Revista Cultura y Ocio
El número de la bestia, 666, fija la altura a la que se erigió una estatua singular. En 1879, se instaló en una céntrica glorieta del Parque del Retiro de Madrid una escultura dedicada al demonio: "El Ángel caído". La efigie corona un pedestal en granito con forma de pirámide truncada que se asienta en un pilón al que vierten agua varios diablillos que sujetan en sus manos lagartos, serpientes y delfines. El escultor madrileño Ricardo Bellver realizó un proyecto en yeso de la obra con el que ganó la Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Madrid en 1877. La imagen se convirtió entonces en la primera manifestación escultórica dedicada al diablo en el mundo (algunos años después se inauguró en Turín la efigie de un genio alado en el Monumento al Trasforo de Frejus que, por el lucero que luce en la frente, sabemos que representa al diablo; y más recientemente en 1989, el escultor autodidacta ecuatoriano César Octaviano Cristóbal Buenaño Núñez terminó de esculpir el la ladera pétrea de una montaña la gigantesca imagen del Diablo de Tandapi, una alegoría del "Poder Brutal" de los demonios interiores).
Pero la estatua de Madrid, por su plasticidad dinámica, por su barroca composición, por su intensidad dramática y por su cercanía se llevan el personal premio de un romántico como yo. Me atrae esa figura rebelde de un ángel con sus alas desplegadas y contorsionado por el dolor de un Dios castigador. Entiendo su orgullo contestatario, su celeste sublevación. Simpatizo con su espíritu indomable, su afán revolucionario.
Él, al igual que Lilit -la desobediente mujer de Adán, la inconformista-, se rebelan contra el papel que les adjudica un Dios que saben caprichoso y, derrotados, no asumen culpa alguna perpetuando la insurrección por la eternidad y acosando los súbditos del dictador en venganza por el castigo impuesto.
El Apocalipsis lo reveló: "Arrojados del cielo combaten contra el Arcángel Miguel y sus Ángeles y, derrotados, son arrojados de ese lugar beatífico, porque no hay más lugar para él allí después de su caída. Se dice que fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el Seductor del mundo entero, el Ángel de luz. Y sus Ángeles fueron arrojados con él, es decir, los que siguieron su camino". Ellos, los incontables, los de muchos nombres que llamados Asmodeo, Ababdón, Bael, Belial, Tenebrión, Lucifer, Azazel, Astaroht, Balaam, Behemot, Beelzebut, Belfegor, Ammón, Lilit... tantos como nuestra imaginación pueda crear. Ellos guardan las puertas del infierno. Esa puertas que se abren en ocasiones y allí, entonces, se confunden los vivos con los muertos. Entonces algunos descubren sus rostros serenos, su digno semblante ... y aprovechan para revelarnos las auténticas razones de su exilio, la realidad de su negra leyenda, la falsedad de su historia. Pero ya es tarde y cuando vuelven a contarlo la gente les toma por fantasmas.