Con ciertos artistas tienes le certeza de que, pese a obstáculos y dificultades que desde sus orígenes encuentra este séptimo arte tan particular (combinación aleatoria de industria, espectáculo, reflexión y estética, según sus autores), siempre estarán al pie del cañón. La más poderosa e increíble arma del siglo XX, o sea, la cámara, o del XXI, cualquier dispositivo que permita grabar y reproducir imágenes. Y uno de ellos es Carlos Serrano Azcona. Por eso es una inmensa alegría anunciar que se va a estrenar la primera película de este excepcional director y guionista, El árbol, producción mexicana que contó en 2009 con la colaboración de dos insignes figuras, que hoy, ya no necesitan presentación: Carlos Reygadas, en producción y montaje, así como Jaime Rosales, y Bosco Sodi, pintor perteneciente a la corriente del “expresionismo abstracto” más hipnótico y mágico (creo que podría medio encajar ahí, pero no podría asegurarlo). Lo que sí confirmo es que me encantaría perderme en una de sus pinturas (de paso, aprovecho y reproducimos un par de ellas).Supongo que el cineasta no tenía en la cabeza (o sí, en realidad, no lo conozco personalmente pero, al conocer la obra de los artistas parece que son amigos de toda la vida) el poema de Antonio Machado, Caminante no hay camino. En mi cabeza resonaron durante toda la película estos viejos versos.
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse…
Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
El protagonista de El Árbol deambula por la noche de la ciudad, cada espectador irá construyendo las historia, para algunos regresará a casa, para otros acaba de huir de ella, e incluso, puede que una minoría piense que el camino que recorre sea sólo un sueño, una construcción, o reconstrucción de un pasado para olvidar o un futuro que no desearía vivir.Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar…
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso…
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso…
En lo que todos estarán de acuerdo es que el protagonista ha perdido algo que jamás recobrará y que le marcará para el resto de su vida. Como el resto de su filmografía, al final, todas las películas de Carlos Serrano Azcona tratan de la voluntad de aceptar o cambiar la situación establecida, ya sea personal, como en El Árbol o en Quantum men, a través del psicochamanismo, o del compromiso social en un ámbito más amplio y social. En El árbol ya aparecen las primeras manifestaciones (quizás el único momento en que el protagonista puede mostrar un interés por la realidad que le rodea), completadas por el magnífico díptico de dos de sus documentales, Banderas Falsas y Falsos Horizontes (y supongo que incluso podríamos incluir su último trabajo, Cartas desde Parliament Square… pero todavía no lo he visto).Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso.
Una primera obra intensa, maravillosamente interpretada, una monumental cámara al hombro, y “al hombre”, que sigue a su protagonista por el madrileño barrio de Malasaña, y con un final que le hubiese encantado al mismísimo Luis Buñuel. Carlos Serrano Azcona seguirá siempre su camino.Acierto tras acierto, película a película.