Sigo mirando de lejos el horizonte, observando como las gaviotas vuelan libres por el cielo azulado, no le temen a nada. Entran en el agua del mar, ese conjunto de agua salada como un cañón y salen con su presa en su pico largo y afilado. La gente pasea por el paseo marítimo con sus familia o amigos, sonríen y comen helado, están tan despreocupados que no me perciben, están tan olvidados que, si se chocasen contra mí, notarían un ligero aire frio. Solo eso. Eso es lo que soy. Una sombra.
Apoyado sobre el balcón veo como los niños me miran y sonríen mientras sus padres los miran con confusión, solo los ojos de esos pequeños inocentes pueden verme, esos ojos que algunos miran con curiosidad y otros se preguntan que soy. Yo no les doy miedo, aunque mis alas largas y con plumas doradas a mas de uno le han engatusado tanto que han estado tentados a tocarlas. Al hacerlo, he tenido que apartarme un poco.
Pero no siempre he podido negarme a que me las toquen…
Los humanos son mi punto débil. Les adoro. Son perfectamente imperfectos. Así es como les describo yo. Por eso, por no poder alejarme de ellos estoy condenado a verlos pasar sus vidas sin yo poder hacer nada. Salvo, a ella. Por ella daría lo que fuera.
Mis alas de pronto, aletean descontroladas. La han notada. La han visto incluso antes que mis ojos rápidos.
Sale como todos los días de su portal, hoy lleva una falda de volantes y una camiseta de tirantes, esta tan guapa como siempre, en su mano derecha lleva el bolso, abre la puerta y por ella sale un niño. Un niño rubio, mucho mas rubio que el sol con unos increíbles ojos azules tanto como el mar, ella sonríe mientras le da un beso en la cabeza.
Los veo caminar. Ella parece distraída y busca algo. Se para en una floristería, al entrar el dependiente ya le conoce de mucho tiempo con lo que le da lo pedido. Un gran ramo de flores de girasoles y violetas. Adoro esas flores. Son mis favoritas. Al salir a la calle, mira por encima de su hombro, sigue buscando algo. Y yo sé que busca…
El taxi. El mismo taxi que coge todos los miércoles y que le lleva a su destino, un destino que me gustaría no fuera nunca porque no me gusta verla sufrir, no quiero verla triste, aun así, ella se monta y yo decido seguirla. Alzo el vuelo y al pasar por un grupo de amigos sin querer les tiro al suelo, pero en vez de cabrearse, se ríen porque a uno de ellos se le ha caído el helado a la camiseta. Yo también me rio. Los humanos son muy graciosos.
El taxi hace su primera parada. Ella baja al niño y lo deja en una casa donde se encuentra su abuela. La señora le da un beso en la frente mientras ve como ella vuelve a montar en el taxi, desde la lejanía veo al niño decirle adiós con la mano. Decido sabiendo que rompo todas las reglas, bajar hasta él. Por un momento quiero tocarle, pero antes si quiera de hacerlo, el niño se pone a jugar con mis alas mientras la abuela entra en la casa. Sonrió al niño y el me sonríe. Y se que sabe quien soy. Y por primera vez en mucho tiempo…vuelvo a sentirme vivo. Vuelvo a sentirme feliz.
No debo distraerme, me acerco aun mas al pequeño y acaricio su cara redondita. Me veo reflejado en el tanto…como me gustaría formar parte su día a día, pero mi condena pesa demasiado como para arrastrarles a ellos también.
Mi historia es demasiado complicada.
Decido alzar el vuelo de nuevo mientras el pequeño sonríe y entra en la casa de la abuela. Llego hasta donde esta ella, puede ser que este llorando tanto que yo no puedo consolarla y eso me enerva tanto que mi ira me ciega. Pero estoy tan condenado que siquiera podría hacer nada malo.
Ella posa el ramo de flores sobre una tumba.
Sobre la mía.
Y como siempre, me pongo justo detrás y la arropo con mis alas, ella me siente y las lagrimas le salen con mas intensidad se limpia el agua salada con un pañuelo e inmediatamente lo reconozco. Bordadas están las iniciales de mi nombre. Y yo sin pensarlo, la atrapo más. Ella me sigue sintiendo, pero no dice nada. Como siempre. Se que está rezando y diciéndome lo mucho que me echa de menos y lo mucho que me ama. Que nunca me olvidará.
Y yo me rompo. Suelto varias lágrimas, pero desaparecen al caer. La amo tanto. Mis plumas doradas brillan y ella mira al sol pidiendo que proteja a nuestro pequeño, que ella no puede sola, que por favor le de fuerzas.
Y lo que ella no sabe es que, yo siempre estará allí para ella, para nuestro hijo, incluso cuando ella no pueda más yo estaré para ayudarle. Yo siempre estaré ahí, al lado de ellos porque, aunque mis reglas sean estrictas, yo por ellos lo doy todo. Ellos son mi familia. Y los amo.