Revista Opinión

El apeadero

Por Patsyscott
EL APEADEROTrágica ha resultado la Nit de San Joan en Castelldefels Platja. Acompaño en el sentimiento a todos los familiares y amigos de las víctimas. 
Hace treinta y tantos años cuando empezaba el buen tiempo, yo cruzaba esas vías prácticamente todos los días. Vivía en una casa en la montaña a un paso de allí y bajaba a la playa con mi dos hijas mayores, que tenían entonces dos años y medio y  tres meses respectivamente.
Para llegar a la playa debía cruzar la carretera (no había puente pero tenía un semáforo) y luego    atravesar las vías. No había en esos tiempos ni túnel subterráneo, ni barreras, ni luces, ni paso a nivel, ni ná de ná. Se cruzaba por unos tablones de madera colocados entre las vías al final del andén, una especie de  paso de peatones. 
Echaba el freno al cochecito con la pequeña (4 meses), dejándola entre los matorrales bajo un árbol y cruzaba, mirando cien veces a izquierda y derecha, llevando de la mano a Liv, la  mayor (3 años). La sentaba en un solitario banco de madera que había en el andén de enfrente. Era una niña muy obediente y se quedaba allí sin pestañear mientras yo volvía a cruzar para recoger a Pia, la bebita.
Cogía entonces el cochecito con una mano y alzaba a la pequeña con el otro brazo, repitiendo la operación, mirando a izquierda y derecha y cruzando con el corazón encogido.
Esta fórmula se me antojaba la más segura, ya que cruzar con las dos juntas conllevaba el riesgo de que se atascase una rueda del cochecito en la vía o que, si ocurría lo peor y aparecía el tren, nos pillara a todas.
Pasábamos la mañana en la playa  que entonces estaba prácticamente desierta los días de semana, disfrutando del sol y del mar hasta que llegaba en tren desde el centro su padre, que salía de trabajar a las tres de la tarde (¡qué tiempos privilegiados aquellos y qué impagable regalo tienen las ciudades con mar!)  y después de un chapuzón, nos encaminábamos de regreso a casa. Cruzar las vías a la vuelta era más fácil, cada uno llevaba una niña y cruzábamos por separado.
Tanta inquietud debía producirme la "logística apeadero" que mucho tiempo después escribí un cuento sobre un pasajero que moría atropellado por el tren en ese mismo punto. La noche de San Juan me lo recordó, aunque la realidad ha superado, como lo hace siempre, a la ficción.
Hoy en día el apeadero cuenta con un túnel, megafonía, los andenes están elevados...
¿Inconciencia, temeridad? No se trata sólo del sentido de invulnerabilidad que sentimos cuando somos jóvenes (echadle un ojo a este vídeo de TVE): http://www.rtve.es/television/20100302/se-juegan-vias/321601.shtml
¿qué será lo que nos hace actuar sin medir el peligro, como si fuéramos  inmortales?

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