Editorial Candaya. 248 páginas. 1ª edición de
2015.
De Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) había sido lector, hasta
ahora, de su interesante blog sobre la actualidad peruana (ver AQUÍ); blog al
que llegué gracias a una recomendación de Ivan
Thays sobre los mejores blogs de la red. Cuando hace unos meses se presentó
su novela El anticuario en la librería-bar
Tipos Infames de Malasaña barajé la posibilidad de ir. Me interesaba el
discurso político y reivindicativo de Faverón, la literatura hispanoamericana y
lo que publica la editorial Candaya, una de las apuestas más seguras de la
nueva narrativa en español. La combinación parecía irresistible, pero al final
no acudí a la presentación. Me convencí a mí mismo de que estaba leyendo
demasiadas novedades y de que acumulaba libros sin leer en la parte superior de
mis estanterías de Ikea sin sentido. Sin embargo, meses después recapacité y
tuve la impresión de que El anticuario
era un libro que me iba hacer disfrutar y se lo pedí a los editores de Candaya,
con los que he colaborado como reseñista alguna vez, y ellos, muy amablemente,
me lo enviaron a casa.
El narrador de El anticuario, se llama Gustavo, como el
autor, pero a diferencia de éste –que es profesor universitario de literatura
en Estados Unidos- es psicólogo del lenguaje. Gustavo va a contarnos la
historia de su amigo Daniel. Después de un capítulo inicial bastante
alucinatorio, así comienza el verdadero cuerpo de la narración: “Habían pasado
tres años desde la noche en que Daniel mató a Juliana, y su voz en el teléfono
sonó como la voz de otra persona.” (pág. 13) Es una primera frase potente, sin
duda.
Después de tres años, Gustavo
retoma su relación con Daniel, su mejor amigo de la época de la universidad,
con el que había perdido el contacto (no sin sentirse culpable) cuando ingresó
en una clínica mental después de haber asesinado a su novia Juliana. Daniel fue
a parar a la clínica mental y no a la cárcel, simplemente por la intercesión
del dinero de su familia. Gustavo empezará a visitar a Daniel a la clínica en
los capítulos del presente narrativo de la novela, y en otros intercalados nos
irá haciendo conocer las circunstancias en las que conoció al que fuese su
amigo cercano y las actividades a las que se dedicaba con él.
Daniel es principalmente un
lector de manuscritos antiguos, que ya desde muy joven busca en las librerías
de viejo de su ciudad. Una ciudad indeterminada, que debido a la procedencia
del autor, uno acaba identificando como Lima, cuando en realidad hay pocas referencias
geográficas que nos lleven a esta conclusión. Faverón también parece estar
evitando para escribir usar términos puramente peruanos (como hacen con gran
gracia y profusión Jaime Bayly o Alfredo Bryce Echenique, por ejemplo).
Son realmente pocos los peruanismos que he podido recoger; tal sólo algunos
como “quincha” o “tacho”. El lenguaje que emplea Gustavo Faverón para escribir
su novela es de un registro muy correcto; cuando se cede la palabra a alguno de
los protagonistas también éstos se expresan de forma muy cuidada. Sus frases
son largas, ampulosas, ricas en adjetivos e imágenes. Lo cierto es que el
estilo es denso, moroso, ralentizador del ritmo narrativo a favor de la
recreación de la atmósfera, y en este sentido me ha recordado al estilo literario
de H. P. Lovecraft. Pero debemos
puntualizar: Faverón no cae en los excesos grotescos de Lovecraft ni en su
excesiva adjetivación, su lenguaje pese a que busca reflejar un mundo turbio y
opresivo es más elegante que el de Lovecraft. Faverón también recuerda al
escritor de Providence en esa búsqueda de los viejos manuscritos, algunos
hechos con piel humana (como el famoso Necronomicon lovecraftiano); una
característica narrativa que, como ya señalé en su momento, también supuso una
influencia narrativa para Jorge Luis
Borges.
