El rasgo distintivo del pensamiento de Rem Koolhaas proviene de su convicción para proclamar la polifuncionalidad del hecho arquitectónico, una declaración que dogmatiza mediante la distribución de los elementos del programa en capas independientes, pero que aseguran entre sí estrategias de reciprocidad.
Esta operación es el corolario de un profundo análisis del programa y del contexto social en el que va a desarrollarse, y fecunda en la definición de la forma arquitectónica, siempre influida por la formación cinéfila de Koolhaas.
La entidad así producida propone una arquitectura de sensaciones rápidas y de sorpresas que se revelan a cada paso, mediando formas abstractas que liberan el proyecto de cualquier cita lingüística.
Cuando Koolhaas fue convocado al concurso para la Casa de Música, focalizó su análisis en dos propósitos que terminaron por forjar el carácter del edificio. El primero era evitar que la forma de caja de zapatos de la sala, configuración que ofrece la mejor acústica, dominara el carácter de la obra. El segundo consistía en mutar el concepto de edificio público por el de edificio para el público, haciendo participe al transeúnte externo de la actividad que se desarrolla en su interior.
Para afrontar ambas cuestiones, apela a un concepto arquitectónico que había aplicado en otro programa y a otra escala, la casa Y2K. Se trata de un proyecto inconcluso para un cliente apegado al orden estricto, que exigía una sala de estar completamente liberada del resto de las actividades domésticas. Koolhaas respondió a esa demanda con el diseño de un cuerpo tridimensional de formas facetadas que atravesó de lado a lado con un túnel donde se desarrolla la vida social de la familia: “todo lo que no era espacio central se convirtió en un elemento o un cuerpo en el que todos los órganos estaban en el exterior”.(1). Esa misma idea la despliega en el nuevo proyecto, pero a escala comunitaria: el “túnel” es ahora ocupado por la sala principal y en los espacios que la rodean ubica las áreas complementarias.
El terreno donde se implanta la Casa de Música está ubicado frente a una rotonda, entre el área histórica de la ciudad y un barrio de trabajadores. El edificio se emplaza en el centro del lote, aislado de los lados consolidados para exaltar la autonomía del volumen y romper la hegemonía de fachadas sobre la plaza. Su volumetría se asienta sobre una alfombra de baldosas de travertino que mediante acertadas ondulaciones oculta debajo todas las actividades existentes que se encuentran dispersas en la plaza: la parada de autobús, una cafetería y los accesos a las cocheras subterráneas.
El diseño de la Casa de Música muestra indicios de un proyecto de posguerra para un teatro en Dakar, de André Bloc y Claudio Parent, semejanza que se manifiesta en su sección de perfil irregular, y en la ruptura entre el espacio escénico y la sala. Sus formas facetadas sobresalen en los lados de manera desigual y visto desde distintos ángulos la figura parece carecer de equilibrio, pero frente a la plaza ofrece una fachada de aspecto formal y elegante que no contrasta en demasía con las otras edificaciones.
La cascara de hormigón blanco establece un punto de continuidad con las maneras abstractas del movimiento moderno, y fundamentalmente con la obra de Le Corbusier, un hecho que el propio Koolhaas manifiesta sin evasivas: “como arquitecto me planteo si hay que romper con una línea de continuidad que viene del pasado, de la historia de la arquitectura, tanto de manera material como del concepto; si no hay que usar el hormigón o el acero porque lo utilizaba Mies Van Der Rohe. Me siento orgulloso de seguir esa continuidad con el pasado, además de aportar nuevas cosas a esa continuidad”. (1)
La escalera exterior apura la llegada al vestíbulo, donde una abertura muestra una imagen dinámica de la ciudad. En ese espacio nace otra escalera que se desarrolla atendiendo un recorrido de funciones y espacios inesperados, una “aventura arquitectónica” en derredor de la forma estricta de la sala principal. En el ascenso surgen habitaciones para diferentes usos, terciando una secuencia que culmina en la sala de reuniones informales ubicada en la parte superior.
En esta sala concurren dos acontecimientos arquitectónicos: un techo inclinado transparente ofrece una visión sesgada de la ciudad y el mar, y una terraza trapezoidal incrustada en un espacio sobrante de la envolvente sirve como expansión de la sala y mirador del paisaje urbano.
La sala principal determina el acontecimiento distintivo. Su carácter estricto revela una pureza inédita en el edificio. Los “telones” de vidrio ondulado en los extremos del “túnel”, revelan al exterior lo que acontece en la sala, y en el interior causan una sensación de levedad absoluta, mientras la ciudad se impregna en las ondulaciones del vidrio para manifestar una imagen distorsionada y poética.
Koolhaas agita el diseño con su energía intelectual y lo evoluciona en un elemento irreverente y sensorial, construyendo una grafía que exterioriza su rebeldía contra la pureza modernista. El recorrido interno es sometido a tensiones emocionales y sorpresas que se suceden una tras otra, hasta descansar en el espacio vigoroso de la sala, donde la simpleza de sus convenciones permite aliviar esas tensiones, mientras en los extremos del túnel se evoca la excitación de la ciudad como un telón animado que subyuga la escena.
Marcelo Gardinetti, 2015©
Fotografía: ©Philippe Ruault
Artículo relacionado: Encuadres cinemáticos
TECNNE | Arquitectura + contextos
Notas:
1. OMA, Memoria descriptiva del proyecto
2. Ferran Bono, entrevista a Rem Koolhaas, El pais 28/10/2005