Durante el siglo XVI, España fue la potencia más poderosa en el ámbito internacional. Los dos primeros monarcas de la Casa de Habsburgo en España, Carlos I y Felipe II, fueron los dueños de vastísimas fronteras tanto en Europa el primero, como en el mundo conocido el segundo.
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De hecho, el imperio de Felipe II es popularmente recordado por haber sido uno de los primeros donde nunca se ponía el Sol, dado que sus territorios se extendían por todo el planeta. La unión política de la península ibérica fue alcanzada con este monarca, restableciéndose así el sueño de emular a los antiguos reyes visigodos de Toledo.
El apogeo de los Austrias
Asimismo, la expansión americana, iniciada durante el reinado de los Reyes Católicos y acrecentada de forma espectacular durante el reinado de Carlos I, trajo consigo la apertura de un constante y ascendente suministro de metales preciosos para la Monarquía, que no haría más que acrecentarse a lo largo de todo el siglo XVI. No obstante, casi todos los recursos de la Corona, incluyendo los venidos de sus Indias, iban a pagar las cuantiosas deudas adquiridas, producto de sus incesantes campañas militares.
De hecho, la Monarquía Hispánica durante la época Habsburgo fue uno de los pocos estados de la Historia que han sido capaces de mantener una guerra en múltiples frentes.
Sin embargo, ya desde el principio de su apogeo político y militar comienzan a advertirse el empobrecimiento de su sociedad y el atraso de su economía, irónicamente supeditada a los intereses de los comerciantes y banqueros de aquellos países con los que luchaba en la guerra. A medida que se acercó el cambio de siglo, cada vez más pensadores, conocidos como “arbitristas”, fueron advirtiendo este problema.
La situación económica de la Monarquía
La disposición de un presupuesto propio le permitió a la Monarquía gozar de una gran autonomía en la realización de su acción política. Más aún, los impuesto constituyeron una fuente esencial de la que se benefició el estado moderno para nutrir su crecimiento y favorecer su institucionalización.
No obstante, en el caso de la Monarquía Hispánica, estos ingresos, siendo importantes, fueron insuficientes para hacer frente a los desmesurados gastos que implicaba una política exterior encaminada al mantenimiento de una posición hegemónica en Europa. Las bancarrotas de 1557, 1575 y 1596, todas ellas en la época de Felipe II, prueban fehacientemente que el nivel de ingresos se situaba por debajo de los gastos. Un ejemplo concreto que ilustra la dramática situación financiera de una monarquía muy comprometida internacionalmente son sus datos para octubre de 1598 –a un mes de terminado el reinado de Felipe II–, que representan unos ingresos totales de 9.731.405 ducados, de los cuales ya estaban comprometidos unos 4.634.293 para el pago de deudas. El dinero restante hubiese sido suficiente para los gastos ordinarios de un estado cuyas necesidades financieras no fueran excesivas, cosa que no correspondió con la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna.
La Monarquía Hispánica, en lo que al esfuerzo bélico se refiere, basará sus recursos principalmente en los ingresos provenientes la Corona de Castilla. Dichos ingresos procedían, básicamente, de las llamadas “rentas ordinarias” (alcabalas, aduanas, etc.), las ayudas de gracia pontificia (bula de Cruzada, rentas de los maestrazgos de las órdenes militares, etc.), los “servicios” de Cortes y las remesas indianas. Las dos primeras eran, en principio, fijas, mientras que las dos últimas muy variables. Además, la Monarquía tuvo que idear nuevas formas de ingresar dinero, valiéndose de otros tributos extraordinarios, tales como la venta de bienes confiscados o la regalía de la trata de esclavos.
En cuanto a la política económica propiamente dicha, la Monarquía favoreció el sistema ganadero latifundista en perjuicio de la agricultura y la industria. Así, se convirtieron en pastizales muchas tierras roturadas, especialmente al sur del Tajo (Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía), se ensancharon las cañadas, se concedió autorización para ramonear en los bosques, deforestando el suelo peninsular, y se prorrogaron indefinidamente los arriendos de las dehesas prohibiendo alterar su precio a pesar de la galopante inflación.
En primer lugar, estas acciones de gobierno estaban impulsadas desde el primas de las necesidades de Castilla-La Mancha, cuya tradición silvopastoril hacía que su economía se orientase hacia las manufacturas y exportaciones laneras, no preocupándose excesivamente de los déficits de grado por ser éstos poco frecuentes, dadas las condiciones climáticas del norte. En segundo lugar, estaban los prepotentes intereses de la Mesta, que monopolizaba el comercio lanero. Y, finalmente, no se puede olvidar las conveniencias de la Hacienda Real que, en manos de los asentistas extranjeros, obtenía importantes beneficios de rebaños y lanas.
En cuanto al sector secundario, la exportación de materias primas, como la lana y el hierro, dificultó cualquier intento de consolidación de una incipiente industria textil y siderúrgica. Así pues, mientras en el resto de los países se ponía en práctica una agresiva política proteccionista, en España se daba la espalda al mercantilismo, yendo exactamente en el sentido contrario, al tolerar la invasión de mercancías foráneas con destino al mercado interior e indiano, a cambio de las remesas de metales preciosos que iban a engrosar las arcas de los banqueros de Ámsterdam, Londres, Milán o París.
En síntesis, la situación económica reinante durante casi todo el siglo XVI implica un fuerte consumo privado, un desproporcionado gasto público, cuyas partidas se destinan principalmente a cubrir las necesidades de la lujosa corte, las exigencias de una política militar de hegemonía internacional y a los voraces intereses de una deuda ascendente, que difícilmente podía ser pagada a costa de una economía asfixiada a impuestos y repleta de trabas a su modernización.
A este círculo vicioso se suman las importaciones de cereales y productos manufacturados que amortiguan las deficiencias de una agricultura atrasada y la casi inexistencia de una industria propia. Con el protagonismo de esta economía de consumo, naturalmente, no fue posible el despegue de una equilibrada economía de producción por la carencia –casi total– de inversión y la escasa exportación de productos manufacturados.
Autor: Alejandro José Díaz Sosa para revistadehistoria.es
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– BOUZA, Fernando. Los Austrias Mayores, Imperio y monarquía de Carlos I y Felipe II. Historia 16 – Temas de Hoy, 1996, nº 15.
– FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel. Felipe II y su tiempo. Madrid: España Calpe, 2006.
– MARTOS, José Ángel. “El primer imperio global”. Los Austrias, cuando España dominaba el mundo. Muy Historia, marzo 2013, nº 46.
– VV.AA. Historia Universal. Barcelona: Océano, 2006.
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