Revista Cultura y Ocio

"el ángel exterminador"

Por Orlando Tunnermann

“EL ÁNGEL EXTERMINADOR”TEATRO ESPAÑOL. MADRIDWWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
(Una visión libérrima del clásico de Buñuel, surrealismo, reductos de humanidad deformados hasta lo grotesco, inefables interpretaciones).
Se me antoja fascinante que, por un instante, fuésemos capaces de navegar a través de los sueños de la gente y descifrar el dialecto onírico que acaece en el subconsciente cuando cerramos las ventanas de los ojos que contemplan el mundo y los sentidos que lo saborean. Esta concisa reflexión me sirve de puerta de embarque al inextricable (inhóspito) universo del cineasta Luis Buñuel y aquel controvertido “ángel exterminador” de los años 60, donde nos mostraba a un grupo de burgueses atrapados en una mansión por razones que escapan al raciocinio. El hilo que bifurca la cortesía para escindirla del salvajismo en estado puro es extremadamente liviano y Buñuel rompe las fronteras para que ambos lados antagonistas se encuentren, sin las restricciones de las buenas formas y la corrección de las normas sociales más básicas establecidas.
Recuerdo a Silvia Pinal, maravillosa actriz icono del cine mexicano, y un ambiente sobrecogedor cargado de claustrofobia y angustia.
Blanca Portillo retoma en el teatro Español la paranoica trama de aquellos acaudalados burgueses y nos planta en el patio de butacas ante un escenario que desenfoca por completo mi idea primigenia de aquel salón abarrotado, donde acaeciera el fenómeno inexplicable del encierro paranormal. Como digo, no acaba de convencerme la fisonomía vanguardista de la habitación claustrofóbica. No consigo ubicar en el plano la enseña de Buñuel cuando mis ojos observan una moderna y elegante “jaula de cristal”, y por decoración una jirafa atorrante (holgazana) acostada, como si sufriera un golpe de calor y aburrimiento bajo el sol inclemente de la África profunda. Coronando la sala, un hombre de Neanderthal a modo de trasunto de camarero contemporáneo. Entramos sin ambages (rodeos) en el terreno escabroso del surrealismo libérrimo.Hasta aquí mi desconcierto y desavenencia. Ahora la lluvia de aplausos y admiración absoluta. Un nutrido batallón de actores soberbios, la verdadera enjundia y motor de esta función hostil, descalabrada y brutal, va transformando gota a gota el ánimo del espectador. La situación se va tornando esperpéntica y grotesca a golpe de extravagancias a medida que el festivo ágape entre amigos va coincidiendo en el tiempo con la madrugada. Los propios invitados son en sí mismo de una singularidad “llamativa”.
Un elenco de actores magistral convierte paulatinamente el hermoso embalaje de cristal que es esa habitación carcelaria en una prisión sucia, hedionda, angustiante y desalmada.
De pronto, el ambiente jocundo y festivo va desnudándose de capas de gala y brillantina para revelar las simas más ignotas e irracionales del alma. Puedo columbrar el apoteósico esfuerzo emocional que supone para los actores trabajar con elementos tan equidistantes como la alegría cabal y la locura salvaje y animal que lindan con el paroxismo (exaltación).
Cambios de registros brutales que exigen del actor una capacidad sobrenatural para mudar pieles en tiempo real, sin tachaduras ni enmienda posible. La concurrida fiesta de boato y clasista educación, corrección social inmaculada y protocolo va sufriendo una despiadada metamorfosis que convierte a esas personas en viles criaturas irracionales, gobernadas por los instintos primitivos del ser humano en estado puro. Degradados, reductos de humanidad, detritos y desechos de la extinguida dignidad, anfitriones e invitados se entregan a una bacanal de anárquica idiosincrasia, depravados a causa del hambre, la sed y la enajenación. La habitación opresora constriñe y ahoga, asfixia y atesora en su interior secretos y enigmas irresolubles cuya exégesis o interpretación están sujetos a las teorías subjetivas más descabelladas. Un argumento de aparente inocuidad, un único escenario y un sobresaliente elenco exorbitante logranatrapar al espectador del mismo modo que la habitación maléfica, testigo mudo de la degradación humana.
Imposible concebir esta función sin próceres de la interpretación tan fogueados (expertos) como Francesca Piñón (Luchi), Cristina Plazas (Leticia), Carlos (Álex O’Dogherty), Mar Sodupe (Rita) o Ramón Ibarra (Edmundo) o la siniestra Raquel Varela (tejedora), por extraer una pequeña muestra de ese rosario inefable que lleva a lo más alto la prístina concepción de aquel aterrador “ángel exterminador”.
ORLANDO TÜNNERMANNWWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM

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