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No refresca demasiado fuera. O quizás la carga ha hecho que entrase en calor. Sí, los guantes están sudados. Mucho esfuerzo. Pero sólo por el placer de sentarse en el sillón con una copa y admirar, tranquilamente, mi flamante composición, vale la pena, ¿verdad? Ahora, a trabajar. No debo entretenerme. Tardaré unos minutos en romper los envoltorios y luego un buen rato en arreglar el arbolito. Y es que los niños estrangulados parecían sanísimos… Será complicado despedazarles nítidamente. Casi seguro que, además de acicalarlo con los dedos de las manos y de los pies, colocaré entre las ramitas sus ojos y las orejas, y tal vez ambas narices, siempre que el corte sea limpio. Y como novedad, extraeré los sesos del cerebro desparramándolos, a modo de brillantina, alrededor del tronco. Quedará bien.Texto: Miguel Alayrach Martínez