Revista Espiritualidad

El antihéroe

Por Maxigalin
Vivimos en una sociedad. Inmersos en un sistema que nos da y nos saca con un criterio universalista, de lo que supuestamente conviene, de lo que sería preferible para todos, como si ese patrón general pudiera medirse de alguna manera distinta que a través del individuo, cada uno que –en mayor o menor medida- juzga o se autodefine un parámetro por el cual podría o querría vivir mejor, de la manera que más le gustaría.
La ideal. Esa es la forma en que cada persona piensa que una sociedad –un conjunto de personas interactuando- tiene que vivir, desenvolverse, llevar a cabo su interrelación.
Y a la mayoría le cae mal aquella persona en ese grupo que se muestra dispuesta a superarse, el que es héroe de su propia vida y aspira a demostrarse a sí mismo sus capacidades, su potencial de logro, y ni hablar si desea transmitir ese conocimiento adquirido como aprendizaje.
La envidia, la codicia, el observar la actitud del otro por imposibilidad de reparar en lo que uno debería enfrentar para ser consumada su aspiración, o la mera vagancia por no sentarse a plantear una forma, un sistema, un plan para alcanzar la realización personal, son valores -éticos si se aplica al individuo-, morales del conjunto social que rigen el esquema de vida y que se reproducen como plaga producto de la incentivación publicitaria, y de los medios de llegada masiva.
Quien asume lo que le ocurre y se decide a hacerle frente sin oponer resistencia, quien enfrenta sus propias sombras y le encuentra una vuelta para convivir con ello, es una persona que corre con ventaja.
Aquel que se permite descubrir en sus adentros por dónde va sin obligación ni imposiciones de pareceres. El que hace lo posible.
Sin excusas ni pretextos es más difícil vivir, hay que encarar más el espejo y diferenciar criterios, relativizar pensamientos y animarse a ir siempre por más.
Sí, lo que más valoro es mi ser, mi cuerpo, mi esencia que es lo que me permite descubrir nuevos eventos.
El antihéroe podrá tener mucha aceptación social porque se muestra cercano a la desazón generalizada, pero no es recomendable ni conveniente para el que comprende que lo que se afirma en palabras está directamente relacionado a la obtención del hecho buscado.

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