Revista Historia

El año en que las libélulas invadieron todo un país

Por Ireneu @ireneuc

En catalán tenemos un refrán que dice "A l'estiu, tota cuca viu" (En verano, todo bicho vive), haciendo referencia al hecho de que, al llegar el buen tiempo y el calor, todo parece ponerse en movimiento otra vez; los insectos, lo primero. Mosquitos, moscas, avispas, cucarachas... al abrigo de las buenas temperaturas empiezan a hacer acto de presencia, molestando lo que no está escrito, sobre todo cuando aparecen en forma de plagas. Es en esos momentos en que estás emulando al alfiletero de un sastre de tanto picotazo, cuando echas de menos a sus depredadores ( ver Una solución al mosquito tigre) y en estos casos, quien tiene una libélula, tiene un tesoro, ya que se alimentan de moscas, mosquitos y otros bichos de mal vivir. Aunque, claro,... una cosa es tener unas cuantas graciosas libélulas revoloteando a tu alrededor y otra muy diferente tener una nube de libélulas tal que te ocupe 17.000 km2. Y no se piense que pasó donde Cristo perdió la zapatilla, no. Este raro fenómeno natural pasó en pleno corazón de Europa: en Bélgica.

Cuando estamos cerca de un estanque o un curso de agua, si éste se encuentra en óptimas condiciones medioambientales, no será difícil que veamos una grácil libélula posada sobre una caña, cuando no volando velozmente cual helicóptero vivo de unos pocos centímetros. No obstante, la mañana del 5 de junio del año 1900, en Bélgica se despertaron con una inesperada tormenta alada: millones y millones de libélulas estaban atravesando el país.

A las 7 de la mañana, las regiones belgas más cercanas a la frontera alemana (provincias de Namur, Lieja, Luxemburgo, Limburgo...) notaron la presencia a una cierta altura de unas nubes grises que se movían parejas a los cúmulos existentes. Estas nubes, en realidad no eran nubes, sino que estaban formadas por millones de libélulas de 4 puntos ( Libellula quadrimaculata) que se desplazaban con determinación en dirección este-oeste a una velocidad constante de unos 18 km/h. El espectáculo, como era de esperar, no dejó indiferente a nadie, aunque hacia las 8, la cosa iba a cambiar un poquito.

A partir de esta hora, la nube de libélulas decidió bajar de las alturas y seguir su camino a ras de suelo a alturas de entre 1 y 10 metros. Ello hizo que gran cantidad de pueblos y ciudades belgas se encontraran en medio del inalterable trayecto del enjambre. Por contra, el hecho de encontrarse frente a frente contra las construcciones humanas no amilanó en absoluto al inmenso ejército de bichos alados, que siguió impertérrito su avance.

Estos pequeños animales, con un tamaño de unos 4 o 5 cm de largo y 8 cm de anchura de alas, lejos de rodear los edificios que iban encontrando, los iban superando por altura. De esta forma, cuando encontraban un obstáculo, ya fuera un edificio o un árbol grande, no pasaban por el lado -camino más fácil- sino que tomaban altura y lo pasaban por arriba, haciendo una curiosa coreografía aérea. Coreografía tanto más espectacular cuanto mayor densidad tuviera la nube, cifrada en algunos casos en 6 libélulas por segundo, llegando a oscurecer el día.

La nube de libélulas, por su parte, iba avanzando el país de sudeste a noroeste, ocupando Bélgica central y parte del norte de Francia en un frente de unos 170 km de largo y unos 100 km de ancho que ocupaba, a efectos prácticos, la mitad del país. Esta velocidad de avance permitió a los pequeños expedicionarios llegar entre las 9 y las 11 (según testimonios) a Amberes y a Gante, respectivamente. A partir de aquí se siguieron encaminando hasta la costa donde, adentrándose en el mar, fueron avistadas por diversos barcos en mar abierto.

El desfile libelular duró entre cinco y siete horas, llegando al máximo a las dos horas de comenzar el fenómeno, desapareciendo totalmente a la caída del sol. No obstante, el gigantesco desplazamiento de libélulas de cuatro puntos -el mayor documentado hasta la actualidad- no acabó aquí, sino que el día 10 de junio del mismo mes, otro enjambre de libélulas, pero esta vez volando en dirección contraria oeste-este, afectó toda la zona costera belga y parte de la holandesa, pero no en el interior. ¿Qué había pasado aquí? La verdad es que los naturalistas de la época obtuvieron más interrogantes que respuestas.


Para empezar, no se pudo determinar de donde salió semejante cantidad de libélulas, máxime porque, si bien fue la parte oriental de Bélgica (rayana a Alemania) la que observó primera el fenómeno, en la parte alemana nadie fue testigo de que por sus tierras o cielos pasase ninguna nube de estos pequeños depredadores alados. A esto se le tiene que sumar el hecho de ignorar cómo fue posible que se pusieran en movimiento tantos individuos a la vez, y más teniendo en cuenta que eran individuos jóvenes y que ello significaba que habían eclosionado de sus ninfas todas a la vez.

Según los estudios de los entomólogos de la época, se cree que fue una combinación de un invierno duro y una primavera especialmente fría la que retrasó la eclosión de las libélulas, y que, con la llegada brusca del calor, salieron todas a la vez. Ello provocaría una superpoblación en las lagunas limítrofes con Alemania, que acabaría con una migración súbita talmente como la de los lemmings ( ver El mito no tan mito del suicidio masivo de los lemmings ) en dirección al Mar del Norte. Así las cosas, después de unos días sobre el mar, las supervivientes de la nube primigenia habrían vuelto al continente y ocupado la zona costera de Bélgica y los Países Bajos.

En definitiva, el hombre, por mucho que le pueda molestar, no está solo en este mundo. Tratamos el territorio como si fuera nuestro, sin querer darnos cuenta que nuestro entorno es algo más que un espacio del cual extraer beneficios económicos. Es en ese momento en que la naturaleza, de forma totalmente inesperada, se nos muestra con todo su esplendor cuando vemos la inmensidad de nuestra pequeñez. Una pequeñez que más que acercarnos al papel beneficioso de las libélulas, nos acerca a pasos agigantados al desastroso y caótico papel de las plagas de langostas.


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