A principios de los años ochenta Nueva York era más conocida por sus elevados índices de delincuencia e inseguridad ciudadana que por el atractivo de sus rascacielos. Los setenta habían sido unos años de profunda crisis que casi acabaron derivando en la bancarrota de la ciudad, por lo que el año 1981 será registrado como uno de los más violentos de su historia. El icono más reconocible de Nueva York no era en aquella época el World Trade Center, sino los vagones del metro repletos de grafitis, las zonas industriales abandonadas y el Bronx que en la imaginación de los niños de la época, consumidores de películas de videoclub, se nos aparecía como el lugar más peligroso del mundo. En una entrevista publicada por Newcinema, el director explica por qué ese año fue un hito:
"Es el típico caso de escalada de la violencia. Al poco miré en sitios web las estadísticas de delincuencia, mirando la historia de los datos de criminalidad en la ciudad de Nueva York en los últimos ciento cincuenta años. Los índices de criminalidad mantenían un patrón regular a lo largo de los años 70. Luego, en 1981, hubo un cambio espectacular y se convirtió en el año más violento de la historia. Al año siguiente, las cosas empezaron a mejorar rápidamente. Todo aquello transformó la ciudad y la convirtió en la que conocemos ahora. ¿Dónde se puede caminar en mitad de la noche en bikini y que nadie te moleste? Esa transformación, si rebuscas, se inicia en 1981. Pensé en hacer una película de gánsteres, usando algunos clichés clásicos del género, algo de la emoción de los tiroteos y persecuciones pero sin caer en lo convencional."
En este ambiente se mueve Abel Morales, un empresario dedicado a la distribución de combustible para calefactores, que está a punto de cerrar una compra de terrenos que le otorgará una gran ventaja sobre sus competidores. Al principio, dado el clima moral que le rodea en su actividad cotidiana, sospechamos que Abel tiene algo de mafioso, que ha construido su pequeño imperio económico a base de violencia o extorsión. Pero conforme avanza la historia, nos vamos dando cuenta de que no, de que el protagonista es una rara avis en una sociedad que le invita a cada paso a corromperse, a solucionar los problemas de la manera más expeditiva posible. Morales, como su propio apellido indica, es un ser guiado por una estricta ética personal, un camino espinoso para hacer negocios y prosperar en el Nueva York de 1981, algo que le recuerda de vez en cuando su mujer que, al ser hija de un conocido gangster, pone un permanente foco de sospecha sobre sus actividades.
Pero no es solo la Fiscalía de la ciudad la que presiona a Abel con permanentes investigaciones, que a su vez consiguen que el banco le corte la línea de crédito necesaria para pagar su última inversión, sino que su flota de camiones recibe permanentes ataques para robar su combustible. ¿Se puede reaccionar con decencia ante estos ataques que pueden significar una ruina inminente? ¿Es lícito, ante circunstancias tan excepcionales, recurrir a la tentación de la violencia? Mientras responde a tales preguntas a través de las acciones de tan excepcional personajes, Chandor nos muestra una sociedad deshumanizada, construida solo de ambiciones que deben ser satisfechas casi de inmediato, que intenta prosperar en un entorno de ruinas desde el que se puede contemplar el prometedor perfil de los rascacielos de Manhattan como un paraíso inalcanzable.
A tenor de lo visto en Margin Call y en El año más violento, Chandor se está convirtiendo en uno de los grandes directores de la actualidad. Pocos realizadores son capaces de imprimir un ritmo tan pausado y a la vez tan tenso a sus películas, destacando su ejemplar técnica a la hora de rodar persecuciones. Ambas películas están orientadas a hablar de un tema muy interesante: los efectos del capitalismo en personas de caracteres dispares. Los vientos sembrados en El año más violento darían lugar a la gran tempestad desatada en Margin Call.