Como buen viajero que es, Jon Echanove no puede evitar que sus experiencias a lo largo y ancho del mundo impregnen su obra. Pero todos salimos ganando: para el lector es algo enriquecedor, y para él, una forma de revisitar esos lugares a través del recuerdo, que, como él mismo reconoce, es también una grata forma de viajar.
Dicen que se escribe como se es, y seguramente por eso las novelas de Jon Echanove tienen tanta esencia de lugares lejanos, pues, no en vano, este autor madrileño ha vivido en países tan dispares como Bélgica, China o Filipinas. «Me gusta imaginarme como un aventurero de mi propia vida, un viajero a través del espacio y de las personas, y también un viajero del tiempo, gracias a las historias que leo y me cuentan, y a las que escribo. Y viajar, sobre todo, a los recuerdos, a través de la introspección», comenta.
Echanove es autor de El ángulo de la felicidad y Los planes de Dios, dos novelas ambientadas en China y Filipinas, respectivamente, y, por tanto, en culturas muy diferentes de la nuestra, y en las que experimenta con personajes psicológicamente controvertidos. Las dos tienen puntos en común, eso es cierto, pero las diferencias son patentes y, en definitiva, nos están hablando de un escritor en búsqueda constante de cambios y desafíos. Él mismo sintetiza muy bien esta relación entre sus obras más celebradas: «El ángulo de la felicidad es una novela más intimista, muy centrada en la vivencia de un personaje, donde se trata de reflejar cómo las experiencias en un mundo ajeno pueden evocar diferentes recuerdos, o diferentes respuestas emocionales, que, con suerte, pueden hacernos ver nuestro pasado de un modo más generoso. Los planes de Dios es una novela con más diversidad de personajes, con más voces, donde se explora cómo se define y queda delimitado el éxito en función del entorno en que nacemos. Es una novela más oscura, pero en la que, al igual que en El ángulo de la felicidad, trato de que los personajes estén muy definidos psicológica y emocionalmente».
Su fascinación por la cultura de China fue el motivo principal para decidir la ambientación de su producción literaria, y no solo los aspectos más exóticos fueron los que le conquistaron, sino, sobre todo, el carácter de sus gentes, así como un elemento primordial que, asegura, se transmite a cualquier extranjero capaz de integrarse en tan lejano lugar: «El optimismo. Vivir en Beijing, y en China en general, transmite una intensa sensación de que todo es posible. Yo he tenido la fortuna de conocer una faceta de China diferente de la dimensión geopolítica y económica, y también alejada del exotismo que nos pueda transmitir su cultura. He tratado de que la novela reflejara la cotidianidad de gente común en Beijing: sus casas, la comida, sus trabajos, sus aspiraciones, las relaciones familiares…».
El futuro parece no tener planes tan remotos para él, al menos por el momento, puesto que su próxima obra, que llevará por título El aprendiz, estará ambientada en la Sevilla del siglo XVII. Se tratará de una novela histórica, en cuyo proceso de escritura, de hecho, ya se encuentra inmerso. Todo un desafío, sobre todo por lo que supone cambiar de registro a la hora de escribir, si bien el madrileño reconoce que eso es precisamente lo que estaba buscando: «Ese era en parte el reto: ser capaz de hacer avanzar una trama y el desarrollo emocional de unos personajes a través de su cotidianidad, en un mundo y una época tan alejadas de la mía. Sin embargo, los temas siguen siendo similares: la corrupción, la violencia sistémica, la soledad, el trauma, la dificultad de crecer, el encuentro con la novedad… Pero todo ello en el marco de la vida de los mercaderes, marinos y esclavos de la Carrera de las Indias».
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