A quien más y a quien menos le gusta vislumbrar su ciudad, a golpe de click infográfico, convertida en mundo futurista, invadida por alienígenas o por muertos vivientes, o devastada por diversos fenómenos naturales. Todo desde la comodidad de una butaca que una vez abandonada nos devuelve la imagen fiel de nuestra realidad sin ningún rasguño. Una evasión que el cine nos ha concedido con mayor o menor acierto y que vistos los resultados, los hermanos Pastor no han descubierto América.
Los últimos días pertenece al género de la ciencia ficción y como tal no puede permitirse la triste idea de arrancar bostezos desde un inicio descafeinado. Con un punto de partida atractivo que haría las delicias de un Spierlberg en ciernes, el filme pincha en su estructura narrativa. El reiterado uso de flashback no contribuye precisamente a dotar de agilidad un guión agotado, insistente, débil por muy excelente que sea el envoltorio.
A sabiendas del gancho que supone una epidemia de agorafobia en una Barcelona de postal, la película pasa de puntillas por una metáfora necesaria. No indaga en el origen y apenas en las consecuencias. Viene a constituir una terapia muy pobre, escasamente testada para causar efecto. Tal vez esta bicefalia creativa prefiera el impacto visual a la reflexión y ahí han dado en la diana. Con una factura técnica impecable que desmantela el modernismo de la ciudad condal, consiguen una ambientación que no admite reproches. Aunque curiosamente en su mayor virtud veamos el handicap. Es evidente que al tratarse de un producto nacional con semejante empaque irremediablemente resaltemos su made in. ¿Acaso los Bayonas y Amenábares no han dejado el pavimento pulido? Aún así, somos tan reacios e incrédulos que achacamos la falta de ideas a una falta de fondos.
Para adictos a la pintura de postguerra.
Lo mejor: el caos en el transbordo de Sants.Lo peor: que una vez abierto el envase el producto se eche a perder con tanta rapidez.