Revista Historia
Hace doscientos años, en 1816, no hubo verano. Una enorme erupción, en abril de 1815, del volcán Tambora, de Indonesia, unido a otras circunstancias, provocó una bajada radical de temperaturas y la alteración del clima en todo el mundo. Nevó donde y cuando no tenía que nevar (¡en el centro de España, un 11 de agosto!), llovió copiosamente, las cosechas se malograron, los precios subieron y la escasez se extendió por todos lados. Durante los años siguientes, Turner pudo pintar sus cielos gracias a las cenizas en suspensión que dejó el Tambora.
A un grupo de jóvenes escritores ingleses el fenómeno les cogió en Suiza, a orillas del lago Leman. Lord Byron, Claire Clairmont, Percy Shelley, Mary Godwin y el doctor Polidori pasaban las tardes encerrados en Villa Diodati por culpa del mal tiempo. Del 16 al 19 de junio de 1816 idearon allí, a modo de juego, varias historias de terror. La de la jovencísima Mary Godwin fue el germen de uno de los principales personajes de terror conocidos: Frankenstein. Otro de los participantes, el doctor Polidori, publicó poco después su novela El Vampiro, primera del género vampírico al que pertenece Drácula.
La historia es sabida, aunque quizás no tanto las evidencias de ese año sin verano en lugares más anónimos. El año pasado se leyó en el Departamento de Física de la Universidad de Extremadura una tesis doctoral de María Isabel Fernández Fernández: El clima en la región de Zafra durante el período 1750-1840. A partir del rico fondo documental de Feria del Archivo Histórico Municipal de Zafra, la autora reconstruye la situación climatológica de Zafra desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX. La fuente básica son las cartas del contador del duque de Medinaceli en Zafra al propio duque, informándole de los aconteceres del Estado de Feria. Al comienzo de cada una de estas cartas semanales se describe el tiempo meteorológico.
Gracias a la investigación de María Isabel Fernández sabemos que 1816 también fue en Zafra un año sin verano, de muchas lluvias y temperaturas frías, por culpa de la erupción del Tambora. Lo que nunca sabremos es si las inclemencias del tiempo facilitaron, también aquí, algunas veladas literarias de jóvenes ideando historias. Si las hubo, no alcanzaron la trascendencia de esas noches suizas en las que nació Frankenstein.