Hace más de diez años atrás cuando vi por primera vez, “La delgada línea roja”, no tenía ni la más remota idea de quién era Terrence Malick. A pesar de sus agotadoras tres horas y lento transcurrir de la trama, sin saber mucho acerca del cine alternativo o de autor, sin embargo la disfruté plenamente. Su intenso lirismo, sus imágenes evocadoras, su profundo mensaje antibélico y sobretodo su trasfondo filosófico hacen de esta película una singular obra de arte, aunque no goce de la preferencia de muchos. Cada cierto tiempo la vuelvo a ver, porque es inevitable no abandonarse a su sinfonía de imágenes. Muchos años después, este cineasta ermitaño como él solo, siempre jugando con la paciencia de sus incondicionales, nos trajo su particular visión del desembarco de los europeos en tierras norteamericanas en los albores de la conquista. “El Nuevo Mundo” como llamó a esta propuesta, se recrea en la archiconocida historia de Pocahontas y los ingleses. Una vez más, asistimos a un banquete de imágenes bucólicas, dotando a la naturaleza el protagonismo a través de trinos, murmullos del agua y chirridos del follaje al pasar el viento. Los protagonistas humanos apenas hablan a través del silencio o en su defecto por medio de susurros y ademanes. En resumen, puras imágenes que invitan a la contemplación estática. Bellas secuencias que sin embargo no transmiten casi nada, salvo un mensaje ecologista y al final algo de aburrimiento por el ritmo cansino. National Geographic me ofrece también imágenes poéticas de la naturaleza y nunca me aburro. En conclusión, sólo me quedó la sensación de haberse aplicado la misma fórmula de “La delgada línea roja”, pero trasladada a otra época y poco más. Este año, a raíz de la intensa expectativa que generó su nueva “criatura” cinematográfica, yo también me apunté a la larga cola para ver “El árbol de la vida”. Como desgraciadamente la película no llegó a las salas de cine de mi país, tuve que apretar los puños hasta que apareciera por vía del Dvd. Deberíamos dar gracias a la cara de Brad Pitt y su reclamo publicitario, de lo contrario, jamás los piratas hubieran puesto interés con la distribución de esta película. Nada más ver la tapa, el cinéfilo desprevenido se puede llevar un chasco, creyendo que verá un duelo actoral entre Pitt y el notable Sean Penn. Pero con Malick, todo se puede esperar, hasta el anecdótico ninguneo que hace de muchas estrellas famosas, como sucedió en La delgada línea roja. Cuesta entender el rapiñeo humillante de algunos famosos por aparecer en sus filmes. Después de verlos queda la sensación de que hacen el ridículo desternillante. Afecto como soy a las películas de época, y sabiendo del tic perfeccionista de Malick, abrigaba la posibilidad de una lección de cine puro. Una vez más, me acomodé en mi butaca particular, a sabiendas de que sería una película difícil y lenta, por tal motivo, la vi a plena luz del día, con la mente despierta y el cuerpo reposado. A pesar de mi juventud, mi paciencia fue pronto derrotada. Prácticamente apenas recuerdo algo del primer visionado, salvo el comienzo avasallador con imágenes de la creación del universo, la nebulosa de la Cabeza de Caballo y los astros que tiritan azules a lo lejos, decía Neruda. De repente, las escenas de una típica familia del sur de Estados Unidos, en un barrio de clase media, viviendo un idilio casi exasperante, envuelto por los inagotables trinos de las aves. Vamos, ni en los bosques he escuchado tantos efectos sonoros. De lo demás ni me acordaba. A la segunda oportunidad, descubrí sorprendido un plesiosaurio varado en la playa, luego otros dinosaurios paseando a través de riachuelos, volcanes en plena erupción, etc. (señales inequívocas de que me había dormido aunque sea a puñados durante el primer visionado). Por fin, tal explosión de imágenes del universo primigenio se detiene en seco, gracias a Dios. No creo que sea difícil entender a la primera. Algunos, exageradamente pretenden comparar estas secuencias cósmicas con las maravillosas elipsis espacio-tiempo que nos regala Kubrick en “Odisea 2001”. Nada más lejos, ni por asomo Malick se acerca al genio de Kubrick, a menos que invente la máquina del tiempo. Luego de ese ejercicio arrollador de cosmogonía, nos adentramos en el relato íntimo de aquella familia sureña, presidida por un patriarca estricto, a momentos violento y amoroso padre, cuyo férreo estilo de conducir la vida de sus hijos pequeños encuentra oposición en la dulzura y fragilidad de una madre con aires de musa renacentista, cuyo único papel parece reservado a los idílicos paseos de la mano de sus hijos y juegos en el jardín, mientras los pajarillos cantan, los perros vagabundean y el césped sabe a hierba recién cortada. Y el bueno de Sean Penn, ¿qué papel hace, salvo de servir de gancho publicitario? No me extrañaría que hubiese salido cabreado del asunto. Ciertamente, no esperábamos una narración lineal de la historia, porque ya estamos acostumbrados a los flashbacks y uso de elipsis en los que Malick no es el único. Entre la recreación de los mitos como el de Caín y Abel y luego el edípico, el mareo por la constante traslación entre el presente y el futuro, sin embargo la historia no conduce a ningún puerto, como si quisiera que cada espectador hiciera una lectura de la misma. Eso en términos artísticos es hacer trampa, salirse por la tangente. Él parece más convencido de que explicar, le resta profundidad a la historia. Y esos continuos pantallazos en negro, dan la impresión de una historia inconexa y caótica, sin hilo conductor. Y eso aburre un montón. Uno se pregunta que si esta obra hubiera sido firmada por un novato, ¿le hubieran colgado la etiqueta de obra maestra? O uno puede hacerse a la idea de que Malick está enfermo de sí mismo, de su hermetismo artístico, de su aura de incomprendido, que le provoca jugar con la buena fe de los espectadores. Seguramente no faltará gente que le aplaudirá a rabiar. Yo por el momento, considerando que no he visto sus dos primeras obras, sólo me quedo con la tercera. Las dos últimas me parecen un ejercicio presuntuoso de onanismo filosófico, a pesar de toda la imaginería poética de la que hace gala. O quizá me hace falta mucho cine que ver, o que las canas colonicen mi tejado. Eso sí, no he encontrado mejor receta para mi insomnio que estas cápsulas de su cine, sin efectos secundarios. Y eso es de agradecer.