Creo que para el conocedor de la
obra de Lovecraft párrafos de Faverón como el que voy a reproducir le
resultarán identificables: “”Lo que pasa no es que me niegue a ver el mundo en
el que vivo; es que rehúso darle más importancia que a los demás, ¿me
entiendes? Los momentos del pasado o del futuro, los escenarios irreales de los
cuentos, los sueños, los proyectos que uno descarta cada día, pero que existen
en la duda alternativa de las cosas que dejamos de hacer, todos son mundos tan
verdaderos como éste, y yo ni los abandono ni los degrado. Y claro, supongo que
si trato de vivir en tantos espacios a la vez es disculpable que me ausente de
éste de tanto en tanto, ¿no crees tú?
Faverón, escribe con gran esmero
párrafos densos y cincelados, pero, sin embargo y con plena conciencia de estar
creando una atmósfera terrorífica, se recrea a veces en la descripción feista
de personas. Así, por ejemplo, se describe a dos policías (o uno, ya que al
final los dos resultarán ser la misma persona) que entran en la trama: “Dos
policías vestidos de civil, había dicho Daniel: los labios ulcerados, el
primero, nubes de soriasis en el dorso de las manos y en el arco de las cejas,
el segundo” (pág. 174). Y en la misma página, sólo un poco más abajo, así se
describe a dos hermanas que regentan un cafetito: “Son bastante jóvenes, y son
gemelas, pero, debido a la anorexia de una, lado con lado parecen la misma
persona antes y después de la muerte.”
Ya he citado la posible
influencia de escritores como Lovecraft
o Borges en este libro de
bibliotecas misteriosas y mensajes cifrados. Antes de empezar a leer la novela
hice algo que en la mayoría de los casos se debe hacer a posteriori (y más las
personas que nos dedicamos a escribir reseñas sobre lo leído): leí reseñas
ajenas. En algunas de ellas ya hablaban de los escritores que yo he citado, y
también de José Donoso, la primera
referencia en la que pensé al leer el inicial discurso alucinado: “Según la
esposa de Conrado Lyncosthenes, que era extranjera, en su país las mujeres
ponían huevos como las gallinas. Conrado la mató, y en el lecho de muerte
encontró un huevo amarillo y a través de la rajadura de su cáscara vio el
rostro dormido de una criatura idéntica a él.” (pág. 9). En la página 197 se
cita directamente a Edgar Allan Poe
y La
carta robada, otra posible influencia en este texto que nos cuenta una
historia de terror y mentes perturbadas, pero que también usa una trama
detectivesca, que nos lleva por las páginas del libro hasta poder solucionar el
enigma de los asesinatos cometidos por Daniel (o tal vez cometidos por otra
persona). En la página 186 leemos: “Jamás había pagado por información: al
deslizar los billetes sobre la lámina de plástico me sentí por primera vez como
un detective de ficción.”
Pero en las reseñas que he leído
no he encontrado ninguna que hablase de una nueva influencia que a mí me ha
parecido detectar: la de las nouvelles
fantásticas y de terror del escritor argentino José Bianco, estoy hablando de
novelas como Sombras suele vestir o Las ratas, de prosa muy elegante y
que también recrean ambientes familiares enrarizados, porque al fin y al cabo El
anticuario es una novela que, usando la literatura de género (terror o
policiaco) de forma sublimada, en realidad nos está hablando de ambientes familiares
enfermizos.
Me ha gustado El anticuario, pese a que la causalidad
de situaciones por las que pasa el narrador para, mediante sus pesquisas,
solucionar el misterio propuesto me ha parecido en algún momento un tanto
artificiosa (este personaje le dice a Gustavo que hable con éste otro, y este
otro le dice que hable con el de más allá… y así van avanzando los capítulos
del presente narrativo). Que nadie busque en El anticuario una novela policiaca o de terror de gran intriga y
ritmo trepidante, porque esta novela, de atmósfera oscura, requiere de un
lector exigente y de una lectura atenta y propone otro juego más sutil. Quizá
la faja que acompaña al libro, firmada por Mario
Vargas Llosa, pueda ayudarnos a comprender cuál es el verdadero alcance e
intencionalidad narrativa de este libro: “Al final de la lectura uno queda
descontrolado y alucinado… Los lectores que sean capaces de disfrutar las
sutilezas y secretos escondidos en un texto tan rico y profundo como el de esta
novela, no la olvidarán”.