«El color de la muerte es el blanco. En los entierros, se viste de negro; los vivos se visten. También el difunto va de negro, pues está ataviado con las mejores ropas que poseyó en vida, pero su rostro siempre es blanco. Cuando el alma abandona a una persona, solo queda el blanco».Blanco es el color de la nieve que cubre los campos de Finlandia, que oculta la tierra de sus caminos. Blanco es el color, pues, del invierno finlandés. Blanco es también el frío que cala los huesos porque no hay grasa entre estos y la piel que amortigüe la gelidez. Blanco se funde con blanco cuando los blancos cuerpos inánimes se desvanecen en una tierra nevada que no «recibe suavemente, allí aguarda una frialdad inmisericorde».
En la novela que hoy os traigo todo es blanco: la nieve, el invierno, los cuerpos fríos y hambrientos; hasta el vacío y la desolación, que deberían ser negros como muestra de ausencia de todo color, se revelan como un negativo. Y, al igual que ante el blanco y su pureza, estamos ante un libro hermoso, poético en ocasiones. Pero el blanco también puede ser manchado, al igual que la nieve al ser pisoteada es despojada de su virginidad; la humanidad y su historia dejan sus huellas, hondas al ser imprimidas pero a las que presto otra ventisca las sepultará. El blanco de este libro también puede ser despiadado, distante y carente de concesiones.
«Hakmanni mira a Marja con gesto serio y le pone un trozo de pan en la mano. Le aconseja que se dirija a la casa de pobres oficial al otro lado de la ciudad, donde dan pan a cambio de trabajo.Entre 1866 y 1868 se produjo la última hambruna de Finlandia que, junto a la inminentemente posterior sueca entre 1867 y 1869, fue la última gran hambruna causada por medios naturales en Europa. Las malas cosechas de los años precedentes y un invierno más crudo y largo de lo habitual causaron el agotamiento del grano almacenado. La harina de corteza de pino y de liquen se convirtió en sustento habitual. La gente se echó a los caminos a mendigar. El hambre trajo consigo la enfermedad y las epidemias diezmando la población del país nórdico. No importaba tener dinero ni trabajo pues no había comida que comprar. Aun así, «¿es por casualidad acaso que justo los pobres mueran de hambre y salgan a mendigar?» «Tal vez sea ese el quid de la cuestión. La hambruna elimina a los más débiles de la nación, igual que un jardinero poda las ramas podridas de un manzano». Y los más débiles acostumbran a habitar los peldaños más bajos en la escala económica y social.
-En la medida que haya pan -continúa.
-¿Qué habría que hacer?
-Ataúdes».
«En todo el otoño, por aquí no ha habido otra cosa que moler que huesos de animales. Ni un grano, solo huesos, roídos hasta dejarlos blancos. A veces pienso que cuando a ese de ahí le llegue la hora de abandonar este mundo, también le moleré los huesos para una harina fina. Y yo misma me estrujaré entre las piedras de molino con alguna brujería. Dejaré la puerta y los ventanucos abiertos para que el viento se lo lleve consigo. Que de nosotros no quede huella ninguna en este mundo. Como si jamás hubiésemos existido. Un hombre que no ha hecho más que trabajar toda la vida y le toca padecer un final así».La breve novela de Aki Allikainen acontece durante el largo invierno de 1867. Por ella acompañamos a una familia de granjeros que, debilitados y desesperados por la falta de alimento, abandonan su hacienda con la estéril esperanza de llegar a San Petersburgo. Piensan que en una ciudad en la que habita un zar no puede haber hambre. Por el camino cruzarán exhaustos lagos helados, dormirán en iglesias con otros mendigos, pernoctarán en casas en las que solo les permitirán pasar una noche y les darán si hay suerte un poco de gruel, tan inconsistente que ni siquiera de gachas se puede tildar. Se encontrarán con otros cuerpos esqueléticos que servirán de espejo a los suyos, con miradas que los rehúyen, con manos que se tienden y con gente que «persigue un trozo de carne como una manada de perros y nos desgarramos unos a otros». También con el rostro frío y blanco de la muerte.
Alternando los devenires de este padre, madre, niña y niño pequeño, el escritor finés nos presenta a dos hermanos mejor posicionados ante la hambruna pero que difieren entre sí ante el modo en que la misma debe combatirse. Se trata de un médico y un político cuya función en la novela pienso en un principio que es dar una visión más global de la situación pero que al final descubro con deleite que tienen su participación en la trama de la familia. Por último, y con brevísimas apariciones, conocemos al Senador para el que trabaja el hermano político, un hombre de Estado atormentado por no poder «situar la felicidad individual por delante del futuro de la nación», porque «no poder permitirse decisiones incorrectas es el destino más solitario del mundo».
«-[...]Alternativas reales a la gestión de la hacienda no ha habido. Nadie ha podido vaticinar esta clase de devastación. Si ahora me encontrara en la misma situación que hace un año, no haría nada de manera distinta.El año del hambre es una lectura bella cuya belleza no edulcora la realidad. Es breve pero sus páginas no se pasan con prontitud. Hay algo en la narración que a veces encalla y hay que retroceder para poder avanzar. Si se extrapola su historia a otras épocas o lugares tiene algo de universal pero sin embargo mantiene viva la idiosincrasia del pueblo finlandés. Y tiene la rara virtud de aunar la historia individual con la colectiva con apenas unas breves pinceladas que aportan connotaciones sociales, religiosas y políticas.
Y, no obstante, siente culpabilidad. La culpa acude cada noche a sus sueños y él teme que lo acompañe hasta la tumba».
Pero, por encima de todo lo anteriormente expuesto, creo que lo que Aki Allikainen intenta contar en esta novela es la historia de aquellos que no la han podido contar. Aquellos hermanados en el hambre y que reposan juntos y mezclados en una fosa común. Aquellos condenados «al anonimato sin retorno, ni siquiera hay un nombre en el libro de la vida». Aquellos de rostro blanco inánime fundidos con el blanco de la tierra nevada. Indistinguibles. Prescindibles para la historia e incluso para su tiempo. Olvidados desde la exhalación de su último aliento porque aquellos otros que acaso pudieran recordarlos también se han fundido en blanco.
«Hemos sobrevivido a la peste y a la guerra, así que superaremos también este año, piensa Lars, pero en su cabeza escucha una voz que dice: nosotros tal vez, pero muchos otros no».
Inanición en el norte de Suecia, 1867. Ilustración del antiguo periódico suecoFäderneslandet
Ficha del libro:
Título: El año del hambre
Autor: Aki Ollikainen
Traductora: Luisa Gutiérrez Ruiz
Editorial: Libros del Asteroide
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 136
ISBN: 978-84-17007-61-4
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