un dije en la cadena. Revolvió tímidamente los folios que guardaba allí: todos escritos con la misma letra, con la misma tinta, con el mismo nombre como encabezado de la carta (el de ella).
Releyó algunas de sus lineas y casi se desvaneció en una sensación de angustia, mientras dejaba escapar las lágrimas (hoy estaba permitido).
Jorge asomó por la puerta del estudio y quebró apenas el silencio con un susurro: "¿Vamos querida?", como adivinando el momento de intimidad sagrado que estaba viviendo Rosa... y respetándolo.
Ella asintió con la cabeza, secó su rostro con un pañuelo bordado y en un breve movimiento dio una vuelta de llave para volver a ocultar sus tesoros.
Se puso de pie lo más erguida que pudo. Y salió, junto a Jorge y a su nieta, al encuentro más temido de toda su vida, apretando una carta escrita por ella. Esta vez tenía la decisión firme de poner entre sus manos el sobre con un mensaje: "Yo también", en respuesta a todos los "te amo" que él le había escrito.
Dudó, dudó, dudó... pero finalmente encontró el coraje para hacerlo, apenas unos segundos antes que el ataúd se cerrara para siempre.