Revista Opinión
Casi desde su fundación, en 1976, se veía venir. Sus inicios estuvieron llenos de vitalidad, con aquel primer mitin político en Andalucía, donde se ondeó por primera vez en 40 años la bandera blanca y verde. Pero he aquí que la ASA (Alianza Socialista de Andalucía) pasó a llamarse, con una candidez extraordinaria y sin contar con el pueblo, “Partido Socialista de Andalucía!. Y el PSA se integra en la Federación de Partidos Socialistas. En las elecciones de 1977, se presenta en coalición con el Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, con el nombre de Partido Socialista Popular-Unidad Socialista (PSP_US).
Los resultados no pudieron ser más pobres, seis escaños en toda España y uno de ellos por Cádiz. El PSA se queda sin representación parlamentaria. Comienzan sus líderes a tirarse los tiestos y a hacer pactos extraños, el pueblo perdió fuelle y cayó en la inercia de votar al partido más votado. Así se explica que la mayor parte de su vida haya sido un partido extraparlamentario, tanto en el Congreso como en el Parlamento. El PSOE aprovechó la inexperiencia de sus líderes y asumieron el andalucismo como un cortijo sin vallado. Hasta el día de Andalucía voló por los aires para olvidar las señas de identidad.
Entonces, en 1979, quisieron adoptar denominaciones nuevas como el Partido Socialista de Andalucía, y en el Congreso Andalucista se adoptó el nombre de “Partido Socialista de Andalucía-PartidoAndaluz” (PSA-PA). Ninguno de los dos grupos fue capaz de adoptar un solo título y perdieron el tiempo en discusiones, hasta que en 1984 asumieron el verdadero nombre donde cabían todas las tendencias, terminando por llamarse Partido Andalucista, donde cabían todos.
Sin embargo, sería injusto cargar todas las culpas sobre sus fundadores y líderes. Digo esto, porque parece que se atendieron a las formas, a la envoltura y a los protagonistas, más que al contenido, que a lo envuelto y que a la participación del pueblo. Por supuesto que hay culpables con nombres y apellidos, pero a esos ya los desconocemos.
Desde 1980, el Partido Andalucista ha tenido una historia triste: confrontaciones, egoísmos, ilusión por las poltronas, vocaciones presidenciales, alcaldes neutros… hasta el punto de haberle hecho perder al pueblo toda su ilusión andalucista. A los líderes se les olvidó que el pueblo andaluz es un pueblo viejo y sabio. Cuando no le interesan las luchas intestinas, se inhibe, se ríe y se calla. Y dice: “Allá se las arreglen ellos y ellos, pero que no cuenten con nosotros.”
Ahora, en el 2012, la última secretaria general, Pilar González, ha entregado los trastos de mandar. Habrá que esperar a otras generaciones más puras que se atrevan a tocar el tema del Andalucismo, pues ya nadie sabe lo que es; desde Blas Infante, no ha habido ni un ideólogo teórico y constante que alimente al Andalucismo.
JUAN LEIVA
Los resultados no pudieron ser más pobres, seis escaños en toda España y uno de ellos por Cádiz. El PSA se queda sin representación parlamentaria. Comienzan sus líderes a tirarse los tiestos y a hacer pactos extraños, el pueblo perdió fuelle y cayó en la inercia de votar al partido más votado. Así se explica que la mayor parte de su vida haya sido un partido extraparlamentario, tanto en el Congreso como en el Parlamento. El PSOE aprovechó la inexperiencia de sus líderes y asumieron el andalucismo como un cortijo sin vallado. Hasta el día de Andalucía voló por los aires para olvidar las señas de identidad.
Entonces, en 1979, quisieron adoptar denominaciones nuevas como el Partido Socialista de Andalucía, y en el Congreso Andalucista se adoptó el nombre de “Partido Socialista de Andalucía-PartidoAndaluz” (PSA-PA). Ninguno de los dos grupos fue capaz de adoptar un solo título y perdieron el tiempo en discusiones, hasta que en 1984 asumieron el verdadero nombre donde cabían todas las tendencias, terminando por llamarse Partido Andalucista, donde cabían todos.
Sin embargo, sería injusto cargar todas las culpas sobre sus fundadores y líderes. Digo esto, porque parece que se atendieron a las formas, a la envoltura y a los protagonistas, más que al contenido, que a lo envuelto y que a la participación del pueblo. Por supuesto que hay culpables con nombres y apellidos, pero a esos ya los desconocemos.
Desde 1980, el Partido Andalucista ha tenido una historia triste: confrontaciones, egoísmos, ilusión por las poltronas, vocaciones presidenciales, alcaldes neutros… hasta el punto de haberle hecho perder al pueblo toda su ilusión andalucista. A los líderes se les olvidó que el pueblo andaluz es un pueblo viejo y sabio. Cuando no le interesan las luchas intestinas, se inhibe, se ríe y se calla. Y dice: “Allá se las arreglen ellos y ellos, pero que no cuenten con nosotros.”
Ahora, en el 2012, la última secretaria general, Pilar González, ha entregado los trastos de mandar. Habrá que esperar a otras generaciones más puras que se atrevan a tocar el tema del Andalucismo, pues ya nadie sabe lo que es; desde Blas Infante, no ha habido ni un ideólogo teórico y constante que alimente al Andalucismo.
JUAN LEIVA