Seguimos atravesando este sombrío tiempo neoliberal repleto de Macris, Trumps y Bolsonaros donde los excluídos de todo el mundo mueren ahogados en el Mediterráneo, se les deporta en los Balcanes, se les persigue en Estados Unidos, se les explota en el Lejano y en el Medio Oriente, se les detiene en Europa, se los discrimina en Suramérica, se los violenta en Centroamérica y África y mueren de frío en Argentina. Comunmente se les llama "pobres". Sobreviven en campamentos y galpones; hacinados en periferias urbanas, ocultos en barrios de baja renta, o encerrados en campos de concentración a la espera de su próxima deportación, y en todas partes el sistema les expulsa, limita, maltrata, encarcela y agrede. Es parte del aluvión antihumanista que impera en las sociedades posmodernas. Hoy es normal (y nadie se escandaliza) cuando un actor (Luis Brandoni) afirma que la noche que River Plate abrió sus puertas para cobijar del frío a personas en situación de calle "fue una ficción y un acto de campaña". En desalmada normalidad en la que vivimos, donde hubo varios muertos por el frío, se puede decir palabras de tamaña crueldad e insensiblilidad, que no son más que parte de la normalidad neoliberal.
El poder no solamente es el económico o político, sino que también reside en el dominio de los relatos previos que sirven como "lógica" para la construcción del "sentido común" y es la base de cualquier pensamiento y justificación de cualquier expresión. Dominar es dominar la previa al intercambio de palabras, es lograr que un sujeto viva y entienda la realidad de acuerdo con los parámetros de normalidad impostados por el poder hegemónico. Por ello, el poder mueve todo su aparato de construcción discursiva de manera que le brinde las herramientas (el lenguaje) al sujeto para explicar(se) los fenómenos de acuerdo con la conveniencia del propio poder.
En Argentina, es curioso, pero no casual, que los voceros amarillos del discurso del poder (empezando por el propio presidente) utilicen un lenguaje extremadamente limitado e infantilizado. Explican con argumentos pobres, vacíos, llenos de vaguedad, lo que se ha definido como "neolengua" (idioma ficticio que inventó el autor británico George Orwell para su novela antiutópica "1984"). Argumentos como "pasaron cosas", "la pesada herencia", "se robaron todo", que, por un lado, coincide con el carácter anti-racionalista de sus bases antihumanistas y cuasi fascistas y que, por otro, los hace impenetrables, no se lo puede atacar porque carecen de lógica y sustancia, son solamente "vaguedades" basadas en la emoción y alejadas de todo razonamiento: la inutilidad del argumento desmaterializa toda posibilidad de discusión y debate. El resto del relato del poder ni siquiera es necesario que lo expresen sus voceros oficiales. Para ello, existe el aparato de construcción discursiva (medios, literatura, redes, instituciones educativas, etc.)
¿Qué es lo normal? ¿Cómo se define? ¿Quién lo determina? Michel Foucault habla de la normalidad como una relación de poder (Foucault, 2011). Es el poder quien define lo que es normal y lo que no. Normaliza y polariza entre lo que está dentro y lo que está fuera de la normalidad, constituyendo binomios normal-anormal, sano-enfermo, honesto-deshonesto y así marcando los bordes de lo aceptable para el poder. No se da así en el caso del humanismo o el antihumanismo, ya que esa clasificación deviene de valores: el humanismo deriva de poner al ser humano como lo más importante, el hombre de a pie concreto, junto a su pueblo, su nación, su mundo. Así, uno podría clasificar la economía como humanista o antihumanista (la actual, donde el valor principal es el dinero), igual a la política (la que lidera es la antihumanista), a las relaciones sociales (el neoliberalismo es básicamente antihumanista) y así siguiendo. Podríamos ahondar en esto pero no quiero aburrir y creo que se entiende la base desde donde se parte: es una cuestión de valores... ¿qué es lo importante para mí?. ¿Qué es lo más importante en la sociedad?.
Hoy en América del Sur, en distintos países, el altihumanismo se disfraza de maneras particulares y disímiles. En Argentina o Chile, por ejemplo, no se esconde ya tras el último gran dictador de cada caso, no aparece una figura como Videla o Pinochet, sino una cara amigable, de buenos modales y valores tradicionales. En Brasil, en cambio, entre las distintas figuras fascistas, la que mayor eco hizo en la población fascista fue la figura rígida, militar, homofóbica y neoliberal de Bolsonaro. No es que no se hayan ensayado otros personajes más amigables, como el caso de Aécio Neves, pero de todo el menú de fascismo ofrecido a esa población, fue el discurso más áspero el que triunfó.
Con distintos matices discursivos, cada país elige su propio fascista o su propio modelo de antihumanismo en el que, detrás de las máscaras, siguen las mismas y viejas reivindicaciones totalitarias.
Las postales de la crisis macrista son, básicamente, las imágenes de la deshumanización en el plano social. Es la deshumanización concreta, tangible, palpable. La deshumanización se evidencia de en la vida de las 15 mil personas con VIH que no acceden al tratamiento por el ajuste en Salud, o en las cuadras y cuadras de cola para ser guardia cárcel en medio de la emergencia laboral. Cuando el gobierno abanda a las personas con discapacidad, el es antihumanismo en acción. Podemos hablar de los índices de desocupación, el industricidio sin fin o la masiva movilización por el hambre que todos los medios silenciaron, o los nueve meses consecutivos en caída muestra el nivel de empleo registrado -en mayo se anotan 8100 puestos de trabajo registrados menos que en abril y 217.100 posiciones menos que un año atrás-, y de la campaña del odio para polarizar las elecciones. Todo conduce al antihumanismo de las políticas neoliberales, como del pedido del FMI para "flexibilizar" el empleo, todos los caminos de la realidad conducen al antihumanismo. Y a nivel mundial podemos consultar las consecuencias de la economía antihumanista en el iInforme sobre la Economía Mundial a julio del 2019 producido por el FMI. Atrapados sin salida en la lógica capitalista . Dejo el link por si a alguien le interesa.
Permanentemente y mediante el uso de todo el aparato de construcción discursiva, se nos dice cómo ser normales. En los discursos antihumanistas lo normal es el mercado y lo anormal es la intervención del Estado (o cualquier otra intervención) para el control de los desastres financieros que luego pagamos todos. Normal es aceptar, anormal cuestionar. Lo que el discurso del poder intenta imponer es su verdad como normalidad, instalar que lo normal es el trabajo flexible, que el problema del sistema son los pobres, que si no hay trabajo es culpa de los trabajadores, que es el capital concentrado el único capaz de generar riqueza y distribuirla, que la rentabilidad empresarial es la vía para el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Permanentemente, el discurso hegemónico del poder alimenta el antihumanismo; y le llena la cabeza a ese ciudadano ensombrecido y fascistoide que, a medida que pasan los años, está cada vez más "normalizado", dispuesto a defender cualquier amenaza "humanista" disidente.
Neolengua, antihumanismo y normalidad. El modelo de dominación llevado al corazón de los dominados, la creencia de que no hay alternativa, la sumisión ante lo inabarcable del poder, la promesa irracional de que lo bueno, lo realmente bueno, viene después de la muerte, siempre que mi comportamiento sea disciplinado en esta vida, ¿qué disciplina? la de la normalidad, ¿qué normalidad? la del Poder. La del antihumanismo imperante que soportamos y sostenemos todos.